Una leyenda del norte argentino, sobre una mujer que vive su sexualidad libremente y como consecuencia se la condena a convertirse en una terrorífica mula que vaga por el monte, es tomada por el cineasta Juan Sebastián Torales en Almamula para hablar del despertar sexual de un joven en el contexto conservador de su provincia de Santiago del Estero.
La ópera prima de Torales, que se estreno la semana pasada comercialmente y tuvo su paso por la sección Generation del último Festival de Berlín, además de participar en numerosos certámenes en el mundo, hace una relectura de la leyenda del “Alma Mula” para hablar de la amalgama entre religión y creencias ancestrales como mecanismo de control del poder.
“Cada pincelada, cada imagen, cada sonido, están inspirados en algo que viví, de lo que fui testigo, que escuché o que me contaron”, cuenta Torales en comunicación con Télam desde París, en donde reside hace años.
En el film, rodado íntegramente en Santiago del Estero con elenco y técnicos de esa provincia, Nino (Nicolás Díaz), de apenas 14 años, empieza a descubrir su atracción por los hombres y el dejarse llevar por la figura del mito, que representa originalmente el castigo a las mujeres que se atrevían a manejar su destino, empieza a ser una alternativa inquietante y posible para el joven, que lidia con un contexto hostil frente a su elección sexual.
“Una de las primeras razones por la que hice esta película fue la necesidad de hacer algo que me conecte con mi provincia y mi familia para siempre, pero también fue por un profundo deseo de hacer un film desde que soy muy chico”, confesó Torales y agregó: “Y en el momento en que conecté con ese niño interior, se encendió como una luz roja, una alerta. Sin querer, estaba frente a ese pequeño Juan, que tuve que mirar de cerca, y fue ahí que descubrí un montón de heridas sin sanar de mi niñez. Un día estaba en París, ya hacía 12 años que vivía allá, estaba bien instalado, así que tenía el tiempo de sentarme y empezar a ocuparme de la «ropa sucia» y a hacerme las preguntas que tal vez no me había hecho antes; fue un proceso de introspección muy intenso, duro pero necesario. Por eso me gusta hablar de Almamula como si fuera una pintura inconsciente de esa etapa de mi vida, en donde cada pincelada, cada imagen, cada sonido, están inspirados en algo que viví, de lo que fui testigo, qué escuché o que me contaron”.
“Siempre digo que la pubertad es como una película de terror. Son muchas cosas al mismo tiempo que pasan en la cabeza de un adolescente. Te volvés este monstruo lleno de pelos, tenés ese fuego adentro del despertar sexual inminente y al mismo tiempo estás tratando de pertenecer a un grupo social, de independizarte de tus padres. Perdés el miedo a todo pero al mismo tiempo sos un niño y, sin saber, a veces te ponés en situaciones peligrosas”, aseguró el realizador.
Respecto a cuánto hay de real y también de autobiográfico en ese universo cerrado y asfixiante que presenta la película, Torales contó: “Yo siempre digo que una buena historia es cuando lográs tomar algo que viviste, algo muy profundo tuyo, le das una vuelta de tuerca fantástica y lo transformas en algo que le puedas contar a tus sobrinos o a tus nietos, algo que puedas hacer perdurar en el tiempo. Y al final se transforma como en un hijo que mandás al mundo. Lo educás, lo formás, te ocupás de que se vea bien, que se haga escuchar, que tenga una noción de la ecología y del mundo en el que va a vivir, que sea respetuoso, y que sobre todo vehiculice un mensaje para mover un poco las cosas”.
“Para mí abordar el despertar sexual y esta etapa en particular de la vida va de la mano con la oscuridad, el miedo y la opresión. Por eso elegí los instrumentos musicales más graves para hacer la banda sonora, como clarinetes bajos y contrabajos distorsionados. Quería reproducir los sonidos internos del ser humano, las entrañas, la angustia, el ahogo”, confesó.
Almamula también aborda el sincretismo religioso, en donde el catolicismo se fusiona sin aparente oposición con las creencias rurales para construir un discurso conservador y condenatorio. “La leyenda del Almamula fue creada en la época de la colonización, la Santa Inquisición. Cuando llegaron a América del Sur descubrieron a los pueblos originarios vivir su vida sexual libremente y se horrorizaron, así que no solo los castigaron, sino que también crearon un monstruo para darles miedo y evitar que sigan cometiendo estos «actos impuros». Cuento esto porque la religión y las leyendas tienen la misma finalidad, hacernos creer que hay un bien y un mal. Que si hacemos el mal está el castigo o la moraleja, esto conlleva la culpa y la vergüenza. Para mí contar la historia de Nino, en la que el leit motiv es la culpa y la vergüenza, iba de la mano con la reinterpretación de ambas ramas, la folclórica literaria y la doctrina religiosa, sin dudas”, apuntó.
Se estrenó el film argentino «Almamula», del director Juan Sebastián Torales
Y aseguró: “En ningún momento quise reproducir la leyenda tal como nos la contaron siempre, me permití reinterpretarla para revalorizarla. Revalorizar a esa mujer castigada por Dios que fue el Almamula, esa mujer que nunca sabremos si fue abusada por su padre y su hermano, no sabremos si era simplemente una mujer que vivía su sexualidad libremente, solo sabemos que es una mujer y que solo por eso fue castigada. Un patrón que se repite en todas las leyendas, la figura de la mujer es ultrajada, vapuleada y juzgada por una visión claramente patriarcal. Por eso para mí se vuelve como un símbolo de escape y de salvación para las minorías. Al menos esa es la progresión que intenté darle a la imagen del monstruo en la película”.
Para concluir, Torales puntualizó sobre sus referencias cinematográficas, literarias o de otro tipo. “Almamula es una pintura inconsciente pero también es un experimento cinematográfico. Para el proceso de escritura fue todo un trabajo psicológico, con mi analista primera en la lista de agradecimientos y de trabajar con la información que ya estaba instalada en mi cabeza. A cada técnico que se sumaba al proyecto le pedía el favor de no venir con referencias y trabajar a partir de un lienzo blanco, pintarlo con lo que el monte, el río y la tierra nos ofrecía. La idea fue tratar de hacer una película sin género, que no entre en etiquetas y en una tierra virgen de cine, hablada en un acento santiagueño que aún no había sido expuesto”.