“Soy Juana González, de Avellaneda y Peronista”, se definió en alguna oportunidad quien fuera conocida bajo el popular seudónimo de Rita La Salvaje. Destacada figura de los escenarios rosarinos durante las décadas del 40, 50 y 60, la bailarina marcó un hito en la cultura popular local gracias al desprejuicio de mostrar su cuerpo sin censuras en bailes audaces que la llevaron a la fama. Con 88 años, el hito se convirtió en leyenda. Juana González falleció en el mediodía de ayer, en la sala del policlínico de Pami, al que había llegado con un típico cuadro de otoño, al que no pudo sobreponerse. La Municipalidad se hizo cargo del sepelio y sus restos serán enterrados hoy. Ahora Rita vivirá por siempre en la memoria colectiva de Rosario.
Juana nació en la Isla Maciel (partido de Avellaneda), en el sur del Gran Buenos Aires, el 15 de junio de 1927, pero eligió Rosario como lugar de residencia cuando se escapó de su hogar a los 16 ó 17 años. Una vez en la ciudad, hizo su primera actuación en el cabaré Tetuán (Santa Fe al 1500) donde buscaban a una bailarina “con buen cuerpo”. El suyo era espectacular. A partir de allí, comenzó su vasta carrera donde se desempeñó en bailes como mambo, afrocubano, caravana y danzas árabes.
Su particular apodo surgió en sus espectáculos en Chile y Brasil, donde se presentó bajo el seudónimo de Rita Day por su similitud con la actriz estadounidense Rita Hayworth, mientras que el apelativo fue obra de un presentador brasileño, quien sorprendido por los movimientos de la joven, exclamó: “¡Qué salvaje!”.
“Me gustaba vivir la noche, de noche, trabajaba, pero nunca hice la prostitución, jamás pisé un quilombo y siempre fui respetada por todo el mundo. Me hice respetar”, contó la bailarina en ocasión de una entrevista.
Viajó por el país y también recorrió el mundo con sus actuaciones: Uruguay, Venezuela, Nicaragua y Panamá. Sus números, “La caramelera”, “La viuda” y “El ventilador” sorprendían por la osadía de Rita a afrontar sin tapujos desnudos completos.
“Tenía que hacer tres funciones por noche, y en otro lugar dos funciones por noche. Empezaba a la 1 y terminaba a las 4 de la mañana. Todos los días. Hablaba con el público, le tomaba la copa. Después me desnudaba”, relató La Salvaje, acerca de los shows que realizaba en el cabaret Casino de Rosario, en los años 60.
Hasta el Polaco Goyeneche supo sacar alguno de los caramelos que quedaban en las zonas más admiradas de su cuerpo. Astor Piazzolla tocó su bandoneón al lado de ella, como también lo hizo el célebre Cholo Montironi. Actuó en los escenarios locales hasta 1982, y más también: los mismos que la veían cuando era una veinteañera, la seguían disfrutando cuando llegaba a los sesenta. Cuando bajó del escenario corrió el rumor de que había fallecido. Le robaron todas sus pertenencias mientras ella estaba internada en un neuropsiquiátrico donde permaneció hasta comienzos de los 90. “ Me dieron a tomar algo y me caí para atrás, un desmayo, aparecí en el hospital, en Suipacha y Santa Fe. Me mandaban a la casa y al tercer día otra vez no conocía nada y volvía. Me sacaron de Suipacha y Santa Fe y me llevaron a vivir a un hogar, ahí me jubilaron, entonces vino una chica y le pregunté dónde están mis cosas y me dice que están en un museo. El doctor llamó al dueño del museo y vino y me dijo que no había nada mío. A la gente que trabajaba conmigo les dijeron me había muerto”, confesó Rita.
Una vez dada de alta, el entonces secretario de Cultura de Rosario, Enrique Llopis –quien además compuso un tema en su honor– le gestionó una pensión oficial. “Una chica me hizo con el Pami, porque los muchachos del loquero me pegaban. Todos locos y yo no estaba loca. Al otro día vino Enrique Llopis con la esposa y me prometió que me iba a sacar. Me dio una pieza. Después estuve en un departamento pero se armó un lío porque yo no tenía plata para pagar”, agregó la mujer.
En sus relatos, contó que se enamoró sólo dos veces. A ambos los conoció en el cabaret, bailando. Pero le pidió a Dios no enamorarse más y así fue. Al final sólo una imagen de Jesús y una de Eva Perón eran su compañía. La vieron miles de todo el país pero nadie la ayudó: “Yo estaba internada, no fueron capaces de llevarme ni un clavel. Todo eso es dolor para mí”, recordó con amargura.