Dirección y puesta en escena: Carla Tealdi
Asistencia de dirección: Tania Scaglione
Actúan: Federico De Battista, Malén Meazza Maté, Julia Tarditti
Sala: Cultural de Abajo, San Lorenzo y Entre Ríos,
sábados a las 21
Pocas acciones indeseables de la vida deben generar tanta molestia como un dedo en el ojo. El dolor, el ardor, la imposibilidad de ver en lo inmediato, son algunas de las consecuencias funestas de un acto doméstico pero brutal. Así, doméstico y brutal es, precisamente, el planteo estético y dramático del grupo Dedoenelojo, que con Anonymous, su nuevo montaje luego de una versión de Telarañas, de Eduardo Pavlovsky, se posiciona a la vanguardia (en este caso sí vale la pena el uso de un término en desuso) de una nueva generación de creadores rosarinos que no le temen al aquí y ahora que, en parte, es como debe ser el hecho teatral para estar vivo y, sobre todo, para desarrollar la capacidad de llenar de preguntas a los espectadores.
Tanto es así que Anonymous, estrenado en noviembre del año pasado y con singular repercusión de público, afrontando por estos días una nueva temporada, es un espectáculo determinante que no reniega del espacio performático que le da origen (el grupo motorizó y participó de un seminario que ofreció en Rosario el actor-performer-reggiser Emilio García Wehbi) como tampoco de los recursos de una escena inicial que, a modo de instalación teatral, se convierte en una síntesis perfecta (en realidad, una piña al mentón de quien ingresa a la sala) que, al mismo tiempo que instala un código, rompe con cierta tradición escénica imperante en la ciudad. De este modo, se escinde y preanuncia un final trágico más allá del final de la obra que, incluso, hasta se vuelve anecdótico.
Un basural, millones de moscas y los despojos de lo que alguna vez fue la humanidad, al menos desde el aspecto morfológico, abren el juego. De hecho, la deformidad es un signo que acompaña al espectador a encontrarse con todo aquello que la sociedad “moderna” ha adoptado como propio en un mundo donde prima lo descartable, y donde esa misma deformidad se vuelve “forma aceptada”.
No casualmente inspirados en la poética del escritor inglés de ciencia ficción James Graham Ballard (autor, entre otras, de la novela Crash que llevó al cine el genial David Cronenberg), el relato de Anonymous se vuelve diacrónico y va por dos planos: hay en el presente escénico una fábula de ficción-representación propia de la performance y otro relato, más claramente ideologizado y explícito, que se filtra con ingenio a través de proyecciones, donde los desencuentros y las contradicciones del mundo contemporáneo parecieran ser la materia fundante de lo que acontece con ferocidad e ironía en ese empírico espacio escénico.
En un mundo virtual donde, para algunos, se vuelve imprescindible dejar de lado el pensamiento propio para adoptar el de las masas, el espectáculo confronta la estupidez de eso supuestamente “moderno” con la genialidad de, entre otros, el artista y pensador francés Georges Didi-Huberman. Casi fugazmente se puede leer en el fondo de la escena su célebre frase: “Elevar el propio pensamiento hasta el nivel del enojo”, mientras tres personajes dicotómicos (como es todo el montaje) transitan con desparpajo y en un tono que dialoga entre grotesco y absurdo una serie de situaciones-acciones en las que la incomunicación, la falsedad, los prejuicios, la sexualidad dispuesta a un vacío de sentido, la ignorancia, la abulia, lo tóxico, la contaminación, la desafectación de la realidad (la realidad contaminada por los mass media), los límites del intelecto, la atrofia que produce en algunos sectores la televisión, entre muchos otros tópicos, son elegidos como recursos poéticos, generando un collage de imágenes que desde la reproducción paródica resignifican el campo simbólico que supone la totalidad del montaje. En ese marco, más allá de las efervescentes presencias de los actores-perfomers Federico De Battista, Malén Meazza Maté y Julia Tarditti, son notables los acuerdos plásticos alcanzados por un equipo invitado de escenógrafos y realizadores, a lo que se suma el elocuente e ingenioso vestuario de Pilar Ramos, produciendo entre todos un espectáculo que, incluso, elaboró una ingeniosa estrategia de marketing urbano parodiando las típicas campañas publicitarias de los partidos políticos.
Pero más allá de lo performático, desde varios aspectos, Anonymous supone una osadía: por un lado porque Dedoenelojo (un gran equipo que apenas calienta motores, con un vasto camino por recorrer) se hace cargo de un material incómodo (o que puede incomodar y aún ir por más), pero al mismo tiempo trasciende ese lugar, en parte, a través del humor, sin abusar del recurso y provocando en el espectador la capacidad de poder discernir entre esa supuesta realidad recreada y la realidad que le toca vivir, una particularidad que se revela con fuerza, sobre todo, en la banalidad de algunos de los discursos políticos, en eso que los demás callan, en la incertidumbre que supone el futuro y en la tragedia que edifica la individualidad (“todos somos anónimos”) de un presente descompuesto, corrosivo y banal.