“La relación médico-paciente es la base de la práctica de la medicina. Una de las funciones primordiales de ese encuentro es la transferencia de información en ambos sentidos, del paciente al médico y del médico al paciente”, afirma Daniel Flichtentrei, quien se define como “médico cardiólogo argentino”. Se trata de un profesional preocupado por bucear en todo lo que se produce en ese encuentro, ese acercamiento entre dos personas que es el acto médico, del que tanto es un estudioso como un crítico.
Flitchtentrei recurre a Víctor Montori, de la Clínica Mayo de Estados Unidos, quien publica artículos dirigidos a los médicos, donde los alerta y les pide que ejerzan una medicina mínimamente impertinente, “una medicina”, según la interpretación de Flichtentrei, “que les permita a las personas vivir sus propias vidas. Porque lo que les estamos pidiendo, en la actualidad, es que, para no morirse, inviertan la totalidad de sus existencias en seguir determinados tratamientos. Y, uno, quiere no morirse para poder vivir; no para dedicarle esa parte de su existencia a la medicina. Hay que compatibilizar lo que les permite no morirse con una vida disfrutada con cierta plenitud”.
—Uno de los problemas con que se enfrenta la atención de la salud es la baja adherencia a los tratamientos de parte de los pacientes, quienes los abandonan.
—Nosotros creemos que una de las causas estructurales de abandono del tratamiento que pone en riesgo la vida de la gente, y que es muy grave, es que los tratamientos que les proponemos están por encima de sus posibilidades de cumplirlos. Entonces, creemos que hay cierta responsabilidad de los dos lados; de un paciente que no asume su parte en el cumplimiento y de una medicina que le prescribe, o le pide cosas que no son posibles de ser cumplidas.
—¿Qué propone usted sobre todo a un auditorio de médicos jóvenes que ha venido a escucharlo?
—He escrito decenas de artículos al respecto. Lo que yo me propongo es no dejarse seducir por las sirenas de la biología. La medicina no es biología. La medicina usa la biología al servicio de la gente. El objeto de la medicina no son las células, ni las moléculas, sino los pacientes. Si nos olvidamos de eso nos pasamos tratando parámetros bioquímicos en lugar de personas. Y esto genera conflictos y malos resultados, al no tomar en cuenta esa diferencia. Si lo que nos interesa a los médicos es la salud y el bienestar de las personas, tenemos que usar la ciencia como un insumo para lograrlo.
—En su exposición usted recurre a una frase de Paco Maglio: “Ya no alcanza con estar al lado del paciente sino que es preciso estar del lado del paciente” ¿Estar del lado del paciente es también comprender todo lo que rodea a esa enfermedad?
—Es que comprender eso que rodea a la enfermedad del paciente es parte de la enfermedad. La que incluye las condiciones subjetivas, sociales, políticas y económicas. La enfermedad es eso. Tomemos el ébola; en el África occidental, sobre todo en una ciudad que se llama Monrovia, Liberia, tiene una letalidad del 60 al 70 por ciento. Ya se han muerto 2.600 personas. Los ciudadanos americanos que se contagiaron ébola en África fueron evacuados a la ciudad de Atlanta a un centro especializado, la letalidad de los pacientes americanos infectados con ébola es cero, porque el problema no es el ébola. El problema son las condiciones en donde el ébola sucede. La infección se da en personas mal nutridas que no tienen acceso a la salud, al agua potable. Se desarrolla en lugares donde es imposible llevar adelante medidas sanitarias preventivas mínimas. En África la gente no cree en las autoridades y eso incluye a los médicos; porque han sido milenariamente estafados por las figuras que ostenta la autoridad. No creen en la medicina y no siguen los consejos de los médicos en quienes tampoco creen. Y siguen firmes sus costumbres; una de ellas es bañar el cadáver que es una forma extraordinaria de diseminar la enfermedad.
—¿Qué le va a pedir el paciente al médico cuando se siente afectado por una enfermedad de la que tal vez ni siquiera sepa su nombre?
