Los trabajadores de Allocco volvieron a la calle. Esta vez, cortaron la avenida Filippini al 1300 de Villa Gobernador Gálvez y la coparon con un festival popular. El objetivo de la jornada era apoyar una lucha –de más de un año– por la continuidad laboral y el pago de los sueldos que adeudan al más de un centenar de empleados que habían sobrevivido de los 250 que eran en 2002, cuando la firma se había mantenido a flote. Sin embargo, lo que no podía pasar pasó, y ahora el rumbo de la empresa es incierto. Aún no se decretó la quiebra de Allocco y comienzan a sonar bien fuerte rumores de un nuevo inversor, pero nadie está en condiciones de creer sin ver. Por eso, ayer por la noche los trabajadores, sus familias y una buena cantidad de vecinos, organizaciones sociales y políticas “amigas” y militantes dejaron en claro que los metalúrgicos de Allocco siguen dispuestos a resistir.
El atardecer del viernes fue especial para salir a la calle. Con la caída del sol, bajó el calor y las condiciones fueron perfectas para tomar una cerveza, comer un choripán y dejar a los chicos correr entre las mesas. El festival en la puerta de Allocco, en Villa Gobernador Gálvez, convocó para las 18 pero arrancó con la noche. Desde temprano, sin embargo, sonaron zambas y chacareras, y grupos de amigos y familias se ubicaron frente a la fábrica que fue la tercera más importante del país y ahora lleva un año parada. Una bandera resumía claramente el reclamo y motivo de la reunión: “A un año del conflicto, seis meses sin sueldo y sin solución”. Abajo, sobre la fachada de la metalúrgica, se leía escrito con aerosol: “Queremos cobrar”.
Otra bandera llamaba la atención, la de las mujeres en lucha acompañando a Allocco. “Cuando vimos a nuestros maridos desgastados decidimos salir a luchar a la par”, explicó Jéssica. Las esposas, amigas e hijas estuvieron a cargo de la mesa dulce y acompañaron en la organización del festival. Jéssica afirmó que nunca se había imaginado pasar por una situación como esta. “No nos sobraba la plata pero tampoco nos quejábamos. Yo tengo tres hijas. Una nació con el conflicto, las otras dos van a la escuela. Mi marido no consigue nada y tuve que salir a hacer changas”, relató. Las mujeres –las familias concretas mejor dicho– reciben donaciones de pañales, leche, medicamentos, útiles escolares. “Pero todo es para zafar. No es lo mismo que volver a tener un trabajo fijo”.
Allocco llevaba más de medio siglo años fabricando soluciones y equipamientos para la industria aceitera y era una de las más importantes en el rubro a escala mundial. No solamente eso: la mayoría de sus empleados eran de Gálvez, lo que la transformaba en una de las más importantes fuentes de trabajo para los jóvenes de la ciudad lindera. Todos los trabajadores coinciden en que en septiembre de 2012 comenzó el quiebre, cuatro años después de que Desmet-Ballestra, una firma de origen belga y nada más y nada menos que una de las principales competidoras, hizo pie en la empresa fundada en Villa Gobernador Gálvez.
Los empleados aseguraron que a partir de 2009 se hicieron ventas por centenares de millones de dólares y que ese dinero fue enviado a Desmet de Bélgica, pero a Desmet de Argentina le quedaron “migajas”. Y marcaron que, para peor, se empezó a amasar una cuantiosa deuda con proveedores. Lo que presumen es que la compra de una competidora se hizo con un fin claro: sacarlos del mercado. Según denunciaron, los actuales directivos de la firma Héctor Martini, Osvaldo Serra y Mario Allocco –liderados por Marcelo Markous– en los últimos meses mantienen parada la producción por falta de insumos. Hasta este mes, los trabajadores recibieron “Repros” –del programa de Recuperación Productiva de la Nación– por 1.500 pesos por mes y un subsidio de la provincia. Pero ambos se terminaron con enero, y no hay comunicación de que este mes continuarán.
Los obreros no saben lo que va a pasar. “Si Allocco quebró fue porque quisieron quebrarla”, sentenció Mariano, uno de los trabajadores de la empresa. Ayer estaba trabajando en la barra. Mientras explicaba la situación y repartía cervezas, se veía a lo lejos a un grupo de mujeres cortar tomate y lechuga para los choripanes, y más lejos aún, a las maquinas de la fábrica paradas. El rumbo aún no está definido. Muchos continúan en la lucha trabajando en otros lugares, pero muchos otros no encuentran empleo. Y mientras tanto, el rumor de un inversor y la posibilidad de que Allocco se convierta en una cooperativa resuenan en cada asamblea. Mariano habla bajito mientras llena y reparte vasos. Trabaja para mantener a su familia y en su tiempo libre pelea por la fuente de trabajo que le robaron. Mariano habla bajito pero con fuerza, y sentencia: “Lo que no se discute es que la fábrica tiene que seguir abierta”.