Por Guillermo Bigiolli / Especial para El Ciudadano
¿Qué fue de los pibes que escucharon la Renga desde afuera? Miguel sigue laburando en el taller del padre. Formó familia, se casó con la flaca Andrea. Andrea tenía problema en la gamba izquierda: era más corta que la derecha. No te jodo. Increíble pero real. Rubén murió a principios del 2000, se le esfumó el hígado. Los últimos años temblaba si no tomaba alcohol, así anduvo hasta que la cirrosis lo venció. ¿Y vos, Anguila? Yo sigo de funebrero pero ahora trabajo en el cementerio La Piedad.
Tenían 15 o 16 años aquella noche. Estaban sentados en la vereda de Avenida Pellegrini casi esquina Alem. Era la puerta del boliche Conga. Tomaban unos vinos con 7up y fumaban porro mientras escuchaban que adentro tocaba una banda. “¡Escuchá, boludo!, es un tema de los Clash”. Lo que sonaba era “El Blues de Bolivia”. Te hablo del comienzo de los 90. La Renga estaba dando su primer concierto en la ciudad de Rosario y estos 3 amigos no tenían ni idea quiénes eran.
Fue en un margen de 3 o 4 años que la banda de Mataderos pasó de tocar en una casa de la avenida Pellegrini a llenar medio estadio de fútbol. El Anguila me dice que la última vez que los vio fue en el cierre del festival por el 20 aniversario de las Madres de Plaza de Mayo en la cancha de Céntral. Me cuenta que la tribuna superior que da espalda al río estaba repleta de público que solo había ido a ver a La Renga. Recuerda que fue un recital bárbaro, con muchas bandas y mucha mística, pero ya pasaron un par de décadas y solo quedaron diapositivas en su memoria. En la actualidad, La Renga lleva más de 30 años de carrera y una convocaría masiva consolidada y fiel.
El sábado pasado el Bulevar Oroño se partió al medio como el mar rojo de Moisés. La comunidad renguera peregrinaba de a miles, agitando trapos entre los carritos de comida ubicados sobre la vereda que da al rosedal y los puestos de merchandising de vincha, gorro, bandera, ubicados en la vereda del laguito. Todo un movimiento de economía popular que hasta la mismísima C.T.E.P. se pondría colorada al ver tremendo despliegue. La Renga iba a tocar en Rosario una vez más. Y por segunda vez en el estadio Marcelo Bielsa; ubicado en el corazón del Parque Independencia. Hacía mucho tiempo que no veía una producción técnica de esta magnitud. Un mecanismo de relojería para que estalle el rock n roll en una noche de primavera cargada de lluvia. La Renga desplegó casi 3 horas de concierto sobre un escenario descomunal. Presentaron una lista de 31 canciones: nuevas y repaso de clásicos. Lo que corresponde en un “banquete” rengo. Además show de luces y dos paredes de pantallas trasmitiendo imágenes en vivo y animaciones. Hasta un bicharraco inflable al estilo AC-DC salía por un costado de la batería. Y para mayor goce de quienes asistimos: el cielo nublado a espaldas del escenario se pintaba con relámpagos que se festejaban como goles. La lluvia esperó a que sonaran los acordes de “Hablando de la libertad”, último tema, para precipitarse con ternura y bendecir al público sofocado que no paraba de agitar.
Es La Renga una banda que musicalmente no escapa a la polémica, sobre todo a la polémica que imponen los “paladares negros” del rock, que la definen como una banda mala. El guitarrista Chizzo Napoli tiene una espalda inmensa para cargarse su patriada al hombro. Tete y Tanque, bajista y batero, le arman el encofrado para que Chizzo lo rellene con su rock sólido. La noche del sábado 19 de noviembre se convirtió en una fiesta, en una fiesta popular. La juventud argentina sigue eligiendo (cada tanto) un rock n roll sin más pretensiones que sentirse vivos. De eso se trata la cosa.
El heroico guitarrista Wilko Johnson declaró en una de sus últimas entrevistas: “El rock and roll está destinado a celebrar la alegría de estar vivos”. Volver a las calles es volver a la carga con la vida como estandarte. Todavía seguimos rompiendo el aislamiento que nos impuso la pandemia. Desde varios puntos del país llegaron 40 mil almas que se congregaron para intentar pasarla bien un rato. Esto no es un gesto cotidiano. Se celebra o se hace la vista a un lado. Al escuchar “A la carga mi rock n´ roll” me quebré instantáneamente. Explosión de lágrimas en mis ojos y corear a los gritos. Una canción que forma parte de un disco que le dibujó un tajo a la década de los 90. La década de mi adolescencia. Una década de enfrentamientos con un enemigo módico: el menemismo. Mucho pogo y mosh intenso. Con batallas perdidas y querencias que fueron quedando en el camino. Se me vino encima todo eso. Entonces até con tripa mi corazón negro. No tenía más que abrazarme al anonimato de la masa, cantar, tocar la guitarra invisible y llorar riéndome.
Amigo, ¿no tenés una tregua que te sobre?