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Adiós a Jorge Riestra, el escritor del “decir rosarino”

Perteneciente a una generación de escritores que puso a la ciudad en el escenario de las letras nacionales, sostenía que sus historias tenían origen urbano.

Rosario amaneció este miércoles 3 de febrero con la pérdida de uno de sus escritores insignes. Perteneciente a una valiosa generación de narradores que puso a la ciudad en el escenario de las letras nacionales y universales, Jorge Riestra –que portaba en estos días casi noventa años– nació en 1926 y desde 1948 comenzó a hacer suyo el oficio de escritor. En 1988 y luego de varios libros publicados mereció el Premio Nacional de Literatura mientras sus cuentos se publicaban en revistas y antologías y su nombre adquiría una suerte de reconocimiento del “decir rosarino”, como bien lo define la crítica rosarina Inés Santa Cruz en su libro El rumor de la ciudad, donde examina la trayectoria y los textos de Riestra.

Un escritor de ciudad

Riestra llevó más de ocho décadas en el oficio de escritor. A los 14 años, y seguramente también con pantalones cortos, le puso fecha a su primer relato. Pero  ese “hombre de ojos húmedos”, tal como lo describió Adrián Abonizio en uno de sus cuentos, es autor de libros emblemáticos que forman parte del imaginario popular de la noche rosarina como Salón de billares y El taco de ébano, dos obras referenciales escritas entre 1955 y 1961, que hablan sobre un mundo casi extinto, porque uno de los pocos “cafés” que sigue en pie es el de Sarmiento y Mendoza, lugar al que el notable autor, sin perder su hábito noctámbulo, visitaba dos y tres veces por semana.

“Desde mi primer escrito he visto cambiar al país, he visto mundo…”, había dicho a este medio hace tres años, ocasión en que El Ciudadano lo visitó en su departamento donde vivía desde hacía años, ubicado en la cortada Ricardone y Mitre.

Pero a pesar de “haber visto el mundo”, Riestra se consideraba un “escritor de ciudad”, decía que volvía de sus viajes sin ideas para sus libros porque “las historias surgen de la ciudad”.

Hasta sus últimos días trabajó en una extensa novela que escribía con una vieja máquina de escribir porque nunca quiso usar el procesador de textos de una computadora. Su lugar de trabajo era una de las habitaciones de su departamento en donde siempre lo acompañaba el silencio.

La mayoría de los lectores lo asocian con la noche y los billares, realidad que nunca pudo eludir, aunque sería también una apreciación un tanto injusta porque su primer libro, El Espantapájaros, fue publicado 1950. Dos años antes, un grupo selecto de intelectuales que se reunía en la casa de don Hilarión Hernández Larguía realizó una lectura colectiva de esa obra y todos coincidieron acerca de sus dotes como escritor.

En 1992 los memorables relatos que integran El taco de ébano fueron encontrados por un editor en las estanterías de una librería de viejo en La Coruña y se publicaron en España. Todos sus títulos tuvieron tiradas de miles de ejemplares.

Riestra estaba convencido de que el oficio que eligió era “hermoso”, aún “con su carga de angustia, la que provocaba “el hacer y el no hacer” pero siempre mantuvo una coherencia incorruptible entre lo que hacía y decía: era abogado pero guardó su título en un cajón para crear Salón de billares. Ejerció durante muchos años la docencia en la ciudad, pero también por escribir rechazó una beca de la Universidad de Houston con la que tal vez hubiera dado el salto a Harvard. “Supeditaba todo a la tarea, hasta tenía miedo de casarme y tener hijos”, había confesado. También formó parte de los últimos años de la Biblioteca Vigil, antes de que fuera intervenida durante la última dictadura cívico militar. “No me interesaba el dinero, quería integrar un proyecto con bases democráticas en un país que siempre estaba al borde del totalitarismo”, dijo una vez a este medio.

De café en café

La trama de Salón de billares transcurre en el café “Nuevo Sol”, reducto que existió realmente y cuyo nombre real fue “Los 20 billares”, también conocido como “Olimpia”, que en su época de mayor esplendor funcionó en Rioja entre San Martín y Maipú. Más tarde, en 1977, se mudó a Maipú y Santa Fe hasta que cerró definitivamente en 2002 vaciado por las políticas neoliberales de entonces, al igual que muchos bancos, salas de cine y hasta el ímpetu de la participación política juvenil.

Hoy, donde funcionó el Olimpia, abre sus puertas casi con irreverencia la sucursal de una bombonería. Las góndolas ocupan el espacio que antes llenaban  las mesas de casin y la iluminación estridente y matinal del local reemplazó al humo del cigarrillo que formaba nubes blancas y espesas debajo de las lámparas. “Algunos dirán que el café es mi segundo hogar…”, confesó, y sostenía que ese sitio, motivador de dos de sus grandes obras, era generador de una “especial camaradería entre hombres”. Justamente, en Salón de billares es donde se describe esa esencia y en donde Riestra mostró con fidelidad a esos personajes nocturnos, silenciosos, taciturnos y tangueros que lo frecuentaban y así recordó al “café” durante su charla con El Ciudadano: “Allí no existían las conversaciones sobre la familia o de la mujer como mujer. Tampoco de política, porque la política es separadora”.

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