—Va a pedirnos un nombre. Es difícil tener un padecimiento que no tenga nombre. Por eso la medicina le da tanto valor al lenguaje. Tener un nombre para eso que uno siente, atenúa gran parte del padecimiento. Saber que uno no es el único, que hay otras personas a quienes les pasa lo mismo. Saber que hay alguien dispuesto a escuchar su padecimiento, ponerle un nombre y acompañarle en el proceso de atenuar los riesgos y aliviar el dolor. El problema es que la gran mayoría de las enfermedades del presente a las que denominamos hoy enfermedades crónicas no transmisibles, son enfermedades que no producen síntomas y más de una vez el primer síntoma es la muerte del paciente. Todo esto nos debe llevar a apelar más al lenguaje, para convencer a las personas que la enfermedad que tienen se llama “riesgo”.
—¿Qué les pide el paciente concretamente?
—El paciente pide que lo escuchen, la palabra. Un medicamento; lo que básicamente nos piden es orientación, que lo acompañemos en este recorrido existencial para evitar los riesgos y vivir más tiempo de la mejor manera; lo que incluye recomendaciones, medicamentos, acompañamiento, e incluye el establecimiento de una relación a lo largo del tiempo.
—¿Quiere decir entonces que la falta de adherencia al tratamiento es inversamente proporcional a la ausencia de un buen vínculo médico paciente?
—Yo creo que sí. Intuyo que no es la única causa pero es una de las más importantes. Hay muchos pacientes que reciben una carga mayor a la que pueden sostener; yo le doy una carga tremenda y él, a su vez, tiene la capacidad limitada para sostenerla. En ese caso, nuestra responsabilidad es aliviar esa carga.
—¿El ambiente enferma?
—El ambiente es el mayor determinante de salud/enfermedad que existe.
—¿El estrés?
—Enferma cuando es una respuesta patológica a las situaciones ambientales, y cuando se sostiene en el tiempo es profundamente patológica.
—¿No cree usted que vivimos la paradoja de soportar por las condiciones de vida enfermedades silentes y crónicas, con baja adherencia a sus tratamientos; y, a la vez, se ha incrementado la expectativa de vida?
—Esto ocurre en todo el mundo; y creo que es un mérito que la medicina no puede atribuirse. La expectativa de vida no se ha alargado por la medicina, sino por otras cosas: por las estrategias sociales, por las políticas públicas, por el acceso al agua potable, por los ambientes saneados, por la nutrición adecuada, por el cuidado de la embarazada y al recién nacido en el primer año de vida. Es esto lo que ha mejorado la expectativa de vida mucho más de lo que lo ha hecho la medicina.
—¿El médico tiene en cuenta el saber del paciente?
—En una de las mesas discutimos un caso largamente. Era una señora que se resistía a los tratamientos. No cumplía, no iba a las entrevistas; y los médicos se preocupaban ya que veían signos de relevancia en la enfermedad de ella. Hubiéramos tenido que invitarla para que nos cuente sus miedos, su desconfianza, sus interrogantes, su angustia y que nos explique por qué. En realidad nosotros sabíamos “todo” de ella pero no sabemos por qué se resiste a nuestra intervención y es lo que tenemos que saber. Mientras los médicos ignoran que ignoran, los pacientes ignoran que saben. La medicina debe capitalizar ese saber de “experto” que tiene el paciente que ha vivido por décadas con su enfermedad y sabe de ella por haberla sufrido. Es un saber que debemos valorar.
—Usted es, además, un divulgador de los temas médicos, ¿qué piensa del lugar que los medios de comunicación masiva le dan a los temas de salud?
—La divulgación de los temas de la salud es fundamental por varias razones. Primero porque la gente tiene derecho a saber. El saber es público, lo que nosotros hemos aprendido se lo debemos al esfuerzo de la gente que ha sostenido y sostiene la educación pública con una universidad pública y gratuita. Es una responsabilidad y una obligación nuestra la de dar a conocer. Y por otro lado no hay forma de ser libre y de tomar buenas decisiones sin saber.