Era 1970. Primero pasaron semanas, luego meses y Peter Green no aparecía por ningún lado. El guitarrista Jeremy Spencer, el bajista Bob Brunning y el baterista Mick Fleetwood, con quienes Green había formado una de las mejores bandas de rock de fines de los sesenta, Fleetwood Mac, lo buscaron afanosamente porque pensaban que podía haber tenido un ataque de amnesia o, en su defecto, que podía haberse quedado a vivir en alguna comunidad en alguna campiña al oeste de Londres, donde abundaban en aquella época.
Es que Fleetwood Mac venía pegando fuerte, porque luego de que su segundo disco, Mr Wonderful (1967), no fuera tan bien recibido, ahora acababan de editar Then Play On, que había trepado vertiginosamente al número seis de los top ten en el Reino Unido.
La banda parecía tener un horizonte concreto y el sello Apple les había propuesta grabar su próximo larga duración, algo que a Green no terminó de cerrarle del todo.
“Después nos van a exigir disco tras disco y no es así como lo hacemos”, había dicho Peter cuando un agente del sello de Los Beatles los contactó. Sus compañeros patalearon pero pensaron que mejor sería convencerlo.
Antes que pudieran hacerlo, una tarde Peter dijo que estaba demorado para asistir a un ensayo y desde ese momento esa demora se hizo permanente.
Spencer, a quien Green había llamado a integrar la banda por su exquisita utilización del slide, recordó que en la última gira europea, cuando tocaron en Munich , Peter también había desaparecido para luego contar que había pasado tres días maravillosos en una comuna hippie.
El asunto residía en que las escapadas venían con un consumo crítico de LSD, la sustancia estrella de la época de la que todos querían abusar.
Luego del “suceso alemán”, Green insistió en el consumo de ácido y su conducta comenzó a tener algunos altibajos.
Riffs contagiosos e irresistibles
Peter Green había reemplazado nada menos que a Eric Clapton en los fabulosos Bluesbreakers, la sustancial armada blusera de John Mayall –con quien grabaría el titánico Hard Road–.
Ya fogueado en el blues y el rock más imaginativo del momento había integrado también, entre 1966 y 1967, Peter B’s Looners, una banda de pop rock fundada por Peter Bardens, líder luego de la magnífica Camel, en cuyo staff figuraban nada menos que Rod Stewart y su amigo Mick Fleetwood.
Esas bandas fueron suficiente basamento para que Green se despachara con esos riffs contagiosos e irresistibles que lo hicieron uno de los mejores guitarristas de entonces pero también en la posteridad ya que pocos volverían a sonar parecido en el terreno del blues-rock.
Temas como “Black Magic Woman” (1968), que después Carlos Santana popularizó en su aclamado disco Abraxas (1970), fue la prueba fehaciente.
Si bien la versión de Santana toca altos picos, la de Fleetwood Mac es impactante y, si se escucha bien, bastante lisérgica, lo que configuraba un signo de época, donde incluso las letras de las canciones solían abundar sobre situaciones personales en clave profunda y sobre un existencialismo donde las drogas eran una apertura a ver el mundo tal cual era –con sus bondades y crueldades– y en el que no cabían las falsedades ni la hipocresía de la clase política que buscaba excusas para hacer la guerra.
Como lo contaron sus compañeros de ruta de ese tiempo, evidentemente a Peter le molestaba cierta histeria que solía montarse alrededor de las bandas y eso lo abrumaba.
Así, solía guardarse entre ensayos para experimentar “distintos estados de la mente”, según lo confesaba, algunas veces con algún amor y la mayoría en comunidades, uno de sus ámbitos predilectos.
Ese bajo perfil hizo que el nombre Fleetwood Mac adoptado por la banda –que hizo su primer concierto y grabó su primer disco con el nombre de Peter Green’s Fleetwood Mac– fuera un gesto de Peter, que insistió en que no quería que se piense que él “dirigía el barco”.
