Por Maximiliano Alvarenga*
¿Ustedes alguna vez tuvieron un día en el que todo lo que hacen les sale mal de una forma ridícula? Bueno, les contaré una anécdota que me pasó en mi época escolar.
Mi desventura comenzó como cualquier otro día de escuela en una noche de octubre a las 3 AM, repitiendo mi rutina de cada mañana, la cual era levantarme e instantáneamente ir a la cocina para preparar mi desayuno que era una simple taza de café, el que terminaría por vomitar a los minutos de tomarlo por el estrés y falta de sueño, algo de todos los días.
La noche deambulaba por el pasillo de mi casa y yo me estaba poniendo mi uniforme, una camisa azul oscura, una corbata negra cubierta por un chaleco de cola de pingüino y un pantalón en el cual colgaban cadenas y otros accesorios que no son importantes. La oscuridad fuera de mi hogar era abrumadora, eran las 5 AM, el momento que debía irme y yo estaba en una plaza esperando el único colectivo que pasa por mi barrio. Las miradas sin alma y llenas de cansancio inundaban la parada del colectivo, por más de media hora esperando y las personas quejándose se ven a lo lejos unas luces verdes, el colectivo del que tanto se hacía demorar, por fin se dejó ver.
No había más sonidos ni luces que superen al transporte de gran tamaño, aunque fui el primero en llegar, fui el último en subir. Al poner la tarjeta para pagar el pasaje, sin saberlo, mi desafortunada aventura dio comienzo.
Mi tarjeta no tenía crédito y con vergüenza empecé a preguntar a las personas a mi alrededor si podían pagar un pasaje para mí y yo le iba a dar el equivalente al boleto con el dinero que llevaba para poder seguir mi viaje. Como si se tratara de una mente colmena nadie pudo hacer el favor, el chófer ya cansado de ver mi situación decidió bajarme del colectivo, ese mismo colectivo que esperé por mucho tiempo para ir tan solo cuatro cuadras.
Otra vez en la calle lo único que hice fue insultar por los siguientes minutos hasta que empecé a caminar a mi destino, ya sabiendo que iba a llegar tarde, aunque ahora ese era el último de mis problemas. No podía ir a mi casa aunque quedase cerca de donde me bajaron ya que estaba obligado a ir a la escuela, cueste lo que cueste, así que empecé a caminar a las 5.45 AM. Cada segundo que pasaba era un regaño más fuerte de mi preceptora y después de esto no tenía las ganas de escuchar a una casi jubilada enojada por llegar tarde, y esto lamentablemente sería sólo el inicio.
Ahora mi nuevo objetivo era encontrar un lugar para poder cargar mi tarjeta y llegar a la escuela. Después de preguntar en cada kiosco que encontraba abierto, como si fuera una maldición del destino ningún lugar tenía crédito o simple y llanamente no cargaban la MOVI.
De tanto caminar por las oscuras calles en la noche interminable empecé a apreciar mi entorno y miré la gran bóveda estrellada. Cada segundo que pasaba me perdía en el abismo. Volviendo a la realidad llegué a la casa de mi amigo y pidiéndole a la vida un poco de suerte, me atendió con cara de haber vivido un acontecimiento apocalíptico.
-¿Qué hacés de traje a las 6 de la mañana en mi casa?- Me preguntó en pijama y con la voz más cansada que pude presenciar hasta ese momento.
Le respondí con un poco de esperanza -¿Sabés dónde puedo cargar mi tarjeta de colectivo-
La mente de mi amigo después de unos minutos de procesar la pregunta me dio una dirección que por el sueño me costó localizar. Para mi desgracia el lugar donde me guío estaba cerrado, siguiendo con la mala suerte en ese momento dos personas me empezaron a seguir: uno pelado y otro en bicicleta. Cuando me di cuenta de sus posibles intenciones empecé a caminar cada vez más rápido hasta que los sospechosos empezaron a venir directamente hacia mí. Correr fue mi única opción en ese momento, hasta que vi una piedra lo consideradamente grande como para lanzarla a mis perseguidores. La piedra impactó en el joven de la bicicleta que lo sacó temporalmente de la persecución mientras que el señor de escasa cabellera se cansó al punto de no poder correr más y pude salvarme de esa situación.
Hasta que una familia de gitanos me empezó a gritar y para no meterme en problemas decidí pasar lo más rápido posible, hasta dejar de escuchar esas voces que solo me gritaban.
Tal vez me querían hacer algo o tan sólo tenían miedo por mi extraña figura. Quería dejar de pensar y lo único que podía hacer hasta encontrar un lugar inexistente en el que pueda cumplir mi deseo, era sostener mi reloj de bolsillo y escuchar el segundero pasar esperando que las arenas del tiempo dejen de caer.
Mi camino era interminable, cada pisada seguía con otra más fuerte y la arena continuaba cayendo de mi reloj. Mi mente empezaba a disociar en cada paso si estaba en el abismo o si tan solo lo contemplé pensando que hay personas que deben hacer esto todos los días.
Mientras caminaba otro acontecimiento volvió a complicar mi viaje, mis caramelos se habían terminado, eran esos mismos caramelos que usaba para tener energía en las largas jornadas de la escuela técnica. Aunque me duraran horas en mi viaje no era suficiente, tampoco tenía agua y recordé las palabras de mi madre: “Siempre tenés que llevar una botella con agua”. Uno nunca piensa que le va a pasar algo hasta que es demasiado tarde y ese es mi ejemplo.
