El 7 de septiembre de 2018, Tiempo reunió en Ciudad Universitaria al biólogo molecular Alberto Kornblihtt, director del Instituto de Fisiología, Biología Molecular y Neurociencias (IFIBYNE) y miembro del directorio del Conicet, con Carla Vizzotti, que durante años había liderado el Programa Nacional de Inmunizaciones, vanguardia en la región, y Horacio González, exdirector de la Biblioteca Nacional. El motivo era la reciente decisión del macrismo de rebajar el rango ministerial de Salud, Ciencia y Cultura. Un año y medio después, ya con nuevo gobierno, llegó una pandemia que cambió todo. Vizzotti es hoy la secretaria de Acceso a la Salud, y Kornblihtt conduce el equipo de uno de los 64 proyectos elegidos por el Ministerio de Ciencia y Tecnología para dar, contrarreloj, respuestas al coronavirus. En su caso, lo que busca es la simplificación del diagnóstico. Salud y Ciencia vuelven a ser pilares fundamentales, hoy para prCarla Vizzotti
evenir y entender algo más de esta calamidad global llamada Covid-19.
Kornblihtt recuerda ese encuentro, aliviado –hasta donde lo permite la situación– por el cambio de gestión, aunque preocupado por el presente, como todos. Dice que su primer contacto con los efectos mortales de un virus fue gracias a la novela La Tregua, de Mario Benedetti, en la que el personaje de Laura Avellaneda, de quien el protagonista se ha enamorado, muere por una gripe. No entendía cómo alguien podía morir de gripe. Lo cuenta por teléfono desde su casa, en un «encierro total, pero con mucho trabajo», por su rol en el Conicet, sus investigaciones en el IFIBYNE y sus clases virtuales en la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA.
Entonces, como a lo largo de toda su trayectoria, añade el costado humano y social al científico: «Me preocupa cuánto va a durar este encierro y también me preocupan los efectos del lobby para levantar la cuarentena. Pero creo que es lo mejor que se puede hacer en este momento. Ignacio Ramonet dice que nos ufanamos de los avances tecnológicos y, sin embargo, las cosas más efectivas que tenemos para la situación actual son el jabón, inventado por los romanos antes de nuestra era; la máquina de coser que permite hacer tapabocas, inventada en el siglo XVIII; y las técnicas de aislamiento, que los europeos ya conocían desde el siglo V. Probablemente, hasta que no llegue una vacuna y sea efectiva, tendremos que seguir manteniendo este tipo de medidas, porque está probado que en aquellos lugares donde había condiciones de confinamiento y se relajaron, volvió a expandirse el virus».
–¿Qué es lo que más le sorprende de este coronavirus?
–Varias cosas. Primero, su alto grado de producir contagios. Segundo, la selectividad de su letalidad: es muy poco letal en jóvenes y muy letal en adultos mayores. Eso incluso tiene una connotación biológica evolutiva: en principio, la pandemia no alterará la estructura genética de las poblaciones humanas, porque está actuando negativamente en la etapa posreproductiva. Y como la selección natural actúa positiva o negativamente sobre el éxito reproductivo de las variantes genéticas heredables, todo lo que se seleccione después de la etapa reproductiva no tendría consecuencias evolutivas. No obstante, los humanos no somos una especie animal cualquiera, sino que nuestra conciencia y estructura social subvierten los mandatos darwinianos, de modo de que nuestro futuro también depende de la contribución de los adultos mayores, a quienes debemos proteger. Y hay otra falacia que quisiera romper: la de que es un virus democrático que ataca por igual a todas las personas. Ya sabemos que si bien al principio atacaba a las clases media y alta, que tuvieron la posibilidad de viajar, hoy en día las curvas bajan abruptamente en esos sectores y sube brutalmente la curva de los infectados en clases bajas. Eso es así porque la estructura económica y social del capitalismo hace que los sectores más vulnerables, los que tienen peores condiciones edilicias, de alimentación y más hacinamiento, sean el blanco donde finalmente el virus está actuando con más crudeza. Esto revela que, como el mundo es antidemocrático, en cuanto al acceso a bienes, salud, educación y vivienda, el virus termina atacando y perjudicando mucho más a los pobres que a los ricos, y eso tal vez también explique por qué los sectores del poder económico, obviamente identificados con las clases altas, pugnan por una apertura mayor de la economía. Porque saben que, en última instancia, pueden estar más protegidos del virus que los sectores del trabajo.
