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Alicia Dujovne Ortiz: “Los personajes sobre los que escribí me eligieron a mí”

Fue hija de un agente secreto de la Unión Soviética y vivió repartida entre Argentina, donde creció, y Francia, donde se exilió en 1978. Fue biógrafa de Evita y escribió un libro sobre Maradona. Ahora, a sus 84 años, presentó “Andanzas”, una trilogía autobiográfica a la que prefiere llamar de “autoficción”

Alicia Dujovne Ortiz es una mujer en constante movimiento. Así lo muestra a sus 84 años en la trilogía Andanzas, una saga de tres novelas de autoficción donde bucea sobre su vida y construye en su relato la historia que la atraviesa. Una de las pioneras en la escritura feminista, en contar un aborto, el desamor. Una mujer partida entre Francia y Argentina, entre el judaísmo paterno y la familia materna de ascendencia genovesa y española. La mayoría de sus libros son biografías de personajes femeninos, entre ellos Eva Perón. Pero también existe Maradona Soy Yo, donde relata la historia del ídolo recorriendo Nápoles. Y El Camarada Carlos, donde a partir de reconstruir la historia de su padre termina elaborando la historia del comunismo en Argentina. Una escritora indispensable, creadora de un estilo único, que reúne en estos tres libros parte de la historia de su vida, pero también de esa esencia que impregna toda su literatura.

—Antes del auge de los feminismos tu literatura marcó un camino en el tema. En la manera de abordar a las mujeres que investigás para contarlas, pero también en ese viaje personal de Andanzas, donde hace años, cuando aún no se hablaba del tema, diste cuenta de un aborto.

—Vos te referís claramente a Las Pelas Rojas, donde cuento un aborto que tuve en Paris en los años ‘60. Fue antes de que la ministra Simone Veil promoviera la ley del aborto, en 1975. Por lo que, lo que yo me hice, fue un aborto clandestino. Y cuando las chicas velaron noche y día por el aborto legal, yo lo entendía muy bien. Lo que es pasar por esa especie de carnicería del aborto clandestino, en la que se arriesga la vida. Aquella vez en Paris me salvó mi mamá que llegaba de visita y se encontró con este panorama. Yo tenía una fiebre muy alta, lo que significaba la antesala de la muerte.  

Hubo reacciones cuando yo conté eso en 2005 en las Perlas Rojas, pero debo decir que en Francia a partir de los años ‘60 hubo mujeres que empezaron a hablar, hubo un grupo que se llamaban algo así como “Las malas chicas”, el grupo de “Las 300”, entre las que estaba Catherine Deneuve, que se llamaban “Yo también aborté”, que fueron preparando el terreno para la ley que se logró con Simone Veil. Pero cuando yo escribí esto en 2005 cayó muy mal en el diario argentino donde yo colaboraba, un diario tradicional de derecha a los que no les gustó nada.

—De alguna manera desarmar la historia familiar, sirve al lector para conocer la historia. Los personajes que te rodearon, pero también abre una mirada sobre la izquierda, la militancia, la política.

—Fui hija de comunistas hasta los 6, 7 años. Y ahí me convertí en hija de ex comunistas, porque mis padres se fueron del partido en el año 1946. Eran realmente pioneros de la disidencia, los camaradas no se iban todavía. Los que se fueron comenzaron a irse en el XX Congreso de 1950, cuando Nikita Jrushchov denunció los crímenes de Stalin. Pero antes de eso era raro que se fueran.

Irse del Partido Comunista significaba la soledad absoluta. Entregar el carnet en ese momento era como entregar el pasaporte y el que lo hacía se quedaba solo. Porque el Partido Comunista en ese momento era un poder y era un país. Era como tener un grupo sociocultural, político, que te rodeaba. Al irte del Partido Comunista te quedabas solo, aislado y eras considerado por tus antiguos camaradas como un apestado, como un traidor. Ellos nunca se pasaron al otro lado, ni siquiera hicieron una declaración pública contra el comunismo. Aceptaron quedarse solos en sus casas. Y la nena, la adolescente que yo fui, estaba ahí, en un departamento del barrio de Flores, donde nunca más nadie tocó el timbre. Un departamento adonde no iba nadie. En esa soledad y en la falta de grupo social, crecí.

