Victoria Arrabal – Universidad Nacional de Rosario (UNR)
“Mi aparente fragilidad” es el título de un libro que analiza el discurso de Cristina Fernández de Kirchner durante su primera presidencia para dar cuenta de las características de su liderazgo político y de qué forma se consolidó la identidad kirchnerista. La obra es el resultado de la tesis de Irene Gindin, doctora en Comunicación Social, docente e investigadora de la Facultad de Ciencia Política y RRII de la UNR y becaria posdoctoral de Conicet. Para el análisis, la autora trabajó sobre 1.200 discursos que pronunció Cristina Fernández de Kirchner tanto en actos políticos como en cadenas nacionales entre 2007 y 2011, desde los de menor repercusión hasta los más trascendentes, como los expresados durante el conflicto agropecuario o luego de la muerte de Néstor Kirchner. “Cristina se constituye en su propio discurso y las imágenes de estos dos acontecimientos que adquieren relevancia en distintos momentos sobrevuelan todas sus exposiciones”, afirma Gindin.
Entre dos polos
El trabajo identifica dos tipos de ethos entendidos como imágenes discursivas. Uno “magistral” que corresponde a una imagen profesoral, jerárquica –visible en términos tales como “yo explico, ustedes aprenden”–, y otro que es “íntimo” e irrumpe a partir de la muerte de su esposo y la exposición del dolor. Se trata de un discurso más anclado a la biografía personal de la familia, de la pareja y en donde la figura de Néstor se vuelve un gran significante al que se le atribuyen diferentes significados. “Es el salmón que nada contra la corriente. Es el que nos saca del infierno, etc”, ejemplifica la investigadora. Para ella, en ese mismo período aumenta en términos cuantitativos la militancia juvenil y “empieza un lazo de retroalimentación afectiva entre la Cristina viuda dolida y la juventud que le hace el aguante”.
Gindín considera que los aspectos más fuertes de la identidad de la ex presidenta en su discurso se sintetizan en el paso entre la generación diezmada a la que ella pertenece y la del bicentenario de Argentina, que es la que inaugura el período cristinista. “Ese pasaje entre una generación y otra replica algunas cuestiones propias del peronismo en cuanto al trasvasamiento generacional, pero se le suman dos elementos. Uno, hay que luchar contra una forma de entender el Estado que no es el mismo de los años 70. Dos, hay que tener en cuenta algo que antes no era considerado como los son las instituciones democráticas”, sintetiza Gindín.
Amor y odio
“Es muy sintomático el amor y el odio a Cristina. No hay un término medio”, dice la investigadora y considera que el hecho de que sea mujer genera molestia y cierta incomodidad a pesar de no ser una feminista de la primera hora. Según este análisis, su discurso “se mueve como en un péndulo” porque por un lado reproduce estereotipos de género y pareciera que se le escapa una cuestión patriarcal y machista al pregonar que ciertos roles son eminentemente femeninos. Por ejemplo, cuando habla de la crianza de los hijos. Pero por otro lado, el propio discurso respecto al género se construye de manera dialógica dado que las principales críticas las recibe por ser mujer. “No hay registros de términos apelativos como «yegua» o «puta» hayan sido utilizados con otra figura presidencial”, afirma la docente y agrega: “A partir de la muerte de Néstor la crítica fundamental que se le hizo fue que estaba inestable, que no podía gobernar sin el marido, basándose en la idea de doble comando que surgió en la postulación de 2007”.
Para la investigadora, Cristina Fernández de Kirchner responde desde un lugar de fuerza y asumiendo que más allá de la dificultad por el dolor de la pérdida de un ser querido, no se considera más débil que nadie. Los ejemplos que toma son los de Evita, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, mujeres con gran fortaleza vinculadas a la lucha por los derechos humanos.
“Es llamativo que la mayor parte de las veces no se refiere a Néstor por su nombre y apellido (función política o familiar) sino como «el» emulando a Dios y considerándolo como alguien omnipresente al afirmar: «Yo sé que él está acá, que nos está mirando»”, analiza Gindín y destaca la reposición por parte del auditorio que cuando escucha el” entiende de quién se trata y no quedan dudas.
La investigadora afirma que Cristina Fernández de Kirchner habla como presidenta pero a la vez como militante. En especial, durante los actos peronistas. “Más allá de su constante apelación a la defensa de los derechos humanos es una militante que recoge una parte del peronismo y que establece juegos de acercamiento y distancia con otras interpretaciones dadas a este movimiento que a sus ojos están mal o no son las correctas”.
El paradestinatario
Teniendo en cuenta las teorías del semiólogo Eliseo Verón, el discurso político se constituye como tal en tanto se dirige a tres destinatarios: Uno negativo que es la alteridad –el que piensa lo contrario a mí–; otro es el prodestinatario, que es el partidario; y finalmente, la figura más importante en los sistemas democráticos: el paradestinatario, al que hay que dirigir las estrategias persuasivas. Para la autora, uno de los grandes errores del kirchnerismo fue hablarle exclusivamente a los propios dejando afuera a un conjunto de ciudadanos que no se sentían representados y no percibían estrategias discursivas que los incluyeran como parte de la comunidad. “Es ahí donde el kirchnerismo terminó fallando. Fundamentalmente después de ganar la segunda presidencia”, señala Gindín.
La comunicadora toma el concepto de Tomás Luders acerca de que “la identidad kirchnerista no duda de sí misma y no invita a un acuerdo parcial”, algo que considera muy fuerte en la primera presidencia y que se profundiza en la segunda, como lo fue “hablarle a los propios”. Gindin cree que eso puede ser útil en algún momento, pero deja una enorme cantidad de “otros” que no necesariamente son el contradestinatario.
El título de su libro “Mi aparente fragilidad” corresponde a un fragmento de un discurso cuya frase completa es: “Pero que no se confundan con mi aparente fragilidad”. Aquí la ex presidenta marca la frontera con un “otro”, sienta una posición sobre lo que los demás dicen de ella y polemiza con esos sectores al tiempo que se ubica en un lugar de fortaleza.