–¿Cómo ve las medidas que se están tomando?
–El gobierno, con el asesoramiento de médicos e investigadores científicos serios, está haciendo en general un buen balance entre permitir la apertura de ciertos sectores de la economía y mantener el aislamiento, porque todo el mundo aprendió la lección de que no se va a generar inmunidad de rebaño: para eso debería infectarse el 70 u 80% de la población, y con la tasa de mortalidad que tiene este virus, alrededor del 4%, eso implicaría millones de muertos. Entonces, creo que hay que encontrar la forma de mantener lo máximo que se pueda el aislamiento, de manera de impedir que la curva de contagios suba de manera exponencial más de lo que ya está subiendo, porque si se desmadra todo va a ser más difícil controlarlo volviendo al aislamiento total.
–Desde la oposición y también en ciertos medios se ha acusado al Ejecutivo de ser «un gobierno de infectólogos».
–Acusarlo de ser un gobierno de científicos podría ser un piropo. Realmente, durante el gobierno de Macri nos han atacado lo suficiente de inútiles a los científicos y los tecnólogos, como para que encima, cuando hay que apoyarse en la ciencia y la tecnología para tomar decisiones, se nos siga denostando. Me parece una barbaridad, propia de personas como Trump y Bolsonaro, y tendrán que hacerse cargo Pichetto y Prat Gay cuando dicen estas cosas. Además, en cuanto a la falsa dicotomía “salud o economía”, claramente se ve que los países que no fueron estrictos en el aislamiento también sufrieron una reducción del 5 o más por ciento de su PBI, o sea que su economía se vio afectada igual.
–¿Qué le generó el rápido accionar de la comunidad científica argentina ante la pandemia, luego de años tan difíciles para la ciencia nacional?
–No me sorprendió, porque desde el principio fue una política de Estado convocar a científicos para que aporten sus conocimientos a los problemas de la pandemia. Lo que sí me sorprendió es la voluntad y el entusiasmo de los jóvenes científicos por tratar de colaborar y de hacer algo, desde las más variadas disciplinas. Cuando hay una demanda social como esta, esas personas tienen toda la capacidad intelectual y experimental para tratar de resolver un problema concreto, como fue diseñar un test para medir anticuerpos en sangre contra la proteína del virus, que es lo que hizo el grupo de Andrea Gamarnik, o el reciente test colorimétrico para detectar el virus, que surgió del Instituto Milstein, con Adrián Vojnov, Santiago Webajh, Luciana Larrocca y Carolina Carrillo y su equipo.
–¿De qué se trata el proyecto en el que trabaja usted?
–Nosotros ganamos uno de los 64 subsidios de la Agencia Nacional de Promoción para desarrollar un proyecto del que soy la cara visible pero que en realidad tiene más de 12 miembros, entre investigadores, técnicos y becarios. Empezamos a trabajar este lunes, con el objetivo de intentar –porque no hay certeza absoluta de que lo consigamos– simplificar la preparación del ARN (ácido ribonucleico) del virus y también abaratarla, porque hoy en día sigue siendo un cuello de botella. Como tenemos muchos años de experiencia en ARN y splicing (el proceso de «corte y empalme» del ARN), queremos desarrollar métodos simples que permitan obviar el uso de kits para preparar el ARN del virus, necesario para hacer la PCR tradicional o para el test colorimétrico del Milstein, y también buscamos simplificar y abaratar la propia reacción de PCR que se sigue haciendo en el Malbrán y todos los otros centros habilitados. En síntesis, buscamos simplificar el diagnóstico, pero obviamente, cuando tratemos de modificar los métodos, cambiando concentraciones y reactivos, tendremos que garantizar que tengan la misma sensibilidad y especificidad de los métodos que se están usando ahora, porque no es cuestión de simplificarlos o abaratarlos para hacerlos peor.
–Los testeos y diagnósticos han sido otra discusión estos meses.
