El debut de este miércoles de Alexander Caniggia en la mesa del clásico Polémica en el bar, en la tarde-noche de América, echa por tierra y termina de banalizar un programa histórico de la televisión argentina, con más de cincuenta años de trayectoria, por el que pasaron grandes referentes del espectáculo nacional como Jorge Porcel, Juan Carlos Altavista (como Minguito), Mario Sánchez o Julio de Grazia, entre muchos otros, y más allá de una interminable lista de figuras que estuvieron como invitados en sus diferentes versiones.
Con su hábito desbocado y su supuesto registro irónico que no hace más que sacar a relucir todo el tiempo su inusitada falta de contenido, Caniggia, hijo de Mariana Nannis y Claudio Caniggia, desembarcó en un programa que no lo necesitaba, independientemente del choque generacional que supone su desembarco y que en otros casos (de hecho los hay en el staff) sirvieron para sumar y no para restar.
Pero la pregunta es más profunda: qué tiene para ofrecer Caniggia con su lenguaje procaz, sus faltas de respeto constantes disfrazadas de una supuesta libertad que está encorsetada en su ausencia de tacto y en su marcado desconocimiento de algunos códigos que aún deberían respetarse en la televisión. Y la respuesta es una sola: nada.
La idea de polemizar que marca el latido del programa que lleva décadas en la televisión supone un diálogo con posturas radicalizadas pero donde siempre queda un margen de escucha, porque de otro modo la supuesta polémica se atomiza en la barrabasada, en la pobreza de contenido, y todo, ya se sabe, es lo mismo que nada.
Y por lo tanto ya no importa si lo de Caniggia es o no un personaje como sostienen algunos periodistas o analistas de medios. Claramente, de ser así, el personaje fagocitó hace tiempo a la persona que desde un supuesto discurso lanzado se siente en condiciones de decir cualquier cosa, de ofender, de descalificar y hasta de banalizar la vacunación contra el covid-19 porque asegura que no la necesita; un mensaje definitivamente peligroso dada la cantidad de seguidores que suma en las redes sociales.
Pero hay más: fue notable la incomodidad de los integrantes de la mesa, en particular la del conductor del ciclo, Mariano Iúdica, que lo anunció con bombos y platillos pero con el correr de los minutos se volvió indisimulable el malestar generado por este emergente mediático que ni siquiera llega a ser kitsch y que hace un culto de la discriminación, la ostentación del dinero, la humillación de los que piensan diferente, al mismo tiempo que toma como bandera la discriminación y la misoginia. Ya lo dijo el Indio Solari: “El lujo es vulgaridad”, y su exhibición como bandera siempre aparece cuando no hay otra cosa para ofrecer.