«La heterogeneidad del español peligra cuando determinados Estados o instituciones, como el Instituto Cervantes y la Real Academia Española (RAE), buscan entronizar una lengua (o variedad de lengua) con un estatus simbólico superior, política que genera la creencia naturalizada en su superioridad (o carácter hegemónico), y cuyo efecto inmediato es el desplazamiento de otras lenguas y variedades al nivel de lo dependiente, lo ilegítimo, lo desautorizado». Así se planteó en el Manifiesto del I Encuentro Internacional: Derechos Lingüísticos como Derechos Humanos, organizado por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) junto al colectivo de artistas “Malas lenguas”, que abrió el debate a la par que se posicionó como un espacio crítico y de disidencia al VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (VIII Cile), que se realizó en La Docta del 26 al 30 de marzo pasados.
Comienza en Córdoba el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española
La apertura de este primer Encuentro se concretó el martes 26 de marzo, en el pabellón Venezuela de la Ciudad Universitaria de La Docta, con las palabras de bienvenida a cargo de Juan Pablo Abratte, decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC, una conferencia de la doctora en Lingüística Elvira Narvaja de Arnoux (Universidad de Buenos Aires); y un homenaje a Osvaldo Bayer, en el que participaron María Teresa Andrueto, Flavia Dezzutto y Diego Tatián.
Comenzó en Córdoba el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española
El foro de reflexión, en el que también participaron, entre otros, Daniel Link, Horacio González, María Moreno, Mempo Giardinelli, Graciela Bialet, Florencia Garramuño, Américo Cristófalo y Liliana Herrero, propuso “una reflexión y una práctica que registren la heterogeneidad, las tensiones, los conflictos, los sometimientos de lenguas y formas de hablar disidentes o minoritarias, y a la vez invitó a un desborde inventivo de la manera en la que hablamos mayoritariamente”.
Las lenguas originarias estuvieron en el centro de la discusión que propuso el Encuentro; también el lenguaje de los sordos, las lenguas contaminadas de los migrantes, para pensar y promover formas efectivas de bilingüismo y generar una hospitalidad universitaria a las diversas estrategias de resistencia indígena contra la glotofagia y los genocidios lingüísticos. En esa línea, fueron invitados especialmente representantes de esas comunidades para pensar en interlocución viva, cultural y política, el destino de lenguas como el guaraní, el quechua, el mapudungún, el wichí.
En la oportunidad, El Ciudadano dialogó con el decano Abratte, quien es doctor en Ciencias Sociales y especialista en Ciencias de la Educación y en políticas educativas en la historia de la educación argentina.
Arrancó el Congreso de la Lengua y el recuerdo de Rosario 2004 estuvo presente
—¿Cómo surgió este encuentro alternativo al VIII Cile que tuvo a Córdoba como sede?
—Desde el primer momento planteamos que esto no era algo pensado como un contra congreso, sino que era un espacio de reflexión, de discusión al interior de la Facultad de Filosofía y Humanidades con otros ámbitos académicos de la Universidad Nacional de Córdoba y de otras universidades del país y de la región, y sobre todo con organizaciones sociales con participación de la comunidad. El encuentro surgió inicialmente con un manifiesto en el cual se planteó la idea de los derechos lingüísticos como derechos humanos y la relevancia que tiene para nosotros el tema de los derechos humanos y entender a los derechos lingüísticos en la base de los derechos humanos en la medida en que las distintas comunidades en los distintos grupos y los individuos tengan posibilidades de hacer escuchar su voz y de reconocer sus lenguas. Planteamos la cuestión de la diversidad de lenguas, no de una idea del multilingüismo histórico sino la de un plurilingüismo entendiendo que la lengua es una construcción social, política y que entonces el desafío era reflexionar sobre las lenguas originarias, sobre el lenguaje inclusivo, sobre el lenguaje académico, y sobre las producciones editoriales.
—Transcurrido el Encuentro, ¿qué balance hicieron del mismo?
—Tuvimos mucha repercusión. Participaron colectivos de artistas y de editores independientes de Córdoba, y organizaron una gran cantidad de actividades. Tuvimos tres sedes en las cuales funcionó el encuentro: dos en la Ciudad Universitaria y una en el auditorio de Luz y Fuerza. Todas las actividades que desarrollamos durante el encuentro estuvieron a pleno, con mucha participación. La verdad es que para nosotros fue muy importante el evento institucional, académica y políticamente.
—¿Ustedes habían sido invitados a participar del VIII Cile?
—Como facultad no fuimos invitados a participar de la organización del VIII Cile. Sí participó fundamentalmente la Facultad de Lengua de la UNC. Fuimos invitados como autoridades a los actos, pero efectivamente nosotros decidimos no asistir por una cuestión de posicionamiento crítico respecto de ese evento y respecto del lugar de la Real Academia Española. Un posicionamiento donde apostábamos a generar un espacio de reflexión, de discusión, de debate desde nuestra facultad, particularmente con la carrera de Letras que tiene un tema como objeto. Pero nosotros también tenemos Antropología, Geografía, Historia, Ciencias de la Educación, Bibliotecología y Arqueología; un conjunto de carreras donde la lengua, los lenguajes, y los formatos de expresión de este lenguaje, son temas fundamentalmente de las humanidades y entonces atraviesan a todas las carreras. Con todo, algunos docentes de nuestra facultad participaron del Encuentro y también del Congreso. Hubo gente como Mempo Giardinelli que decidió participar en los dos eventos y que efectivamente llevó una voz crítica al VIII Cile.
