Murió Diego Maradona. La frase que nadie quería escuchar llegó con el poder inversamente proporcional a las alegrías y a la rebeldía que Diego regaló toda su vida. Y cayó pesada sobre la espalda ya doblada de millones de argentinos. En el medio de tanto desconsuelo, se podría anotar una sola excepción: el poder real, tomado como ese oscuro guante que digita hechos y circunstancias para beneficio de unos pocos. Ese poder real, en la mañana de ayer, tachó de la lista a uno de sus peores enemigos.
El talento de Maradona dentro de una cancha de fútbol fue único, pero su capacidad para desafiar al poder fue casi tan grande como aquella. No por alineamientos políticos, como podrían pensar algunos, ni siquiera por declaraciones provocativas contra cierto sector del poder. El talento de Maradona en el escenario político fue olfatear siempre dónde estaba, por haberlo sufrido, el desprecio por los perdedores de esta sociedad.
El más ganador, el más laureado, conservó siempre, grabado a fuego, la frustración del perdedor. Y contra ella se rebeló toda su vida, a veces sin saberlo. Y por los perdedores sacó pecho cada vez que pudo. Y por los perdedores de una guerra cruel inventó una jugada de otro planeta, a manera de mínimo consuelo.
Maradona era especialista en detectar abusos, porque él, su familia y sus amigos, los habían sufrido en su Villa Fiorito natal. Y porque nunca se olvidó. “Yo sé lo que no es tener para comer”, dijo hace poco tiempo atrás.
Diego manejaba el arte de la rebeldía, porque como todo arte tiene más base práctica que teórica. Por eso se plantó contra la Fifa cuando nadie lo hacía. Por eso fue la contracara del complaciente Pelé. Por eso nunca fue parte del sistema. Por eso fue y es estandarte del ninguneado sur italiano. Por eso, y trascendiendo el fútbol, en 2005 se anotó en la lucha contra la idea de un mercado común dominado por Estados Unidos, y fue el primero en llegar en tren a Mar del Plata para decirle que no al ex presidente norteamericano George W. Bush, en alianza con líderes populares de la región. Por eso se abrazó y lloró con las Madres y Abuelas que pedían Justicia.
“La máquina del poder se la tenía jurada. Él le cantaba las cuarenta, eso tiene su precio, el precio se cobra al contado y sin descuentos”, supo escribir Eduardo Galeano sobre Diego y su final en el Mundial 94, por el escándalo de la efedrina. “Este petiso respondón y calentón tiene la costumbre de lanzar golpes hacia arriba. En el 86 y en el 94, en México y en Estados Unidos, denunció a la omnipotente dictadura de la televisión, que estaba obligando a los jugadores a deslomarse al mediodía, achicharrándose al sol, y en mil y una ocasiones más, todo a lo largo de su accidentada carrera, Maradona ha dicho cosas que han sacudido el avispero”, agregó.
«Mi viejo fue peronista, mi vieja adoraba a Evita, y yo fui, soy, y seré siempre peronista. Y esto no debería ser un problema. El problema es la intolerancia que nos plantaron. Por eso, feliz Día de la Lealtad peronista», escribió en sus redes sociales, en octubre pasado, a manera de resumen de su posición política.
Maradona, fiel a su pueblo, fue un enamorado de su patria. Quería a la Argentina como quería a su familia. La defendió, sintió orgullo por ella, y no le pesó putear a miles de italianos el día que le faltaron el respeto al himno nacional. «Los que no me quieren, repiten una y mil veces que yo apoyé a todos los partidos políticos que gobernaron en la Argentina. Dicen que yo fui peronista, que fui radical, que fui neoliberal. Y, en realidad, al que yo apoyé siempre fue a mi país, sin importar quien gobernara. Yo no fui a golpearles la puerta, y a pedirles una foto, fueron ellos los que me invitaron», se ocupó de aclarar pocos meses atrás.
Claro que en el medio hubo jugadas que no le salieron bien. Y para detectarlas están los analistas escrutadores de miserias ajenas, especialistas en arrojar la primera piedra. Los dueños del VAR de la moral y las buenas costumbres.
Pero les será difícil negar que Maradona fue fiel a su pueblo. Porque ese pueblo hoy le responde a su partida con millones de lágrimas, con corazones estrujados y miradas clavadas en el horizonte, como esperando que sus gambetas vuelvan a dejar tirados en el piso a los que no saben más que pisotear sueños ajenos.
A no dudarlo, desde donde estés, Pelusa, vas a seguir inclinando la balanza a favor del pueblo que te tiene como su hijo amado.