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Acerca de los pobres y los ricos

Por Candi.- Tanto el empresario avaro, egoísta, mezquino que actúa en su empresa, como ese dirigente político, gremial o social que pertenece a grupos de poderes sofisticados, secretos y elevados, acaban destruidos en algún momento.

Esta vez era él (mi entrevistado el demonio, claro) un hombre adulto, de gran porte y vestimentas ostentosas que denotaban su fortuna, la que reafirmaba con un bello y maravilloso automóvil. El conductor descendió del vehículo y corrió, presuroso, hacia el lado de su puerta trasera derecha. Creí que él descendería del costoso vehículo que, según pude ver, era un Bentley de edición limitada. Pero no, no más acercarme me dijo sin más: “Sube. Demos un paseo por la ciudad mientras hablamos”.

Temí, claro que temí. Después de todo, uno nunca sabe cuáles pueden ser las intenciones del diablo. O, para ser más preciso, siempre se sabe que las intenciones del demonio jamás pueden ser buenas. Sin embargo, accedí. “En la vida –me dije– hay que tomar riesgos; y aun en ocasiones especiales a costa de la propia vida, porque ¿qué significa la vida si uno, al fin y al cabo, no la entrega en razón de un ideal supremo, definitivo y definitorio como podría ser, por ejemplo, la salvación de un ser amado? Así que subí al costoso y lujoso automóvil y echamos a andar”.

—Bello automóvil –dije admirando el tablero de nogal y los refinados asientos forrados en cuero.

—Sí, ciertamente muy hermoso –respondió como si el vehículo no significase nada para él.

—En el anterior encuentro era usted una mujer bella, inteligente y de aura angelical. Hoy veo que se muestra como un hombre rico.

—Rico, poderoso, lleno de gloria y de dinero. He tomado la forma, para esta ocasión, de un empresario rico y poderoso.

—¿Es que entre ellos también se desliza usted con malicia y sagacidad?

—Debes saber que la mayor parte de mi energía está predispuesta para someter la voluntad de aquellos que lideran: políticos, empresarios, dirigentes sociales y religiosos. Uno debe lograr el mejor resultado con el menor gasto de fuerzas. Y eso se logra cautivando a quienes guían, a quienes la masa les entrega toda su confianza. Capturado el alfa de la manada, toda ella caerá irremisiblemente.

—Es de una gran perversidad lo suyo.

—¿Creías otra cosa? –me respondió sonriendo irónicamente.

—Ciertamente no. Suele afirmarse que usted gusta de los ricos y de sus riquezas y que se sirve de ellos.

—Esa es una verdad relativa, y por tanto no es una verdad, sino una posibilidad a la que suelo echar mano. Un rico puede serme útil, pero también puede constituirse en un verdadero peligro para mis propósitos. Un ser humano que posee muchas riquezas, pero que es bondadoso, inteligente, justo, pleno de sabiduría y altruista, es alguien a quien necesariamente debo despreciar y procurar destruir. Una persona de tal naturaleza lejos de servir a mis fines es un enemigo, pues andará sembrando entre los pobres y desprotegidos no sólo ayuda económica para mitigar su desgracia, sino favoreciendo acciones para terminar con la pobreza y sus efectos. Además, seguramente proclamará la semilla de los actos justos y buenos. Una persona así no sólo fomenta el crecimiento económico, intelectual y espiritual del otro, sino que se beneficia a sí mismo elevándose espiritualmente. Esas personas para mí son deleznables. Nada hay peor para mí que un rico o un poderoso sensible al problema humano e interesado en cuestiones espirituales.

—¿Y qué clase de persona rica y poderosa es útil a sus fines?

—El rico avaro, insensible, codicioso. Ese que mediante su mezquindad impide que se cumpla la ley de flujo y reflujo; el que impide que el dinero o los bienes materiales fluyan justamente entre los componentes de la sociedad para bien de todos. Una persona así impide el crecimiento material de los otros y asegura el resentimiento social. Pero además, cancela su propio crecimiento, porque buena razón tuvo mi “enemigo” cuando dijo: “dad y se os dará, una medida rebozada…” Afortunadamente muchos no lo entienden, ni algunos que dicen ser sus seguidores.

—Lo suyo es de una malicia escandalosa.

—¡Sí! No puedo negarlo. Imagínate, grupos de hombres perversos, incentivados por mí, nucleados en sociedades políticas secretas internacionales, han generado hambre, miseria, pero a la vez algo maravilloso: sublevaciones, revoluciones, muerte, caos. Debes saber que el dolor de los inocentes, ignorantes y pobres es mi alimento y gozo. Me fastidia sobre todas las cosas un pobre o un afligido que se libera de esas ataduras.

—¿Cuál es el destino de los ricos, finalmente?

—¡Ah! Lo más interesante es que además se destruyen a sí mismos. Tanto el empresario avaro, egoísta, mezquino que actúa en su empresa, como ese dirigente político, gremial o social que pertenece a grupos de poderes sofisticados, secretos y elevados, acaban destruidos en algún momento de su existencia. En efecto, quien vive para mí, es decir quien sirve a las sombras, a la injusticia, al mal, a la muerte, al odio de ningún modo puede recibir vida, paz interior, compañía, amor. Estas personas acaban atrapadas por un tremendo vacío existencial permanente, crónico. Saben que quienes se acercan a ellos lo hacen por puro interés y no por sincero afecto; viven despreciados secretamente hasta por quienes los lisonjean. Y saben también que en el momento de la adversidad, que siempre, siempre llega, quienes estén a su lado lo estarán por un mero formalismo o una obligación; pero nada más. En el fondo viven una íntima y no manifestada desesperación. Casi siempre, sobre el final de sus vidas, expresan como el personaje de Tagore: “Llevo dentro de mí mismo un peso agobiante: el peso de las riquezas que no he dado a los demás”. En suma, que el rico y poderoso que codicia y que retiene los bienes (cualquiera sea la naturaleza de los mismos) acaba acumulando también en su ser orgánico e inorgánico toxinas que hieren su mente, su espíritu y es posible que hasta sus órganos. En muchas ocasiones la maldad está estrechamente vinculada a la desarmonía psicológica y a la debilidad del sistema inmunológico, aunque ello le parezca descabellado al ser humano.

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