En una fría, solitaria y lluviosa madrugada de junio de 1987 abandonaba Rosario con destino a Irak, que por esos años libraba una costosa guerra en vidas humanas y material con su vecina República Islámica de Irán. Un único anhelo nacido en la adolescencia gobernaba mi alma: llegar a ser corresponsal de guerra de un medio escrito. Pero no contaba con que la experiencia que atravesaría me acompañaría como un estigma doloroso en todo mi derrotero profesional.
Muchos meses de espera y gestiones generaron en mí expectativas por arribar a ese país con tanta historia. Después de volar casi dos días, más una espera de ocho horas en el Aeropuerto de Moscú, en la ex Unión Soviética, arribaba a la aeroestación internacional de Bagdad.
Soledad, incertidumbre y miedos me acompañaron cuando caminé hacia la salida del aeropuerto de la milenaria, desconocida y misteriosa Bagdad en tiempos en los que gobernaba Irak Saddam Hussein.
Aún recuerdo los aromas de diversas especies que se exhibían en el mercado o bazaríes de esa ciudad abasida. Sus intrincadas y angostas calles, con sus recovecos y vericuetos que, a más de uno, nos obligaban a estar atentos para no perdernos en esos fantásticos pequeños y bulliciosos comercios, cuyos propietarios, con sus típicos atuendos, invitaban a degustar sus productos.
El calor de más de 50 grados, un enorme e implacable sol, y ese viento mezclado con arena del desierto hacía que Bagdad mostrase a los visitantes un paisaje distinto, cambiante, bullicioso y hasta por momento alocado por un tránsito vehicular incesante.
Tampoco será posible olvidar a la gente que habitaba en esa milenaria Bagdad. Sencilla, inquieta, cortés y curiosa cuando uno se acercaba para preguntarle dónde quedaba tal sitio, o, simplemente, cuando nos escuchaban hablar mientras compartían el asiento de un viejo colectivo Mac británico color rojo.
Visita a la bíblica Babilonia
Un momento especial fue llegar a la vieja Babilonia, distante unos90 kilómetrosal sur de Bagdad. Al ver el ingreso a la bíblica ciudad, como por arte de magia, comenzaron a aflorar los recuerdos de mis horas de estudios de historia antigua en la escuela secundaria.
La calle principal de las procesiones y la puerta de Ishtar; las coloridas esfinges históricas que adornaron sus muros laterales, y el inmenso interior que llegó a albergar un anfiteatro griego y el palacio real, fueron algunos de los sitios recorridos.
Recordando aquel viaje, hoy temo por la integridad de esa ciudad que debiera conservarse como patrimonio histórico universal. Dudo que haya salido indemne a la depredadora acción bélica protagonizada en años posteriores por la “Alianza Occidental”, que dijo llegar para democratizar a Irak pero llegó para quedarse con sus riquezas petrolíferas.
Con todo, el momento más esperado llegaría a mitad de mi estada en Irak. Fue una mañana calurosa, con mucho viento del desierto, cuando con una vieja máquina fotográfica soviética y un bolso con unas pocas ropas, un cuaderno y una lapicera emprendía mi viaje hacia el sur de Irak, rumbo a la misma Al Basrah, conocida occidentalmente como Basora.
Unos500 kilómetrosseparan a Bagdad de Basora, que está enclavada a la vera del estuario del Shatt al Arab, donde confluyen los ríos Tigris y Éufrates.
Por la autopista de la muerte
En esa autopista construida en medio de una calurosa y desértica región atravesamos fortificaciones militares, enclaves de guarniciones y vimos pasar por la mano contraria autos portando en sus techos los féretros envueltos en la bandera iraquí con los cuerpos de soldados muertos en el frente de batalla contra Irán.
A modo de homenaje se escuchaba una emocionada y escueta oración en árabe de quienes nos llevaban en auto a Basora.
Pero esa apacible región, tal como lo escribí en mi primera nota publicada el viernes 10 de julio de 1987 enLa Capital, en escasas horas, se convirtió en “un sitio donde habita el horror y la muerte del mundo”. Es que había conocido los efectos de los bombardeos sobre las viviendas y sobre la misma gente, incluyéndome en esa trágica situación cuando una noche fue ataca esta ciudad y otra vez las mismas trincheras que recorrimos durante esa primera y única visita.
En ese primer informe de los seis semanales que fueron publicados en el matutino rosarino describía a esa zona de combate “llenas de largas, sinuosas y profundas trincheras, en donde cientos de combatientes esperan el momento de salir a la lucha y batirse con la muerte en continuos e interminables enfrentamientos”.
Y agregaba que “esos lugares son compartidos, macabramente, por los muertos, los heridos y los vivos por largas horas, en una combinación casi imposible de describir”.
Valga entonces un recuerdo al colega turco Tunka Beguin, con quien compartí esos momentos de horror y muerte en Basora. Llegó a Irak también en misión periodística para una revista de Estambul y se llevó consigo el mismo recuerdo y las mismas vivencias.
Un líder autóctono de Irak
El ex presidente iraquí Saddam Hussein fue producto autóctono de esa región y llegó al poder en medio de una revolución nacionalista árabe que se desató después dela Segunda GuerraMundial y recorrió prácticamente todos los Estados dela LigaÁrabe, a excepción de las monarquías aún reinantes. Aclamado por gran parte de su pueblo, llevó a Irak a ocupar un lugar de privilegio y fue envidiado por otros líderes de esa región del Asia Menor.
Y cuando enfrentó a los iraníes durante casi una década, en una desigual guerra (3 a1 era la diferencia de soldados), recibió los halagos o las miradas displicentes occidentales y hasta de las monarquías árabes de la región porque el Irak de Hussein era la exclusa defensiva que impedía que se expandiera al resto del Asia Menor, Medio Oriente y hasta el norte de África la llamada “Revolución teocrática Islámica” que lideró el extinto ayatolá Jomeini.
Han pasado 25 años de aquel primer viaje a Irak como corresponsal de guerra. Muchos movimientos y cambios políticos, sociales, culturales y económicos sucedieron en esa milenaria nación. Pero, trágicamente, aún el horror, la muerte, la sinrazón, las contrariedades políticas e históricas, y la desolación siguen habitando en esa convulsionada zona.
Por eso, como dije en ese primer informe periodístico, “nunca podré olvidar el grito de los heridos, el llanto de los desesperados, el tronar de los cañones, el estallido de las bombas y el tableteo de las ametralladoras”. Salam aleikum Bagdad.
(*) Periodista. Corresponsal de guerra