Los niños tienen derechos a vivir la primera etapa de su vida, entiéndase hasta la adolescencia, cuidados, resguardados de los peligros, aprendiendo a desenvolverse para la vida futura mediante el juego. En una palabra los niños tienen derecho a hacer vida de niño. Distintas circunstancias, comenzando por la despreocupación del Estado y siguiendo por los propios progenitores, que son los responsables hasta la mayoría de edad de la vida del hijo, hacen que haya cantidad de chicos que viven una realidad distinta a la que corresponde por su situación de menor.
El trabajo infantil, que más que trabajo es explotación, es una de esas circunstancias. No hablemos del trabajo que desarrollan muchos chicos en el área rural cuando se levantan al alba para ayudar en el ordeñe y otras tareas. Vayamos a lo cotidiano. Es un “trabajador” infantil el niño que está en la peatonal durante horas persiguiendo a la gente para que le compre una revista o el que a altas horas de la noche recorre las mesas de un bar ofreciendo flores. Es “trabajo” infantil la mendicidad: casi siempre detrás del niño que pide hay un adulto que se queda con lo recaudado. Esta forma de vida conlleva también el peligro que representa pasar parte de sus días en la calle, sin contención. Ellos no son culpables, desde luego, están atrapados en un sistema perverso que no les ofrece otra cosa y al crecer ya llevan consigo una marca imborrable, la de haber pasado una niñez sin derechos.
Todo esto se ha incrementado con la pobreza y la falta de empleos para adultos. En las ciudades se observa a madres e hijos abriendo las puertas de taxis por unas monedas, a padres con dos o tres criaturas tirando carros llenos de cartones, o a menores que asisten a algún familiar que se desempeña haciendo trabajos de albañilería.
Otra franja realiza trabajos de cosechas, como en Mendoza cuando se junta la uva; en Misiones con la yerba mate; en el Chaco con el algodón y en Tucumán con los limones, por nombrar algunas de las tantas actividades donde se emplea la mano de obra infantil en nuestro país.
¿Qué será del futuro de estos chicos? Al tener que trabajar no cumplen con el estudio eficientemente y muchas veces si asisten al colegio son repetidores. Al crecer y tener que buscar un trabajo no estarán calificados, y por lo tanto tendrán que conformarse con una labor menos remunerativa, si es que acceden al mercado laboral. La realidad señala que ni aquellos que han terminado carreras universitarias tienen la posibilidad de insertarse en un trabajo formal. Mucho menos van a poder aquellos que por ineficiencia de los gobernantes se han visto privados de una buena educación.
Ya en 1907, ante esta problemática, se aprobaba en el Congreso nacional un proyecto de ley que Alfredo Palacios había presentado para reglamentar el trabajo de las mujeres y niños. El dirigente socialista proponía proscribir el trabajo nocturno y abolir el trabajo a destajo para los varones menores de 16 años y las mujeres menores de 18. Decía Palacios: “Las mujeres que trabajan en nuestras fábricas son en casi su totalidad niñas que recién han llegado a la pubertad. Esos niños que vienen del seno de la madre con la marca de la injusticia, van a ser también requeridos por la máquina que cruje en el taller y pide a gritos carne de pueblo”. Han transcurrido 103 años y salvo una época de bonanza donde “los niños eran los privilegiados”, todo sigue igual.