–Mientras hay un aislamiento total, como fueron las primeras semanas, se testean aquellas personas con síntomas que, según el Ministerio, son consistentes con lo que ellos definen como un «caso». Ahora que se abrió bastante el aislamiento, y sobre todo existiendo focos muy fuertes como los de las villas y geriátricos, para mí es necesario aumentar el número de testeos para poder no sólo identificar a aquellos con síntomas, sino a los que tuvieron contacto o cercanía con esas personas. Esto es crítico en los barrios vulnerables, porque existe hacinamiento. De todos modos, no vería ningún sentido en hacer testeos masivos. Otra cosa que llama la atención del virus es que cuestiona el desiderátum de la modernidad de las grandes ciudades hacinadas, construidas con edificios hacia arriba y en las que la gente se mueve en masa en transporte público, características del siglo XX y del XXI. Las ciudades tendrán que repensarse de otra manera. Hay algo que grandes sectores de la sociedad van a haber aprendido: que el mito de que el mercado soluciona todos los problemas es falso. Puede que muchos sigan votando a gobiernos de derecha, porque en el fondo tienen una visión individualista de la salida frente a los problemas, pero el mito de que el bienestar de las sociedades es consecuencia de un mercado eficiente o de la libre competencia, se va a caer. O por lo menos, los que ya pensábamos que eso no era así vamos a tener muchos más argumentos para pelearla.
–¿Saldremos mejores de todo esto?
–Depende: mejores para qué. Porque la grieta existe: lo que es mejor para uno no es mejor para otros. Yo entiendo la política presidencial de tratar de unir a la Argentina, pero la verdad es que hay sectores del país que nunca se van a unir a otros, porque tienen distintos intereses. En todo caso, me gustaría que los que salgan mejores no sean sólo el país o el mundo, sino los sectores que pugnamos por una sociedad más justa.
La paradoja del abuelo científico y el nieto macrista
«Un toque de color paradójico», sintetiza Kornblihtt, al contar un aspecto puntual de la historia de la investigación científica en el país, relacionada con el Covid-19. El virus que causa esta enfermedad, explica, es el SARS-CoV-2, una partícula formada por un genoma de ácido ribonucleico (ARN), asociado a proteínas y rodeado de una envoltura similar a la membrana de las células. Los virus son parásitos que tienen la capacidad de entrar a las células, infectarlas, y generar cientos de nuevos virus que irán a infectar a otras. Las células tienen en sus membranas una proteína (ACE-2) que le permite al virus entrar. Es una proteína «buena», pero el virus la «usa» para ingresar a la célula. Y está presente en casi todas nuestras células, no sólo las de las del sistema respiratorio. Su función es producir angiotensina, una proteína que controla la presión arterial. ¿Quién la descubrió en la Argentina en la década del ’30? Eduardo Braun Menéndez y su equipo, que integraba Luis Federico Leloir. «Braun Menéndez era un científico brillante –relata Kornblihtt–, que murió muy joven en un accidente aéreo». Eduardo era, además, y ahí la paradoja, el abuelo de Marcos Peña. «El impulso a la ciencia contrasta con su nieto, uno de los artífices de los recortes presupuestarios en la ciencia y la tecnología del gobierno de Macri, con la instrumentación de Lino Barañao, por supuesto».
Inmunidad pasiva y péptidos
En cuanto a posibles terapias, a la espera de una vacuna, Kornblihtt menciona la «inmunidad pasiva, que trata de infundir en los infectados anticuerpos ya hechos por un paciente que se recuperó. También se puede usar suero de caballos inmunizados. Aquí se está trabajando en eso, pero sólo se aplicaría a personas con su salud muy comprometida. A su vez, hay un 20% de infectados que se curan pero no desarrollan cantidades detectables de anticuerpos contra SARS-CoV-2, y no podrían donar su suero con fines terapéuticos».
Otra terapia, por péptidos, menos explorada en el mundo, le resulta a Kornblihtt «más prometedora». La desarrolla un grupo del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT): consiste en fabricar un trozo de proteína de unos 20 aminoácidos de longitud (un péptido), con la secuencia de la porción de la proteína ACE-2 que se pega a la “spike” de SARS-CoV-2, la proteína que a su vez usa el virus para ingresar. Al ser pequeño y soluble, el péptido «engaña» al virus y «le hace creer» que se unió a la proteína ACE-2, cuando en realidad de unió a él. Así, la célula no se infecta.