Tenía una familia por parte de madre, una familia de tradición española y genovesa, que en forma más directa venía de Entre Ríos pero que había llegado al país hacía siglos. Y por el lado de  mi padre eran judíos ucranianos que en el 1900 habían llegado a las colonias judías del barón Hirsch. Es decir que eso también me colocaba en una situación de extrañamiento. Porque era hija de ex comunistas, no era del todo judía, pero tampoco dejaba de serlo. Estaba en el medio, vivía en un no lugar donde no iba nadie. Bueno, después de todo eso, si no me hacía novelista… De ahí viene la necesidad de hablar, de contar de escribir, creo que viene de ahí.

—¿Cómo elegís los personajes que investigás?

—En los personajes masculinos, el camarada Carlos me eligió él a mí, o me hizo él a mí, porque es mi papá. Es la historia que fui a bucear en los archivos de la Internacional Comunista en Moscú en 2004 más o menos, para escribir su biografía en ese momento, que fue uno de los más emocionantes de mi vida. Yo me presenté como la hija de un agente de la Internacional Sindical Roja. Efectivamente, mi padre fue agente secreto hasta que se fue del partido en 1946, pero como agente secreto trabajó hasta 1935. A partir de ahí fue miembro del partido oficial argentino cuando volvió a la Argentina.

Con Maradona fue impresionante. Yo no sabía nada de fútbol y de pronto en el Mundial ‘90 me encontré frente a una escena misteriosa en la que Maradona lloraba frente al canciller (alemán, Helmut) Kohl, que estaba muy sonriente porque era el año de la reunificación y ese año tenía que ganar Alemania. El partido se lo habían regalado. Y yo quería ver si una vez en la vida compartía una pasión con mis compatriotas y con el resto del mundo. Así que me fui a Nápoles como periodista que soy, y llegué a conclusiones interesantes sobre cierto partido arreglado entre el Nápoli y un equipo de Milán de Berlusconi, donde Maradona tendría de acuerdo con la mafia que lo contrataba. Y me refiero a la Camorra del sur, pero también a la mafia del norte. Maradona tendría que haber perdido ese partido, pero lo ganó casi a pesar suyo, porque tenía una pierna izquierda que no estaba hecha para perder. El libro no es una biografía sino un viaje mío a Nápoles.

—La mayoría de los personajes sobre los que escribiste son mujeres. ¿Cómo llegaste a ellas?

—Con respecto a los personajes femeninos; yo creo que era elegida. De pronto me entero de algo sobre un personaje histórico, que no me genera identificación porque no necesito de la identificación para escribir, pero si me despierta ecos, resonancias. Yo puedo entender lo que le pasó a la madama Lynch cuando la casan a los 15 años con un médico y resulta que no es ni casada ni soltera y se tiene que hacer cortesana para la corte de Napoleón el pequeño, Napoleón III. Y después la levanta el futuro dictador del Paraguay, Solano López, y se encuentra metida en la guerra del Paraguay. Bueno, yo puedo saber, pero con precisión, lo que ella sintió como mujer. Si bien no me despierta identificación, y mucho menos cuando ella revela su deseo de dinero y de poder, que son temas que me resultan totalmente ajenos. Como me resultaron totalmente ajenos en Evita, no son mis pasiones. Tengo otras, pero no son esas. 

Cuando digo que el personaje femenino me elige a mí es porque de pronto pienso: “¡Pero claro, yo sé lo que le pasó a esta mujer por dentro!”. Yo sé lo que le pasó a Anita Garibaldi cuando conoció a este pelirrojo maravilloso y ella es una morochaza del sur de Brasil y sé por qué lo sigue hasta la muerte. Lo sé cómo si lo hubiera hecho yo. Yo me interese mucho por la mística. Y me interese en Teresa de Ávila, pero yo no sabía que el padre de ella era de familia marrana, judíos conversos, ni que el abuelo había sido denunciado ante la inquisición y había tenido que recorrer las calles de Toledo descalzo con el San Benito y un sirio apagado en la mano. La vergüenza total. Por eso se fueron a Ávila. Yo no lo sabía, y es como si Teresa de Ávila me dijera: “A vos te interesa el tema, pero además vos sos hija de judío y de cristiana, tenés la misma división, esa doble identidad. ¿Por qué no escribís una novela sobre mí?”. Las cosas pasan así.

