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Alejado de las cámaras, el cineasta francés Jean-Luc Godard cumple 90 años

Se trata del último gran referente de la Nouvelle Vague, con un legado que influencia al séptimo arte desde la aparición de aquel movimiento hace seis décadas con una estética que renovó de forma explosiva el cine galo de posguerra
El cineasta francés Jean-Luc Godard, gran referente de la Nouvelle Vague, cumple este jueves 90 años, alejado de las cámaras, pero con un legado que influencia al cine desde la aparición de aquel movimiento hace seis décadas, que renovó de forma explosiva el cine galo de posguerra.

Nacido en París y criado en Suiza, se trata del único sobreviviente de aquella generación de cineastas que contó con emblemas como François Truffaut (fallecido a los 52 años en 1984), Pierre Kast (1984), Éric Rohmer, Claude Chabrol (ambos fallecidos en 2010), Alain Resnais (2014), Alexandre Astruc, Jacques Rivette (2016) y Agnès Varda (2019).

Su lugar de privilegio en el séptimo arte lo consiguió en 1959 con el estreno de la recordada Sin aliento, película que ponía en primer plano los conceptos tradicionales en todos los órdenes: interpretación, fotografía, diálogos, dirección y rodaje sin guion tradicional.

Ello respondía a los presupuestos fijados durante sus años de crítico en la revista Cahiers du Cinéma, en la que militaban también Truffaut, Chabrol, Kast, Rivette, que rompía con muchos conceptos de lo que era el cine en los años anteriores, aunque también hubo ventajas técnicas.

Gracias a los bajos costos de producción, que atrajo a los inversores, Godard montó el mito del «cine de autor» que muchos imitaron no sólo en Francia sino en Gran Bretaña, Alemania y aun en los países de Este.

Nacido en el seno de una familia acomodada, consumía cine con fruición en la sala de la Cinemateca Francesa, donde se encontró con Truffaut, que entraba alrededor de las 10 de la mañana y permanecía allí hasta avanzada la noche.

Ambos deploraban a sus coterráneos Claude-Autant Lara, Marcel Carné, Sacha Guitry y Jean Cocteau por formalistas y anquilosados, y entronizaban a Alfred Hitchcock, John Ford, Sam Fuller, Howard Hawks y Orson Welles, a quienes reconocían como verdaderos autores de sus películas.

La de 1960 fue para Godard una década de triunfos y de cambios. Su película Una mujer es una mujer (1961) buscaba un anzuelo hacia públicos más amplios y allí colocó a Anna Karina, con quien se casó y fue durante algunos años su musa inspiradora. También estaban en la película Jean Paul Belmondo y Jean-Claude Brialy.

En 1961 participó en el film colectivo Los siete pecados capitales y en 1962 lanzó la impactante Vivir su vida, con Karina como una prostituta con inquietudes espirituales, en la que introdujo textos literarios en pantalla, un fragmento de La pasión de Juana de Arco de Dreyer, y jugó con la música de Michel Legrand, que aparecía y desaparecía bruscamente.

Tras Los Carabineros (1962) y Ro.Go.PaG. (1963), otro film colectivo, dirigió a Brigitte Bardot en El Desprecio, Asalto frustrado (de 1964, cuyo título original, Bande à part, inspiró a Quentin Tarantino para su productora) y Alphaville, un mundo alucinante (1965), hasta llegar ese mismo año a Pierrot, el loco, su último éxito masivo.

A partir de ese momento su cine se volvió más militante y a veces hermético, películas-ensayo como Made in Usa, La Chinoise y Week End (1967) espantaban espectadores de las salas.

Durante el Mayo Francés de 1968 se inclinó hacia el maoísmo, cofundó el grupo Dziga-Vertov, y comenzó a filmar en formatos menores tratando de emular el cine revolucionario ruso, con películas francamente militantes.

Su filmografía nunca abandonó las búsquedas formales. Y pese al paso de los años siguió siendo l’enfant terrible que desdeñaba el resultado de las boleterías: entre otras cosas rodó la autorreferencial Godard por Godard (1995), y la serie Historia(s) del cine (1998).

En 2010 rodó Film Socialisme y en 2014, 3x3D y Adieu au language (Adiós al lenguaje), todo un manifiesto sobre su punto de vista acerca de la vida y el cine.

En 2017, Michel Hazanavicius rodó Godard, Mon Amour, película que pone al cineasta tanto en el pedestal artístico e intelectual, como en el barro de la misoginia, el sectarismo y el extremismo ideológico.

Ese mismo año se estrenó el documental Visages, villages, en la que queda demostrado su carácter hosco y donde Agnès Varda va a visitarlo en su casa de Suiza, pero Godard no le abre la puerta. «Lo quiero pero es una rata», dice resignada la cineasta.

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