Giardinelli criticó las políticas del gobierno nacional y al neoliberalismo
—¿Consideran que el lenguaje inclusivo llegó para quedarse?
—Decidimos incorporarlo a la agenda de discusión de Encuentro, más allá de que es un tema que no se puede obviar, porque es imposible pensar que el lenguaje es solamente una cuestión canónica o una cuestión de normativa. Creo, efectivamente, que el lenguaje inclusivo está vivo, y por lo tanto, aunque uno no quiera tratarlo, aparece en la discusión. Por otro lado, ahí puede haber diferentes posiciones incluso dentro de nuestra facultad. No es que tengamos una visión homogénea. Está claro que la mayoría de los miembros de la facultad pensamos que el lenguaje inclusivo supone en términos de derechos lingüísticos la posibilidad de apostar a la igualdad de género, la posibilidad de incorporar un lenguaje no binario que incorpore otro género más allá de hombre y mujer y que efectivamente tiene que ver con un proceso mucho más amplio pero que es la expresión de la visibilidad de grupos, de sujetos que en el lenguaje oficial y en las formas binarias del lenguaje quedan excluidos de las categorías lingüística. En este punto, esto es un proceso social, un proceso que no podemos definir de antemano cómo se va a instalar dentro de los modos del lenguaje hegemónico, pero obviamente nos parece que es importante reflexionar sobre el lenguaje inclusivo y entenderlo en el marco de los derechos lingüísticos, y en el marco más amplio de los derechos humanos.
El VIII Congreso Internacional de la Lengua Española culminó, el debate continúa
—Aunque ustedes se posicionaron por fuera, ¿qué reflexión les merece lo que dejó el VIII Cile?
–No vamos a evaluarlo pero sí me parece importante que estas voces críticas se hayan expresado como lo hicieron. El discurso de Mempo Giardinelli y el de María Teresa Andruetto para nosotros fueron muy importante, porque esas voces tuvieron un lugar más allá de qué posición podía tomar de la Real Academia y los organizadores respecto de esos discursos. Ambos plantearon que querían participar en ambas instancias (el encuentro y el congreso) y que iban a tener una coherencia en su participación y en su posición y que querían llevar esa posición a los dos espacios. A nosotros en este punto nos parece importante que estas voces hayan tenido lugar, después veremos cómo esto se traduce en determinadas políticas lingüísticas que se han venido llevando adelante y que obviamente son políticas lingüísticas hegemónicas. La perspectiva no es “democrática” ni “pluralista” sino globalizadora: una lengua para el mercado regulada de manera monárquica. La otra cuestión que nosotros queremos poner en discusión es la veta mercantilista del congreso. Nos parecía preocupante esta idea del lenguaje como la lengua emprendedora, la idea de la lengua como una mercancía, como factor de desarrollo turístico donde también el multiculturalismo y el multilingüismo terminan siendo reducidos a objetos de mercado. Nosotros estamos planteando una visión amplia del lenguaje. Una que ponga el eje en los derechos lingüísticos, supone conocer conflictos, contradicciones, luchas, procesos históricos para entender a la lengua no desde una perspectiva de mercado, sino desde una perspectiva de aplicación cultural y de derechos, que permita una participación democrática de distintos sectores sociales.
Apuntes sobre lo que dejó el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española
—Lenguaje y educación fue otro de los puntos que se trataron. En el congreso se habló de “docentes analógicos” y “alumnos digitales”. ¿Cómo plantearon ustedes las nuevas tecnologías? ¿Qué opinión tienen sobre el lenguaje en ellas?
—No tenemos una posición crítica sobre las nuevas tecnologías como herramienta pedagógica, pero si la tenemos cuando las nuevas tecnologías en educación intentan reemplazar el vínculo pedagógico. Y en esto también hay políticas claras de organismos internacionales que están haciendo este planteo tras la crítica al formato escolar. Hay aspectos del formato que hay que revisar. Atrás de una crítica escolar y de la apelación a las nuevas tecnologías como nueva estrategia pedagógica, en realidad, hay una ofensa contra el lugar del vínculo pedagógico, incluso en niveles inicial, primario y secundario. Se está planteando la alternativa de las plataformas digitales, la alternativa de reemplazar al docente por las nuevas tecnologías. Nosotros creemos que eso es gravísimo. Lo que estamos planteando es incorporar las tecnologías como herramientas, pero sin desconocer el lugar central que tiene el vínculo pedagógico, la relación docente-alumno, el lugar central del maestro en los distintos niveles del sistema, como vínculo subjetivo, político y ético que no puede ser reemplazado por ningún formato tecnológico que lo deshumanice.
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