Es difícil saber cómo y cuándo se forjan las amistades, quizás no haya un hecho desencadenante sino que se trate de un proceso, de un devenir de acciones en el tiempo que afirme lazos, que genere empatía y simpatía. Y cuando se comparten sueños, anhelos y pasión, esos sentimientos se magnifican y la unión se hace más estrecha.
Cuando Adrián Boccia y Pablo Fernández comenzaron a jugar al básquet en la escuelita de Provincial no sabían lo que depararían el futuro para sus vidas y tampoco eran conscientes de que serían jugadores profesionales de básquet. Lo podían soñar, eso sí, como se sueña en ser veterinario, astronauta o más acá en el tiempo youtuber o tiktoker. En ese momento sólo se trataba de “jugar”, de correr todos detrás de la pelota y aprender en medio de la diversión.
El deporte les mostró el camino y les enseñó su lugar, los expuso rápidamente a la mirada externa en una camada formidable que se cansó de ganar en inferiores y que a muy corta edad los colocó en el grupo de enormes promesas que hizo el recorrido de selección rosarina, luego santafesina y después argentina. Algo que es ciertamente para elegidos, para Pablo y Adrián se hizo algo habitual: viajes, concentraciones, muchas victorias y algunas derrotas, alguna bronca y decepción, pero el doble de alegrías. La unión se hizo profunda, la admiración mutua y la amistad para siempre.
En 1998 El Ciudadano los reunió al regreso del Sudamericano de cadetes en el que les tocó perder la final ante el local Venezuela. Julio Lamas era el técnico albiceleste y contó con los pibes del Rojo, que estuvieron en la redacción del diario con sus medallas y en ese momento repasaron detalles del torneo pero también de las chances que analizaban para emigrar.
A casi 22 años de aquella entrevista, sus carreras en el básquet son motivo de orgullo para ellos, su familia y la ciudad. Pero le suman vigencia absoluta, con la renovación de Boccia en la Liga A con Boca Juniors por dos años y la llegada de Fernández a Sportivo América para ser el jugador franquicia de un equipo que intenta convencer a la ciudad de que es posible tener básquet grande en casa.
Y a casi 22 años de aquella entrevista, se juntan para charlar otra vez y recordar un poco. “Seguimos en contacto permanente con los chicos de Provincial porque nuestro grupo de amigos se formó ahí. Son horas y horas que pasábamos adentro del club, jugábamos desde el fútbol hasta el ladrón y poli. Son los mejores recuerdos, la mejor inversión de horas”, resume Pablo Fernández, quien recuerda la nota y repasa algo del recorrido: “Ufff, 22 años ya. Estoy muy contento por lo que me tocó, he transitado muchos estados gracias al básquet, he recorrido el país, y tuve la suerte de conocer mucha gente. Pero no sólo el recorrido es importante sino también con la vigencia que se transita”.
Y Boccia lo reafirma: “Provincial es mi casa, mi vida, mi familia. Nos criamos adentro del club e hicimos grandes amigos. Pasábamos todo el día en el club y cuando digo todo el día es literal. Le debo todo. Y coincidió con que éramos un muy buen equipo. Es más, siempre hablamos de alguna vez volver a juntarnos para jugar en Provincial otra vez”.
“Con Pablo más que amistad somos hermanos. Nos conocimos muy chiquitos, desde los 6 o 7 años porque nuestros viejos iban al club. Te diría que nos conocemos con la mirada, porque además los dos tuvimos la chance de jugar al básquet y de vivir de esto. Son muchos años atrás de la pelotita, pero vigentes y con la misma pasión desde el primer día. Eso habla de nuestra filosofía de vida, de como vemos el básquet y de que somos bendecidos de poder seguir jugando”, completa el alero xeneize.
“No recuerdo puntualmente cuándo nos conocimos, pero éramos muy chicos, nos criamos dentro del club. Son esas amistades reales, duraderas, es una persona que quiero mucho, por los valores que tiene. Son hermanos de la vida que uno elige”, coincide Pablo.
Boccia también mira hacia atrás y se siente satisfecho con lo logrado: “En esa nota del 98 era un nene, estaba recién arrancando y no sabía lo que me esperaba aunque nos iba bien, porque había buenos indicios. Arrancó la aventura en Boca y a pesar de los miedos y del gran paso para mí y mi familia, hoy puedo decir que soy un privilegiado. Debuté rápido en la Liga, jugué diez años en España, llevo otros diez en Argentina. Hubiera querido consolidarme en la máxima categoría de Europa, pero sería injusto pedir más, porque además tengo aspiraciones de seguir haciéndolo bien, de estar a pleno hasta el último día de mi carrera y dejar todo”.
Las vivencias fueron tantas que cuesta hacer foco en momentos puntuales a elegir. “Creo que uno de los recuerdos más lindos que uno tiene, son las primeras experiencias en un torneo fuera de tu casa, como cuando jugamos y salimos campeón con provincial en Mar del Plata, luego las selecciones de Rosario, las primeras concentraciones, para después pasar por Santa Fe y la selección de Argentina . Todos los pasos son lindos, llevan responsabilidad, luego la etapa de reclutado en la Liga, y así puedo seguir….”, rememora Fernández, mientras que Adrián le suma su experiencia albiceleste: “Son muchos momentos fuertes. Primero jugar con los amigos y lograr cosas, pero también haber vestido la camiseta Argentina en mundiales, panamericanos, lo que hicimos en el Sub 21 y después de grande retornar a la mayor”.
Y Adrián se refirió a la determinación de Pablo de retornar a Rosario para jugar esta temporada de la Liga Argentina en Sportivo América, pero también dejó una pista para el futuro que ilusiona: “A Pablo lo veo en una etapa en la que la familia se instaló en Rosario, en la él tiene ganas de poner al básquet de acá lo más arriba posible. Es un referente de la categoría y eso va a ayudar al club en todo sentido. Creo que puede hacerle bien a la ciudad, ojalá armen un gran equipo y la gente acompañe. Rosario es una plaza esperada por todos. Creo que están yendo de a poco pero con un proyecto interesante, creo que Hugo Luna está haciendo las cosas bien y también le agradezco lo bien que me tratan cuando estoy en Rosario”.
“Ojalá pueda venir a jugar un año acá la Liga A, que se pueda instalar el equipo. Pablo pone la primera piedra y ojalá le vaya muy bien. Es lo que más queremos, que Rosario tenga un equipo en la Liga. Yo voy a seguir en Boca dos años y vamos a ver como estaré a los 40, quién te dice que si estoy en forma podemos jugar juntos un año con Pablo. Nunca se sabe, aunque no quiero hacer futurología”, dispara el talentoso jugador xeneize, quien espera tener fecha cierta para volver a jugar: “El último partido que jugué fue el 12 de marzo y es mucho tiempo. No paré, entrené hasta en el garaje del departamento, me monté un gimnasio en mi casa en Buenos Aires y después ya acá en Rosario no aflojé. Tengo sentido de pertenencia por Boca, que está armando un buen equipo y esperemos tener pronto una fecha para jugar”.
La pandemia tuvo un detalle positivo para Pablo y Adrián, les permitió estar en la ciudad y más cerca de los afectos, más allá de las restricciones que todos sufren. Y día a día corren, tiran al aro, y charlan, afirmando una amistad tan extensa como sus vidas y enlazada por un par de amores compartidos, el club y el básquet.