Sesenta y ocho, sesenta y nueve, setenta. Amarillo primero, después verde agua, amarillo otra vez, más cerca del escenario. Las onditas pintadas en los escalones destinadas a numerar los culos de las personas que llegan al anfiteatro llevan una cuenta imposible de realizar. Tachando esa suma, arriba de la pintura, aparecen de forma autoritaria las sillas de plástico blancas y negras que nos recuerdan que vivimos en una nueva normalidad. La primera sensación que aparece, casi de manera instintiva, es la de ofrecer resistencia a esa reducción del espacio, rebelarse contra ese reordenamiento de los cuerpos. Rápido y eficaz, aparece en la cabeza el recordatorio: hace poco menos de un año no podíamos ni pensar en volver a escuchar el sonido vibrante de una banda en vivo. La apuesta, entonces, es grande: romper el silencio al que nos conminó el 2020. Reactivar la escena local. Las sillas, entonces, son un detalle.
La forma de las ideas
A las 19.30 se abren las puertas y empieza a tomar forma lo que hace unos días era solo una idea, desafiante y provocadora. Retrocedamos un poco: hace diez días la productora Agua de Río comunica que el anfiteatro estaba disponible para una fecha. Se podía organizar a contrarreloj o dejar pasar la oportunidad. Tomalo o dejalo. Con tres años de trabajo conjunto más toda la experiencia previa de cada une de sus integrantes, el Movimiento Union Groove de Rosario recoge el guante y dobla la apuesta. No será solo una fecha, lo que se va a organizar es un festival con más de treinta músiques en escena, orquesta propia, visuales, conducción y banda sorpresa. Hay que sacudir el letargo, hay que reencontrarse, hay que pensar en grande. El objetivo: “Llenar el anfiteatro en tiempo récord bancando la autogestión».
Del otro lado de las ideas
Apunta y acierta. El reencuentro que agita el MUG es una propuesta más que seductora. Así lo evidencian las entradas que se agotan rápidamente: a las cinco de la tarde, no quedan más burbujas de seis, las más grandes de todas las burbujas. Los cuerpos quieren reunirse y festejar, eso está claro. La música les da la chance. Camisas estampadas, sombreros de paja, pilusos y cabellos de colores van matizando las bandejas grises del anfi. La voz del muchacho que nos guía hasta la propia burbuja nos repite lo que sabemos y no queremos recordar: no se pueden sacar el barbijo, no se pueden parar. Ok, vamos a intentarlo. Allá están los baños. Si quieren cerveza o empanadas levanten la mano… Lo difícil para les pibes que corren como mensajeros del bien birra en mano de una punta a la otra de un anfi colmado va a ser distinguir el llamado del agite, pero eso es algo que va a suceder después, cuando comience la música. Por ahora, lo que resta de sol acompaña la fila interminable de afuera, que avanza lenta y tediosa, porque el protocolo que nos cuida también ralentiza todo lo que toca.
Ritualitos
21.04. Las latas de cerveza que empezaron apilarse al lado de las sillas denunciaron que era viernes y liberaron las palmas que empezaron a reclamar show. La gran Mafer Weber acompaña el agite con las luces cada vez que se intensifica. La gente sigue entrando. Miro el Instagram: en las historias del MUG comunican que hace un par de horas largas que se agotaron las anticipadas. Todes queremos show. Y para eso está Tatiana DeLacour poniendo cuerpo, voz, brisho y glam al inicio. Por fin aparece alguien que nos dice lo que sí podemos: gritar, aplaudir, tomar, cantar, abrazarnos en la burbuja, sonreírle a la música. Llegó la hora de dejarnos persuadir por el perfume floral de los recitales.
Sacale a bailar, sentade
El escenario se tiñe de rojo, los palillos de la bata marcan el pulso y es el comienzo del comienzo. Arranca el bajo y se suman les catorce musiques de distintas bandas que conforman el grupo uno. Suenan canciones de Huracán, Alto Guiso y Grooving Bohemia. Las visuales de Lisandro Arévalo y Aixa Richard abrazan la música mientras el dron que sobrevuela capta un anfiteatro que a las diez de la noche sigue recibiendo gente. Reafirma la letra de Papu: “Todes quieren un poco más”.
El comienzo fue suave, pero muy power, como una caricia de esas que hacen circular la sangre un poco más agitada y preparan el juego. El impulso del cuerpo fue abandonar la silla y menear la cadera al ritmo circular de una música que sonaba impecable y envolvente. Pero logramos contener el impulso y llegamos al final de este set con el solo agite de cabezas y brazos.
En los minutos que dura el cambio de musiques arriba del escenario las luces prendidas dejan ver cómo las camperas de ciré se saludan de una punta a la otra y nos recuerdan que todo vuelve en algún momento, hasta el ciré multicolor.