Ya adentrándome en una zona un poco más concurrida con la llegada del crepúsculo a mis espaldas, mi andar era más llevadero aunque el hambre me desconcentraba, veía los autos que pasaban en la avenida, un hombre en situación de calle me preguntó si tenía comida y con pena le dije que no tenía nada para darle. Después de esos breves segundos pensé que mi hambre no era suficiente para quejarme.
Me di cuenta que mi cuerpo seguía sin mi mente, perdida por el sueño de llegar a destino, hasta que me crucé con una presencia nostálgica: mi antigua escuela, la que veía todas las mañanas por la ventanilla del colectivo. Nunca me sentí así, por los segundos que se tomaba el bondi en pasar, la idea de encontrarme parado frente a los que fue mi secundaria duró un tiempo ya que no iba a pasar mi mañana pensando en el pasado. Con dolor en mi alma y también en mis piernas continué con mi ruta.
La luz del sol iluminaba cada vez más las calles de la cuidad y el calor era aplastante. De pensar al principio de mi aventura en el frío de la noche a estar traspirado en el día, tan solo podía decir gracias al mundo porque no llueva, mi mente se derretía mientras mis pisadas eran más pesadas.
De pasar por casas de barrios hasta llegar a los edificios del centro, eran las 7 AM y seguía sin rendirme cada vez más cerca de terminar con mi bella maldición. Con el paso del tiempo le agarré el gusto a caminar porque era lo único que podía hacer, la música era un privilegio que no podía permitirme, no podía distraerme para no perderme en mis pensamientos.
Después de casi ser puré gracias a un colectivo que tenía ganas de pasar y darme un golpe de realidad en las peligrosas calles del centro que estaban inundadas por vehículos, encontré un oasis, un mini mercado que gracias a mi increíble suerte tenía lo que estuve buscando por horas, cargar la MOVI, y finalmente cumplí con mi objetivo. Mi destino estaba a tan solo tres cuadras.
Mi aventura estaba a punto de ser completada. Nunca tuve tantas ganas de sentarme en mi banco. Entrenado por fin en la escuela llegué tratando de no hacer ruido al salón, pero al abrir la puerta, mis amigos y compañeros se percataron de mi presencia. La mirada de ellos era un cuadro, parecía que habían visto un fantasma y no era lo último que me pasaría en la mañana. Parecía el único alumno presente. Mi maestra hizo un espectáculo dándome un sermón como si lo hubiera practicado toda su vida, como si el destino quisiera que sea el centro de atención, mi preceptora hizo acto de presencia.
Traté de defenderme por llegar tarde, pero mi maestra y preceptora hacían oídos sordos a mi historia. Mis compañeros me creyeron porque era el único tan loco para ir a la escuela aunque llueva, truene o sea el fin del mundo; yo siempre iba a estar ahí cueste lo que cueste. Era el alumno con más asistencia de mi curso y probablemente también con más asistencia en toda la escuela, pero eso no importó porque llegué tres horas tarde.
El motivo de por qué mi preceptora había ido en primer lugar a mi curso, fue para dar la grata sorpresa que la profesora que tendríamos en los siguientes 30 minutos iba a faltar y que saldríamos antes.
No estaba enojado, no estaba triste, no sentí odio. Me sentía orgulloso por haber caminado más de 10 kilómetros sin descanso sabiendo que sin importar lo que pase, siempre llegaré donde me lo proponga. Aunque también estaba desilusionado porque mi profesora no pudo ir a dar clases. Y así, cual día normal, me fui caminando con mis compañeros a tomar otra vez el colectivo como si nada hubiera pasado, ese mismo colectivo que me hizo iniciar esta anécdota que hoy les cuento y en dónde escribo está crónica que están leyendo.
Mis anécdotas con los colectivos son como las de cualquier persona. Reí cuando iba con mi amigos, me salvaron de caminar en las frías noches de invierno, me llevaron a lugares que están a horas de mi casa, tantas historias y sólo les cuento una para que se imaginen cómo son las demás. Y no quiero decir cómo me sentí cuando, a un año de mi desventura, me enteré que ya se puede cargar la tarjeta con billetera virtual y acreditarlas en el mismo colectivo. Desde ahora mis viajes no serán con una sonrisa sino a carcajadas.
Convenio La Cigarra- Santa Fe Más
La Cooperativa de Trabajo La Cigarra firmó por segundo año consecutivo un convenio para dictar talleres con el programa Santa Fe Más, que depende del Ministerio de Desarrollo Social de la provincia. Está orientado a jóvenes de entre 16 y 30 años con el fin de brindarles herramientas que ayuden a la inserción en el mundo del trabajo.
El desafío es grande y se lleva a cabo en tres talleres de un encuentro semanal con personas de todas las edades, quienes fueron seleccionadas por haber transitado capacitaciones relacionadas a la comunicación y el periodismo en las organizaciones sociales de las que dependen.
Los integran alumnas y alumnos de Radio Aire Libre, Radio Qom, el Centro Cultural La Gloriosa, ONG Meraki, Hay Salida, Comunidad Rebelde, Descendientes de Victoria, Alcanzando Sueños y Permanecer. Desde La Cigarra y con periodistas del diario El Ciudadano como talleristas se pensó en brindar un acercamiento al periodismo y la comunicación institucional para que pudieran aplicarlo en cada una de las instituciones por las que transitan y se sienten parte.
Cuando hay ganas todo se puede. A lo largo de estos meses logramos esa reciprocidad de conocimientos que nos da sabiduría y nos dejan distintos textos que nos llenan de orgullo. Por eso, los vamos a ir publicando tanto en la edición impresa como en la web del diario El Ciudadano. Esperamos que los disfruten.
Este texto está escrito por Maximiliano Alvarenga de la organización Alcanzando Sueños.