Una sala del teatro La Comedia apenas cubierta hasta la mitad pero de fieles seguidores fue la que recibió el sábado por la noche a la cantautora uruguaya Ana Prada, quien desembarcó en Rosario para mostrar Soy otra, un disco con el que dijo cerrar una trilogía luego de Soy sola (2006), y Soy pecadora (2009). Este fue un concierto que Prada debía desde 2013, suspendido en su momento por la tragedia de calle Salta, y realmente, casi como un cumplido, la uruguaya desplegó, sin ningún intervalo, un repertorio de bellas canciones durante casi dos horas que sus fanáticos, que vinieron hasta de La Plata, además de varios lugares periféricos a Rosario, agradecieron plausiblemente.
A partir de una formación de bajo, guitarra, batería y piano acústico y teclados, Prada imprimió con su voz y su guitarra un sello muy singular al concierto, mezcla de ductilidad armónica y exquisita precisión en el abordaje de sonoridades diversas. Buena parte es lo que puede escucharse en el disco Soy sola, del que hizo casi todos los temas que lo componen, y también interpretó otros clásicos que generalmente tienen que ver con cantoras latinoamericanas que no sólo la han influido en su forma de expresión musical sino en sus actitudes –posturas, movimientos de su cuerpo, formas de pararse–, reivindicadoras de la autonomía en las decisiones que la mujer debe ejercer en estos tiempos que corren.
El arranque sería con “Dónde vas a ir que más valga”, de la que dijo que surgió a partir de un dicho que le había hecho pensar su sentido, donde mucho tuvo que ver la rica melodía del piano acústico, a cargo de Ariel Polenta, quien también es productor del disco.
Hay un aspecto destacable por encima de las canciones –que abrevan en el pop, el folk, la chacarera, la zamba– en los conciertos de Ana Prada, y es el feeling que ella establece con su público y con sus músicos, a los que denominó “miss músicos”, sugiriendo que dio con ellos luego de un arduo casting. Se diría que es un show integral donde se consigue un clima empático, que enriquece los temas, conformando algo palpable y que un crítico de su país definió como “anapradismo”.
Atentos y encantados, los fans entonaron no pocos de los temas con una afinación también poco frecuente; es que Prada “produce” esa instancia y el público está siempre dispuesto a cumplir. El universo musical de la cantautora es amplio y si bien es deudora del efecto rioplatense, su sonido despliega y ensambla otros aires. Así fue cuando armó una suerte de tablado con tres guitarras acústicas, un cajón y el bajo para interpretar una canción que paseó por el flamenco, la bosanova y el candombe generando un clima que mucho tenía de inédito.
Talento y simpatía entonces es lo que a Prada le sobra, lo que es un agregado a la sutil precisión de sus interpretaciones, como en el caso de “No te podía quitar”, una zamba de elaboración con arreglos de su también compositor y guitarrista Juan de Benedictis.
Definiéndose como del “Mercosur” por su lúdica y coqueteo sensorial con las rítmicas sudamericanas, Prada dio rienda suelta a “Para decirte que te quiero” y “Vuelve a casa”, canciones con bases intensas afincadas sonoramente entre la alegría y la nostalgia; un poco después y apelando a las palmas de “algo que los argentinos pueden hacer mejor que los uruguayos” emprendió una chacarera compuesta junto a Teresa Parodi, a la que señaló como una de sus maestras, tal cual un rato antes había definido a Liliana Herrero. Poco antes del cierre de lo que sería un notable concierto donde la mezcla de raíces sonoras fue una bandera natural que ondeó en las canciones, Prada interpretó con cuerpo, alma y voz “La entalladita”, la canción que haría famosa la mexicana Amparo Ochoa. Pura energía y deseo, marcas indelebles que Prada imprimió al recital.