Daniel Schreiner / Guillermo Correa
“Ella me conoce, sabe que por las buenas a mí me sacan cualquier cosa. Con presiones, no me van a obligar”; “Aceleraron en el barro y, claro, quedaron empantanados”; “Me llamaron todos los gobernadores. Me decían que les aceptara las renuncias, que los sacara”; “El que se apura se equivoca”. Esta vez no fue el diario de Héctor Magnetto ni el diario de Bartolomé Mitre, sino el diario de Víctor Santa María, presidente del PJ porteño, la jurisdicción donde el presidente de la Nación, Alberto Fernández, vota. Tras 24 horas sin comunicación oficial, que sólo rompió el silencio con un hilo de Twitter del propio mandatario, donde fue un poco más diplomático, y la desmentida de la secretaria Legal y Técnica Vilma Ibarra a que Fernández hubiese aceptado la renuncia de De Pedro, el camporista ministro del Interior, ni de ningún otro funcionario. Así, con textuales bien precisos, hizo saber su enojo con el pressing del socio mayor del gobierno, el peronismo de Cristina, su vice, vía un medio muy cercano a su gestión, mientras el resto de la prensa concentrada prolongaba el festín que inició, con los principales dirigentes opositores como invitados, con la caída del gobierno en las Paso del pasado domingo. Y respondió a las críticas que los propios le aplican casi desde el minuto cero de su asunción: demorar decisiones es profundizar problemas.
Pero el intento de calmar aguas agitadas duró poco. La crisis al interior del peronismo gobernante escaló en la tarde de ayer, y sigue sin haber una luz al final del túnel, que de haber fumata blanca se saldará con un recambio de gabinete, de funcionarios que no funcionan, según el ya viejo reproche de la ex presidenta. En la danza de nombres, por supuesto, entran los intereses de quienes lanzan los nombres, pero aunque el propio presidente sigue valorizando el trabajo de Wado de Pedro, es poco probable que continúe en el gabinete, tanto como el jefe de ministros Santiago Cafiero. Ahí es donde aparecen los nombres de Aníbal Fernández y Sergio Uñac, quienes se reunieron con Fernández con diferencia de menos de 24 horas, y de Agustín Rossi y Sergio Massa, entre decenas de apuestas y operaciones.
El fuego se atizó aún más al divulgarse audios de la diputada Fernanda Vallejos, muy cercana a CFK, en los que trató de okupa y atrincherado al presidente, el ex ministro de Néstor Kirchner que puso su nombre y apellido para permitir que el peronismo unido retomara el poder tras los cuatro años de macrismo explícito: el dueño de los votos, al menos en el orden de la fórmula presidencial que encabezó con Cristina detrás, hace dos años. Fue luego de que los movimientos sociales decidieran suspender la marcha de apoyo a Alberto que, con el Movimiento Evita a la cabeza, pretendía hacer tronar el escarmiento a la renuncia en bloque de los ministros y funcionarios más cercanos a la vicepresidenta.
Los gobernadores se pronunciaron al caer la tarde del miércoles, y ayer la CGT, con Hugo Moyano en primer plano, fue en el mismo sentido: aval al presidente y furia apenas contenida para con la ex presidenta, luego de que trascendiera por distintas vías que en el anochecer del martes los dos conductores del Ejecutivo habían acordado incluso hasta los nombres para el recambio en el gabinete.
La oposición macrista, con renovado protagonismo de la UCR, mira expectante la pelea al interior del Ejecutivo y sigue festejando el espectacular triunfo en las Paso, cuando los radicales resurgieron de las cenizas y batieron a sus aliados PRO en casi todos los territorios, salvo la ciudad de Buenos Aires. Mientras tanto, la alianza opositora aprovecha para acelerar con la reforma a las indemnizaciones, una bandera en cuanto a las conquistas del gremialismo peronista, columna vertebral de cada gobierno del justicialismo desde su fundación.
Es la mayor apuesta para contar con un lazo ciego de confianza del establishment, y avanza sobre un antecedente que tiene su primer mojón en 1932, hace casi 90 años, con la ley 11.729, de protección a los trabajadores mercantiles, aprobada el mismo año en el que, antes de que finalizara, una UCR proscripta lanzó una fallida revolución contra el gobierno fraudulento de la Concordancia. Nada de eso incomoda al radicalismo actual, que aguarda y martilla cuñas en una coalición oficialista que acusó el impacto de las primarias.
Sobre esa realidad se montó la misiva pública de la vicepresidenta Cristina Fernández al presidente Alberto Fernández, que contiene, sin embargo, un aviso claro y conciso: ella no será como su ex vice Julio Cobos, el radical que había llegado a la Concertación Plural con un ímpetu que se astilló al primer roce con las patronales agropecuarias. Vueltas sinuosas de la historia política nacional, hoy el mendocino forma parte de la alianza de intereses contrapuestos, tanto como el entonces ministro de Economía que acuñó la idea de aplicar retenciones que se movieran al compás de los precios externos de las exportaciones sojeras: el mismo Martín Lousteau que quería utilizar los derechos de exportación para desacoplar los precios internos, es ahora uno de los que buscan eliminar las indemnizaciones a trabajadores despedidos.
Mientras tanto, en pleno griterío en la vereda oficialista, se pone a prueba ahora uno de sus preceptos más repetidos: si los peronistas son o no como los gatos. Si, cuando pase el temblor, se habrán reproducido.