Segunda tanda de orquesta MUG, nueve musiques, dos canciones, “El andino de Río Chino” y “Buenas noches” de la China Roldán que nos transporta con su voz tibia por el río verde que fluye en las pantallas. Estamos en un trance del que no vamos a querer salir. Ni les que están en la cola del baño están tan convencides de querer entrar al químico que los desconecte del flow. Pero esta parte también tiene su fin y volvemos todes al aquí y ahora, a pensar en la cerveza que se acumula en la vejiga, en el coraje extra que hay que tener para ir al baño. Y esto merece un párrafo aparte.
Porque si en la vieja normalidad ir al baño era una odisea interminable, en la nueva era ir al baño implica otro protocolo que parece requerir más paciencia y resistencia aún. Se desinfecta después de cada persona, y eso hace que la cola sea si no infinita, al menos interminable. Lo vamos a dejar para después.
Tercer grupo, dieciséis arriba el escenario. Por abajo sigue su curso el afluente de gente que alimenta las sillas del anfi. No importa la hora, la gente sigue llegando. La posta de la data que circula por las redes parece ser: no importa la hora, venite igual. El bloque arranca con temas de Lilu, Caliope, Chokenbici para cerrar con Cortito y Funky, Kunyaza y Latelonius. El bloque con más ritmo hizo que algunos pies rebeldes se despierten de su letargo pero son las manos, los brazos, las cinturas las que toman la posta e inventan un baile que se sabe rebelde y liberador. La Negra Sound, que se suma al tema de Cortito y Funky, agradece tanto calor humano y dice que eso es lo único importa, “lo bueno es estar acá, el dinero es cotillón”.
Cuando se encienden las luces nuevamente el anfi se muestra completo. Los huecos que hay son los requeridos por el protocolo. Esto va a llegar a su fin, pero la vejiga grita que ya es tiempo. Sabemos que los intervalos no son el mejor momento para ir al baño, pero ya. La cola, para mi sorpresa va como piña. El baño no parece un baño de recital. Impecable. Acabamos de descubrir los dejos protocolares del bien que podrían llegar para quedarse.
Budajipis
Tatiana DeLacour anuncia el nombre de la banda y es como si nos mostrara la entrada a una fiesta que viene además con garantía. La música hilvana lo que de a poco se va diciendo con los cuerpos, con las miradas, con las palabras. La alegría de encontrarse, la energía que renace cuando dejamos de ser una imagen detrás de una pantalla, cuando somos rostros, sudor, alegría. “Sentir el cuerpe a cuerpe”, dice Meli. Y en eso estamos todes.
Cada momento se construye en la rítmica de una guitarra que sostiene el dancing mood sin titubeos, en el apoyo de la batería y el bajo, en los dibujos de los vientos propios e invitades. De manera colectiva también, pero cada une con su momento construyen sus solos que nos invitan a pasear por todos los estados. “Se puede bailar”, dice Meli. “No con los pies, pero se puede bailar. Bailemos con la cara, bailemos con las cejas, bailemos con los brazos”, bailemos con lo que podamos bailar, pero bailemos. El más creative del público tomó la consigna y sin moverse ni un centímetro de su lugar, puso rodillas en la silla y estiró los brazos al cielo en un acto de entrega musical y equilibrio envidiable. Sí, podemos bailar y vamos a bailar. Hasta que se sacudir el lastre pandémico.
La voz de la Negra Sound con su impresionante caudal hizo temblar de emoción hasta los postes de la luz. La ovación fue total y Meli aprovechó para recordar que mucha gente había estado trabajando para que no nos olvidemos que después de un año en el que estuvimos silenciados tenemos la posibilidad de “soñar un mundo con música”.
A las 23.46 se terminó la música, pero no la magia. La marcas de la alegría seguía en los rostros que mostraban las luces encendidas del anfi. Las sonrisas no se borraban. Las latas de cerveza denunciaban el banquete. El objetivo se había cumplido.
La organización vence al tiempo
¿Cómo se hace un festival en menos de diez días? ¿Cómo se ordena, se difunde, se consiguen les tecniques, se reúnen les musiques, se comunica a la prensa, se hacen las visuales? Es un desafío para cualquier gestión, por muy eficiente que sea.
La organización vence al tiempo decía un viejo conocido. Organización, sí. Y trabajo colectivo. Y profesionalismo y respeto. El Movimiento Unión Groove de Rosario es un colectivo que nuclea músiques, activistas culturales, técniques y doce bandas de la ciudad: “Este movimiento explora de manera grupal nuevas formas de gestionar y producir mejores condiciones para les trabajadores de la cultura local”. La unión garantiza que la calidad del laburo se corresponda con lo que tienen para ofrecer quienes contratan los shows. La salida colectiva es la respuesta al aislamiento y la música el rayo que rompió el silencio pandémico. La gente acompañó sin romper las reglas de la vuelta. Se conservó la distancia, el protocolo.
Distanciades, pero no separades. Unides en el trabajo y en el disfrute.