Una primera aclaración: detesto y sigo detestando las necrológicas periodísticas del tipo «el fallecido y yo». Nada más alejado de estas líneas, acerca del adiós a Miguel Ángel Russo, a quien jamás entrevisté, ni con quien dialogué, ni nada que se le parezca.
La segunda y necesaria aclaración: soy leproso a muerte, y más allá de que eso no puede ameritar desdén ni mucho menos regocijo alguno por la partida de un referente del rival acérrimo, el adiós a Miguel Ángel me recuerda una instancia muy sentida, no ya como leproso, ni anti-canalla, sino como integrante de este colectivo que es el diario El Ciudadano, ejemplo acaso de la resiliencia de la que tipos como el que se nos fue también son un ejemplo.
Este colectivo que es el diario El Ciudadano acaba de cumplir sus 27 años, y en ocasión del 25 aniversario lo vimos asistir a ese festejo, por entonces otra vez como director técnico de Central. Quien suscribe –por más leproso que sea– no pudo más que celebrar esa presencia, y no me importó entonces los clásicos que pudo haber festejado en su condición de DT canalla porque no recuerdo –acaso las hubo, pero prefiero ni guglearlas– alguna demostración de alegría que exceda la satisfacción por un triunfo deportivo trascendente antes que cualquier gesto de humillación al eterno rival.
Ahí estaba Miguel Ángel, en la celebración de los 25 años de este medio -que no es poderoso en términos económicos ni en su relación con los poderes dominantes, ni políticos ni deportivos- pero el tipo -un groso ya a esa altura, por si faltara aclararlo- estaba ahí, con nosotros, y es lo que valoramos, entre muchas otras cosas, ahora y por siempre.
