Pasadas las 22 del lunes, los habitantes de la cuadra de Calvo al 1300, en barrio Parque Casas, aprovechaban el viento fresco que mitigó el calor que marcó la jornada. Uno de los vecinos era Diego Alejandro Pérez, un hombre de 30 años que charlaba con un amigo en la entrada de su vivienda, que compartía con su hermano y está ubicada al fondo de un pasillo. Fue su última noche: a través de la escasa iluminación apareció una moto con dos ocupantes, uno de los cuales bajó del rodado y sin vacilar descargó un cargador sobre el cuerpo de Pérez que atinó a guarecerse sin éxito y cayó fulminado. Más tarde el médico policial constataría 21 orificios de bala. “El hecho no es solamente quitar la vida, sino dejar un mensaje”, dijo el fiscal Adrián Spelta, quien enmarcó la ejecución en una disputa por el control territorial del negocio del narcomenudeo.
Diego Pérez tenía antecedentes por infracción a la ley de drogas en dos ocasiones. Y por extorsión. Su última aparición con vida en la crónica policial fue hace un año y medio, cuando los investigadores andaban detrás de dos pesos pesados del sector: Emanuel “Ema Pimpi” Sandoval y su hermano Lucas. Ema Pimpi ya había ya había cobrado notoriedad a partir de la balacera que sufrió en su casa el ex gobernador de Santa Fe Antonio Bonfatti, en octubre de 2013, hecho por el cual recibió una condena abreviada en la que se computaron otros dos hechos.
La madrugada del 27 de junio de 2017 los hermanos Sandoval se encontraban prófugos y acusados de una doble tentativa de homicidio en un búnker de la zona. La PDI allanó una vivienda apuntada como aguntadero y allí encontraron a Diego Pérez junto a tres personas a quienes les secuestraron 87 dosis de cocaína listas para la venta.
21 agujeros
Este lunes por la noche, un dúo motorizado y amparado por el anonimato del uso de casco llegó hasta un pasillo de calle Calvo al 1341. Allí Pérez charlaba con un amigo y cuando vio las intenciones de los recién llegados era tarde: los plomos lo alcanzaron en la espalda cuando quiso correr hacia su casa y en el suelo lo remataron a quemarropa. En palabras de un vecino: “Lo calcinaron a balazos”. Nadie más sufrió lesiones. Un perito de criminalística constató 21 orificios en el cuerpo. “Eso también forma parte del mensaje. No era a cualquiera. Era directamente a esta persona”, dijo el fiscal en una entrevista a Radio Fisherton.
“La primera hipótesis es que este crimen está vinculado con dos bandas que operan en la zona. Las personas que entrevistamos nos dijeron que Pérez estaría trabajando para una de las bandas y habría pretendido alejarse para formar parte de la otra o bien quería abrirse del negocio. Como consecuencia de ello, se tomó una suerte de medida”, echó mano a un eufemismo Spelta. Datos que apenas son la punta del icerberg de una trama en la que las llamadas medidas son primero las amenazas. Y luego, el asesinato aleccionador.
El fiscal reconoció que para los detectives es difícil conseguir testimonios por el temor de la gente a involucrarse en cuestiones que ponen en riesgo su vida: “Se trata de lugares de difícil acceso donde viven la víctima y el grupo de victimarios. Por más que uno dé con el autor del hecho es difícil que los vecinos declaren porque es mucha la gente que forma parte del grupo de la banda”.
El caso Nair
Hace 18 días, a sólo dos cuadras, por Washington al 2100, en el sector conocido como Puente Negro, mataron a Nair Riquelme, una joven de 20 años integrante de Manos Solidarias Rosario. La chica estaba de visita en esa casa cuando dos tiratiros irrumpieron en el pasillo y un disparo la alcanzó en la cabeza. La hipótesis es que Nair fue un blanco equivocado: “No era para ella, era para la dueña de casa. Fue por la venta de estupefacientes”, confió un investigador.