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Adiós al predicador de América

Cerca de cumplir la centena de años, el mediático predicador evangélico estadounidense Billy Graham murió este miércoles en Montreat, un pueblo de Carolina del Norte, donde residió las dos últimas décadas de su vida.

Cerca de cumplir la centena de años, el mediático predicador evangélico estadounidense Billy Graham murió este miércoles en Montreat, un pueblo de Carolina del Norte, donde residió las dos últimas décadas de su vida. Confidente de varios presidentes norteamericanos, con los que no hacía distinción de línea política, Graham atendió por igual a Richard Nixon, fue consejero espiritual de George W. Bush, tuvo una extendida relación con Martin Luther King, y, en una época de crisis, se hizo íntimo de Bill Clinton. Acciones suficientes para considerarlo como uno de los pastores más influyentes de la historia de Estados Unidos. Orillando los 90 años, un cáncer de próstata y el Parkinson lo hicieron abandonar los púlpitos y los multitudinarios sermones que él llamaba cruzadas. Esa cercanía a las figuras prominentes de su país pusieron en evidencia su tremendo carisma, pero como no podía ser de otra manera, tuvo una considerable cantidad de admiradores y críticos.

Millones de seguidores

Graham fue muy polémico por el universo de sus concepciones ideológicas. Defendió la guerra de Vietnam y al mismo tiempo, en una oportunidad, pagó la fianza de Martin Luther King cuando fue encarcelado por encabezar las luchas por los derechos civiles en su país. Su larga vida le permitió interesarse por distintas problemáticas de su país con miradas muy diferentes según quién estuviera gobernando. De este modo fue interlocutor tanto de Harry Truman como de Barack Obama, lo que demostraba también su habilísima condición de comunicador. No resulta extraño encontrar frases que remiten a Dios o a la Biblia en muchos de los discursos políticos estadounidenses, provengan de republicanos o demócratas, lo que podría redundar en que la influencia de Graham, frecuentador de muchas de las personas que los pronuncian, ha sido decisiva. En las semblanzas que le hicieron en distintos medios, algunas firmadas por sociólogos, fue reconocido como “el evangelizador más poderoso desde Jesús”. Se calcula que los asistentes a sus sermones sumaron cerca de 220 millones de personas, entre los que dio en su país y en el extranjero. Hizo cientos de apariciones en distintas cadenas televisivas y publicó alrededor de 30 libros entre los firmados por él y los escritos en colaboración.

Pornografía, Vietnam y Clinton

Locuaz, gran conversador e incisivo en sus apreciaciones, Graham ayudó a Bush hijo a superar el alcoholismo y permitió que el republicano renaciera en las lides políticas. En varias conversaciones sostenidas con Nixon y recogidas en cintas, se develan algunos de los grandes claroscuros del pastor, tales como comentarios antisemitas de los que se disculpó muy tardíamente. Graham coincidía con el republicano en que los judíos de izquierda estaban controlando los medios de comunicación. “Son los que publican pornografía y suelen ser alcohólicos incurables”, decía, “hay que romper el dominio de estos personajes o el país se va por el desagüe”. Fue también un entusiasta defensor de la guerra de Vietnam como muy crítico a las movilizaciones en contra; su apoyo a la lucha por los derechos civiles fue más discreta al principio y luego se tornó más explícita con los años. En 1957 Martin Luther King le acompañó en una de sus cruzadas en Nueva York y tres años después, cuando King fue arrestado, el predicador dijo que era injusta y pagó la fianza para que el líder fuera liberado. En estos días se cumple el 50º aniversario de la muerte de Luther King y también del año que conmocionó a los estadounidenses en la lucha por la opresión que sufría la población negra. En sus últimos años, Graham moderó su discurso, al principio marcado por una interpretación muy fundamentalista de la Biblia y entusiasmó a otros no demasiado convencidos de sus predicamentos. Uno de los últimos sermones por los que se lo recuerda es el que dedicó a los jóvenes, a los que para seducirlos les habló de Madonna o la última entrega de la saga de La Guerra de las Galaxias. No era la primera vez que Graham apelaba a un discurso que se aggionaba a los vaivenes de la época, adelantándose de ese modo a los recursos utilizados posteriormente por líderes religiosos de diversas creencias, que hacían hincapié en aquellas motivaciones que movilizaban a las juventudes para seducirlas.

Consecuente ambigüedad del último discurso

Un fin de semana a mediados de agosto de 2005, en Nueva York, Graham se despidió de sus feligreses en la que fue considerada su última cruzada espiritual. La ciudad era la misma que lo vio surgir en 1957 en el escenario del Madison Square Garden. Ante 80 mil seguidores, el predicador dio un emotivo discurso y el acto es todavía recordado como uno de los momentos inolvidables de su trayectoria, y los asistentes, que soportaron estoicamente el calor de la noche neoyorkina, recuerdan que Graham confió alguno de sus miedos más grandes. En el silencio del parque Meadows, en pleno distrito de Queens, el pastor dijo que nada le importaba más que su país y los jóvenes que lo habitaban, a quienes veía presos de las ofertas demenciales de una sociedad de consumo. Insistió en que deberían resistir las tentaciones que se les ofrecía cotidianamente y que debían preocuparse porque sus aspiraciones fueran aquellas que tuvieran en cuenta a los otros, a los que necesitan alguna ayuda. Esa fue la ocasión en la que Clinton ofició de presentador y, micrófono en mano, dijo que el pastor es “un hombre de amor” que vive de acuerdo con su fe. El predicador había cautivado a Clinton cuando, a finales de los años cincuenta, se negó a dar su sermón ante un público en Arkansas en el que los negros habían sido segregados. “Lo sigo desde entonces”, reconoció el ex presidente, que había ido al emotivo acto junto a su esposa. Graham le respondió invitándole a que se convierta en un nuevo evangelizador y deje a Hillary “dirigir el país”. Ese noche su último púlpito fue simple, de madera, con una única cruz pero con una potente iluminación que hacía emerger la figura de Graham entre la penumbra del parque. Ese sermón fue traducido a veinte lenguas y fue dedicado a los jóvenes, que lo interrumpieron sucesivamente en aplausos. “Los jóvenes quieren ser amados, reconocidos como individuos, aceptados y escuchados. Quieren seguridad, autoridad, disciplina y alguien en quien creer, para satisfacer sus corazones”, había dicho para cautivarlos valiéndose de un lenguaje coloquial muy a tono en esos años. Ese último discurso no hizo otra cosa que poner en evidencia los pliegues ondulantes de sus posturas ante las grandes problemáticas de su país. Un discurso para entusiasmar a jóvenes que muy pronto irían a morir a Irak o Afganistan.

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