Alejandro Montero soñaba con remodelar la casa de su madre en General Güemes, y su mayor desafío, primero, era recibirse de arquitecto y convertirse en el primer universitario de su familia luego de haber logrado su propia transformación gracias a su esfuerzo, convicciones y el apoyo de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) a la que calificó como «su familia de la ciudad», y el Programa de Respaldo a Estudiantes de Argentina (Progresar) del Ministerio de Educación.
Este joven salteño se recibió defendiendo su proyecto «Hábitat y hábito» en el que expone que el espacio donde se vive promueve hábitos, comportamientos y costumbres en las personas.
Y así piensa el nuevo espacio para su madre y sus hermanos en su ciudad natal, General Güemes, a unos 57 kilómetros de Salta Capital.
«Recién en la universidad supe, por ejemplo, cómo era una biblioteca, y me costaba adaptarme porque el hábitat en el que me crie no existía el hábito de la lectura. De ahí surgió la idea de pensar y diseñar espacios (hábitats) que puedan adaptarse los hábitos de las personas», sintetiza como un modo de articular su pasado y su futuro inmediato y promisorio.
«El hábitat en el que vivimos genera lo que somos», insistió Alejandro, quien parece que no termina de asumir que, en su caso, logró superar ampliamente ese razonamiento hasta lograr convertirse -con 30 años- en el primer universitario de su familia.
La historia familiar de Alejandro
«En mi familia no había referencia de profesionales, somos de clase media-baja. Mi mamá es una mujer de campo -acá en el norte se planta tomate y cebolla- y en otros momentos era empleada doméstica. Pero lo que sí había eran necesidades, sobre todo habitacionales. Vivíamos en una sola pieza que construyó mi madre, y después con el tiempo y ayuda de mis siete hermanos más grandes, empezó a hacer la casa», recordó a Télam el flamante arquitecto.
En ese entonces, siendo pequeño le preguntaba a su madre, Emiliana, por qué su casa se veía diferente a las demás y si había posibilidad de refaccionarla; a lo que ella respondía que «para eso hay que pagar un arquitecto». Esa es la frase que resonó en su cabeza, hasta ahora.
Tiempo atrás, estudiando electromecánica en la Escuela Técnica Juana Azurduy comenzó a dibujar planos de las piezas de motores y hasta diseñó la remera de egresados del último año de su curso.
«La verdad es que me encantaba diseñar y planificar, siempre me destacaba en eso y fue en ese momento en el que se me ocurrió decirle a mi mamá que quería hacerle los planos de la casa», rememoró el joven.
Su elección por la arquitectura
Eso ocurrió a sus 18 años, mientras estudiaba Análisis de Sistemas en la Universidad Nacional de Salta (UNSa), pero afirma que «no» le gustaba, así fue que empezó a indagar dónde estudiar Arquitectura.
Así supo que en su provincia solo podía estudiarse «en una facultad privada» que no podría costear.
Luego pensó que uno de sus hermanos vivía en la provincia de Buenos Aires, así que decidió viajar para trabajar y estudiar: «Me mudé a una pensión muy chiquita, pero bueno como arranca cualquiera», dijo desde su sentido común.
Ya en la gran ciudad, ingresó en la Cruz Roja para estudiar radiología.
«Hice una carrera corta de tres años, me recibí y me especialicé en tomografía clínica para poder costearme la carrera de Arquitectura. Y me encuentro con la Unsam», explicó.
El joven abandonó la medicina para «meterse de lleno» en el mundo de la arquitectura mientras trabajaba como empleado de un comercio.
«Con eso pagaba el alquiler, comía y me vestía, y con la beca del Programa Progresar me pagaba los materiales de la facultad», explicó.
Llegado a la última recta de sus estudios, elaboró su proyecto final de tesis al que llamó «Hábitat y Hábito», alineado con su vida en General Güemes y su experiencia en la facultad y la carrera.
«Yo vengo muy de abajo»
«Yo vengo muy de abajo», repite a Télam, y agrega que «además soy marrón -por mi descendencia norteña- y sentía como que no me registraban en Buenos Aires. Sentía que tenía que hacer un doble esfuerzo para resaltar en lo que hacía, así que tuve la necesidad de ser más aplicado para que si no me miraban por mi apariencia, que me miraran por lo que hacía», dijo muy convencido sobre su estrategia.
A pesar de esbozar cierto tipo de distancias sociales de las que se sintió sometido, también consideró que sus profesores siempre lo acompañaron, y que dentro de la facultad encontró una mirada de igual a igual, de pares, donde pudo transformarse de un chico «callado o invisible» a otro «extrovertido».
Luego de realizar pasantías en estudios de arquitectura para adquirir experiencia en el campo laboral y más tarde integrar la Secretaría de Integración Sociourbana -perteneciente al Ministerio de Desarrollo Social- como soporte de arquitectos regionales, quienes se encargan de las obras a nivel país en los barrios populares, logró su título tan ansiado.
Los sueños del flamante arquitecto
«Mi principal objetivo, ahora, es remodelar la casa de mi mamá, hacer la casa como ella se merece. Ya tengo hecho el plano de preexistencia, el dibujo de lo que hay y sus modificaciones. En mi cabeza ya sé lo que quiero», dijo Montero entusiasmado con el proyecto.
Pero, además, tiene otro que también pretende cumplir a corto plazo: armar su propio estudio de arquitectura desde donde replicar el proyecto de su tesis de construcción de viviendas (el proyecto «Hábitat y hábito») para el barrio Cuenca en Villa Lynch, en el partido bonaerense de San Martín.
«Ahí indago cómo el hábitat en el que vivimos genera hábitos, comportamientos y costumbres en las personas. Visto desde el punto de vista de la arquitectura me permite generar un análisis del lugar e incorporarlo desde la arquitectura y lo urbano. Es una manera de construir espacios que incluyan la cantidad y multiplicidad de personas que habitan el espacio público», detalló.
También «son casas pensadas con la mirada en la sustentabilidad del ambiente, experimentando con nuevos materiales livianos y baratos; casas más sustentables, accesibles y optimizando los metros cuadrados, pensando el diseño, la distribución de los espacios y la incorporación de la naturaleza autóctona», tanto para barrios populares de Buenos Aires, Salta o cualquier provincia del país, concluyó.
Sus sueños siguen intactos y todos próximos a convertirse en realidad. Como cuando soñó la primera casa para su madre.