Como si hubiera una elección por parte de alguien fuera de mí que vive en la historia, pero que tiene que ver conmigo. Yo entiendo lo que le pasó a Teresa de Ávila. Pero por otra parte todos mis personajes tienen una doble identidad, social, étnica y nacional, absolutamente todos. Ninguna de estas mujeres de las que me he ocupado han pertenecido claramente y tranquilamente a un solo país, a un solo medio social, todas están partidas por el medio porque yo me siento partida por el medio. De nacimiento, por esto de ser medio judía, por mi historia familiar y por el exilio. De pronto me encontré hablando en dos lenguas, francés y castellano. Y esa división la comprendo.

—La mayoría de tus libros incluyen una investigación rigurosa de los personajes. ¿Cómo es tu método de escritura?

—La ficción se construye a partir de la lengua. Es el texto que te va llevando. Hay un método, una forma de trabajar, que es creerle a las palabras, al texto. Tenerle confianza a lo que el texto sabe, porque él sabe lo que yo no. Entonces el texto se va escribiendo porque yo lo quiero, porque tengo una voluntad creadora y porque decido contar ciertas cosas y no otras. Pero el texto me va guiando y hay una entrega a lo que la palabra quiere, que es muy importante en la escritura. Es posible que eso tenga que ver con cierta escritura femenina. 

Pero eso fue fundamental para mí en las autoficciones, no así en las biografías, porque en ellas uno tiene una distancia mucho mayor y, en consecuencia, la lengua empleada también. En la biografía de Eva Perón yo no tenía derecho a entrar en la cabeza de Evita, tenía que mantenerme afuera y no podía decir Evita pensó o sintió esto sino de acuerdo a tales testimonios puede ser que Evita haya sentido o pensado esto. Eso es una biografía. La lengua tiene esa distancia, la posición óptica es distante.

Evidentemente en una autoficción no es así, yo sé muy bien lo que pensé y sentí. E insisto en llamar “autoficciones” a esos textos autobiográficos. En la tapa de Andanzas pusimos trilogía autobiográfica porque queda más claro, no podemos decir de entrada “autoficciones” porque a mucha gente la puede hacer pensar que se trata de invenciones. No es así. Yo he contado ciertos episodios de mi vida. La ficción está en la elección de algunos episodios, en por qué elijo unos y no otros, y esa elección, ficción o no, está la escritura. En la elección de ciertos elementos.

—¿Por qué escribís?

Creo en lo que decía Rilke, que un poeta tiene que sentir lo inevitable de su poema, bueno creo en lo mismo para una novela, cuando una novela no puede no ser escrita. Uno a veces tiene ganas de escribir sobre algo, pero cuando uno siente que si no escribe sobre eso se muere. Es ahí cuando hay que escribir.

Yo tengo una escritura editorial, me divierte escribir, me divierto con las palabras y gozo con el lenguaje. En menor medida cuando escribo una biografía o una novela histórica, más todavía cuando escribo uno como Aguardiente, la última parte cuando escribo de la naturaleza: yo siento una especie de mística con la naturaleza.

Pero en la investigación histórica también. Hurgar entre los miles de los relatos oficiales. Qué le pasó de verdad a la madama Lynch, a Anita Garibaldi, dónde hay un elemento un poco más novelesco como en Mireya, la prostituta francesa que vino a un burdel de Buenos Aires. Como en Miriam, la prostituta traída por Zwi Migdal. Bueno, me leí todo lo que había sobre eso, sobre la historia del tango, en el burdel de Buenos Aires. Porque hay una necesidad de conocer el tema a fondo y porque ahí también hay placer. En la investigación rigurosa también hay un elemento de placer, un elemento hedonista.

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