Y ese día llegó. E impactó con la misma fuerza que los hechos trascendentes en el mundo así lo hacen. En medio de una ola de crecientes rumores, Bernie Ecclestone ha dejado de ser el dueño del circo de la Fórmula 1. Una decisión que se contrapone con lo que en septiembre el propio inglés había declarado ante la prensa mundial al asegurar que desde Liberty Media, los flamantes nuevos propietarios de la Fórmula 1, le habían solicitado que se quedara a cargo por tres años más. Pero nada de eso sucedió: luego de que los estadounidenses aprobaran la compra de las acciones que lo habilitan a la toma de decisiones de la máxima categoría, fue Bernie al primero que hicieron a un lado, despojándolo de su posición de CEO de la compañía –lugar que tomará Chase Carey–, y ofreciéndole el caramelo de ser el presidente honorario y un eventual consultor: un dibujado y edulcorado puesto que el propio Ecclestone no sabe si aceptará.
Es un cambio de época en la Fórmula 1, claramente. Es un momento de quiebre que se referenciará en los libros de historia de la categoría, ya sea por la nostalgia de un pasado; o bien, por el salto de calidad de este deporte. Se trata de un cambio de era, aún más profundo del que se viviera en los románticos años setenta hasta esta parte. Claro que las modificaciones serán tímidas hasta llegar a 2020 cuando finalice el Pacto de la Concordia que se encuentra actualmente vigente. Aunque en las negociaciones previas se podrá observar una tendencia de las intenciones del trío que impulsará ahora a la nueva F1: Chase Caray, nuevo CEO; Ross Brawn, a cargo de las cuestiones deportivas; y Sean Bratches, en el área comercial.
La presencia de Bernie Ecclestone prácticamente adjetiviza en sí misma el propio accionar de la política que el diminuto inglés implementó desde mediados de los años setenta, concentrando un poder absoluto. La Fórmula 1 es lo que es hoy, un fantástico negocio multimillonario con un fastuoso ingreso de dinero por derechos de televisación y taquillas gracias a él. Esta es una verdad absoluta. Su visión a futuro, su tacto por los negocios, su tenacidad para discutir con los promotores, patrocinantes, equipos, primeros ministros e incluso con el presidente la FIA de turno (como la riña de gallos que supo tener con Jean-Marie Balestre), le valieron para ganarse la reputación de ser el dueño del circo. Alguna vez el propio Carlos Reutemann lo sintetizó con una frase que lo ilustra de pies a cabeza: “Ecclestone te discute por un dólar o por un millón con la misma intensidad”.
En tiempos donde las audiencias consumen con voracidad hechos negativos, como violencia, corrupción y donde en las redes sociales todo se cuestiona, se reduce, se minimiza; sería un error negar la influencia de Ecclestone en la Fórmula 1, con todo lo bueno y con todo lo no tan bueno. Pero existe una variable en la vida que es tajante con todos: el paso del tiempo. Y esta cuestión también reclama justicia. El prestigioso periodista británico James Allen, en estos últimos días lo definió con una justeza absoluta: “Ecclestone era un hombre de negocios analógico en un mundo digital”.
Las necesidades del mundo actual, y también de la Fórmula 1 como producto, requerían de una apertura más amplia para conquistar nuevos mercados. Anteriormente bastaba con la invasión de la categoría un fin de semana al año para generar este efecto, para atraer público y con la presencia de ellos más el fenómeno de la televisación vía satélite, por decantación, los espónsors lograban su cometido. Pero actualmente existen nuevos paradigmas, nuevas formas de penetración que, lejanas generacionalmente a Ecclestone, lo dejaron en un off side incómodo. Las redes sociales, Internet y todo este bagaje que, lógicamente, poco tienen que ver un hombre de 86 años, lo fueron apartando a un costado. Y si bien la F1 tuvo avances de este tipo en los últimos años, probablemente no hayan sido suficientes.
La falta de un convencimiento de una política comercial sobre estas plataformas, las crisis económicas mediante, los altos costos de las entradas, y la fallida cruzada de darle la espalda a los circuitos tradicionales por ir en busca de perlas asiáticas, muchas de ellas sin interés en los fanáticos, generó una implosión entre los seguidores, un desgaste en las relaciones con todas las partes. En síntesis, un producto poco ávido para las nuevas generaciones, las mismas que Bernie siempre ignoró. El mensaje de Ross Brawn a horas de su nombramiento es bastante claro: “Necesitamos más simpleza. He visto la F1 en los últimos años como un espectador, y hay momentos en los que ni siquiera estoy seguro de lo que está pasando en la carrera”.
Las nuevas cabezas de Liberty Media hicieron un análisis lógico de esta situación. Notaron que en el último lustro no existió crecimiento alguno pese a la enorme potencialidad que la Fórmula 1 posee. Hablaron con las partes intervinientes, también con posibles nuevos interesados y decidieron, como dueños legítimos, imponer sus condiciones. Eso incluía correr a Bernie Ecclestone a un lado. Permitiéndole al último camaleón, que tantas veces cambió de color, cediendo o imponiendo en la búsqueda de continuar monopolizando su poder, por última vez, quitarse definitivamente su traje para quedar al desnudo de un sepia permanente que, al igual que una fotografía antigua, a partir de ahora, adornará el álbum de fotos de los hombres más importantes de la historia de la Fórmula 1.