Ir a la cancha un sábado lluvioso de invierno habla del amor por los colores. Una tarde fría en el estadio de Central Córdoba de barrio Tablada un hombre en musculosa sin paraguas se sostenía del alambrado con la mirada perdida en el partido. Para muchos pasó desapercibido como un amanecido calmando una resaca. Esa fue una de las últimas imágenes que dejó Gabino Sosa, el mítico capitán del primer equipo, que años después de la muerte de su esposa dejó de cuidarse. Así lo cuenta a El Ciudadano el escritor e hincha de Córdoba Julio Rodríguez, quien por estos días termina un libro sobre el futbolista más importante del Charrúa. La anécdota llegó a Rodríguez por su abuelo, que vio a Gabino en la tribuna aunque nunca en el césped.
El último partido de Sosa fue un amistoso contra Newell’s Old Boys en 1938, pero su legado resiste y la pregunta también: ¿Cómo jugaba Sosa? Sin videos y armado de un montón de trabajo en la hemeroteca, entrevistas y un puñado de fotos, Rodríguez recopila desde hace 5 años información de la era previa al profesionalismo para entender el presente del club, los talentos que salen de Rosario y contraponer un ejemplo amistoso a la violenta actualidad. Este año lanzará un libro que intentará contarlo. Se llamará El payador de la redonda.
Formador
Para Rodríguez, Sosa fue una estrella en un cielo nublado. No existía el fútbol profesional y Gabino, un ferroviario como la mayoría de los jugadores de la época, había sumados récords antes de que el periodismo los empezara a necesitar para calificar a un jugador. Fue uno de los primeros campeones argentinos en la Copa América cuando el certamen era novedad y se hacía todos los años. Fue el primer jugador en la historia del certamen en hacer 4 goles en el 8 a 1 contra Bolivia en Chile. Fue de los primeros en interesarse en la formación de jugadores que luego triunfaron en los conjuntos nacionales: Vicente y Francisco de la Mata, Waldino “Torito” Aguirre, José Casalini –parte del trípode de Rosario Central en la década del 40 con Claro Rivero y Alfredo Fógel–, Humberto Fiore, Vicente “Chueco” Aguirre, entre otros. “Todos lo recordaban a Gabino como su maestro”, apunta el escritor y sigue sobre otra idea hoy lavada entre las peleas de representantes por los derechos formativos y los clubes cada vez más parecidos a empresas: el oficio. Ese que necesita de un maestro y un aprendiz que estaba reforzado por la vida ferroviaria.
Sosa fue director técnico de Central Córdoba. No había otra posibilidad. Siendo jugador se quedaba en el club viendo a los más chicos y se metía en las prácticas para intervenir en la comisión deportiva ansiosa de refuerzos. “Les decía que no fueran a buscar jugadores, que ellos tenían. El club progresó por la idea de Gabino de pelota al piso y dársela al compañero. Córdoba fue un semillero y así salieron Tomás «Trinche» Carlovich y Miguel «Gitano» Juárez. Ese es el paladar de Córdoba y que aprendió gente como César Luis «Flaco» Menotti”, cuenta el investigador. Rodríguez lamenta que esa tradición se perdiera. El último título de Córdoba fue en 1989. Casi 30 años pasaron y Rodríguez siente que se naturalizó este destino. “No somos esto. Somos lo que fuimos y este libro puede ser un puente que ayude a cambiar la realidad hoy”, suelta el escritor.
Marca registrada
Promediando el libro de Rodríguez, Gabino llega tarde a un clásico contra Argentino de Rosario. Central Córdoba perdió y el enganche, acostumbrado a socializar bien en el auge de los cafetines y boliches, saludó uno por uno a los rivales con un apretón de manos. Entre tantas, la del capitán y símbolo del club de Refinería, Silvestre Conti. No era la primera vez. En veredas opuestas mantenían una amistad que hoy parece imposible en jugadores de cualquier divisional que defienden colores opuestos. Sosa y Conti, y Córdoba y Argentino, compartían un origen: el tren que paraba en la estación del sur y la del norte y desde donde crecieron los barrios. Más importante, vivían en la misma ciudad. “Volver a estas historias ayuda a bajar la violencia que hay entre los futboleros hoy. Tuvimos una selección rosarina, donde había jugadores de todos los clubes y hoy es difícil escuchar que alguien de Central critique a Messi por ser de Newell´s o uno de Newell´s a Di María”, recuerda Rodríguez.
El escritor está cómodo con que el libro se entienda como un esfuerzo por recuperar los valores del amateurismo en el fútbol rosarino y así rever prácticas violentas en jugadores, dirigentes e hinchas. Para él, Sosa es parte de la ciudad como Julio Libonatti, ídolo de Newell´s o Harry Hayes de Rosario Central. “Disfrutamos a Messi, Di María o Ángel Correa porque desde la década del 10 hubo personas como Gabino que trabajaron en el potrero haciendo un fútbol ofensivo con pelota al piso. Menotti y Marcelo Bielsa están en esa tradición como los nombres más conocidos aunque la lista es larguísima, pero no podemos ponerlos a pelear”, explica el escritor que llega a fin de mes como empleado de una constructora.
De papeles
A mediados de la década del 70 un empleado de limpieza de Central Córdoba quemó por equivocación una serie de carpetas. Para Rodríguez el fuego se llevó el primer tomo que incluía el acta de fundación del club. Se perdió. Tal vez siguió el camino de la muñeca que según la mitología de Tablada fue la única prenda del contrato que Gabino firmó con el club y sólo rompió a principios de la década del 20, cuando tuvo que hacer el servicio militar en Córdoba. En un instituto que daba sus primeros pasos, Sosa dejó su marca.
“El libro de actas estaba perdido desde antes de que se quemaran por error esos papeles. Están todos menos ese”, lamenta el escritor, que sumará su libro a las pocas publicaciones del o sobre el club. En el haber de Córdoba hay un libro hecho para el centenario en 2006 y otro que surgió de un concurso de cuentos al año siguiente, donde Rodríguez también participó. El año pasado el escritor, ganó el concurso de fomento de la Municipalidad de Rosario para producciones culturales. Si todo sale bien presentará El payador de la redonda en octubre. Tal vez sea cerca del 4 de octubre cuando se celebra el Día del Fútbol Rosarino, tal como aprobó el Concejo Municipal en 2008 por el nacimiento de Sosa. Seguramente tomaron en cuenta que Gabino fue el primer futbolista local en darle su nombre a una calle en Rosario: es la cortada que está cerca de Centeno y Buenos Aires. También quedó estampado en la cancha del charrúa desde 1969, siendo la primera de la ciudad en bautizarla por un jugador.
Rodríguez no se dedica solo al pasado. Junto a un historiador y un diseñador trabaja en un proyecto de recopilar cada club de la ciudad en un libro que llevará más de 350 páginas con las camisetas y datos de más de cien instituciones que alguna vez jugaron en la liga rosarina. También incluirá a los jugadores que llegaron a vestir la albiceleste.
— ¿Cómo jugaba Gabino?
—Era enganche en un equipo que atacaba con cinco y regalaba más goles de los que hacía.