Un álbum de furiosa belleza
Después de la grabación de Mr. Wonderful entró en la banda Danny Kirwan, ya que Green buscaba un guitarrista que se implicase más en sus canciones de modo que Spencer pudiera profundizar su inventivo estilo con el slide.
A poco de ingresar Kirwan, que demostró sus dotes con creces en los afinados y fervorosos contrapuntos con Green, conformando un engranaje sólido que avasallaba cuando las tres guitarras levantaban vuelo coqueteando con riffs fértiles y flexibles a la manera de una experimentación, sin apartarse de la senda del blues y del rock, claro.
Una prueba acabada de esto último sería el tema “Albatross”, que trepó al número 1 en el ranking inglés de canciones a la semana de aparecer en bateas.
El próximo disco que grabarían podría ser parte –si ya no lo es– de los discos que habría que escuchar antes de morir.
Then Play On ofrece una cohesión premeditada y conceptual a través de pistas increíbles en una suerte de cinta de Moebius donde el primer tema es mejor que el último y viceversa; un álbum disruptivo y descolocante –que a este cronista le alumbró 1001 noches con destellos de furiosa belleza– con tres guitarras que, literalmente, encuentran un punto de ensamble magistral y lo han convertido en inoxidable, ya que aún hoy continúa abriendo una posibilidad infinita de escuchas.
Tanto los títulos –el primero lleva el nombre de la banda– como la portada de los dos últimos discos de esa formación fueron de Green.
Spencer dijo a propósito de esta cuestión: “A Peter le encantaba buscar nombres para los discos. Solía venir a los ensayos con una larga lista que luego iba descartando; también lo hacía con las portadas, siempre estaba buscando pinturas que se pareciesen a las que decía haber vislumbrado en sus «viajes»”.
El título de Then Play On proviene del final de una frase dicha por un personaje de Noche de Reyes, una comedia de Shakespeare: “…If the music be the food of love, then play on…” (…si la música es el alimento del amor, entonces sigue tocando…” y la imagen de tapa –un hombre desnudo cabalgando en un caballo blanco– es una pintura de Maxwell Armfiel, un artista británico de fines del siglo XIX, que representa muy bien la contundencia de un disco donde la temática, los arreglos, la homogeneidad van a la carrera para llegar a ser uno de los registros más emocionantes de la historia del rock.
El álbum llegó a alturas impensadas permaneciendo semanas al tope de listas en Estados Unidos y Gran Bretaña pero eso pareció no importarle a Peter Green, quien volvió una noche para anunciarles a sus compañeros que dejaba el grupo.
Lo vieron alejarse del estudio que tenían montado en un garaje en el southwest londinense con un semblante algo sombrío luego de despedirse con una frase que les quedaría sonando un tiempo a sus compañeros. “Estoy llamado a hacer otras cosas, continúen ustedes haciendo flotar a esta maravillosa banda”, les dijo.
Rumores, excesos y regreso
Los rumores sobre su vida posterior dejaron traslucir cierto desequilibrio psíquico debido al exceso en el consumo de ácido, por lo que habría estado recluido, primero en su casa, y luego en una institución psiquiátrica.
También que una vez dado de alta trabajó en un cementerio hasta que volvió a agarrar una Gibson.
Fueron rumores porque a su vuelta a los escenarios, a mediados de los ochenta, él negó parte de todo eso pero luego volvió a desaparecer.
Recién sobre fines de los noventa, algo renovado y más carismático aunque excedido en peso y con menos pelo, hizo un par de giras con Peter Green Splinter Group, una banda con la que editó un par de discos pero que no cuentan con la destreza lúcida de aquellos memorables acordes que admiraron no pocos grandes del rock como Peter Frampton, Stevie Van Zandt, Steve Vai, Jimmy Page, Keith Richard y B.B. King, entre otros.
Peter Green, uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos, compositor de temas sublimes como “Man of the World”, “Oh Well”, “Stop Messin’ Around” o la mencionada “Albatross” murió el último sábado, a los 73 años, en Inglaterra.