Sergio Molina García (*)
En 1999 Mercosur y la Unión Europea abrieron una serie de negociaciones para establecer un diálogo comercial. Pero casi dos décadas después todavía no se ha llegado a ningún gran acuerdo. Ante tal situación, el objetivo de este artículo es realizar una aproximación al Mercado Común europeo para conocer su funcionamiento y estructura.
El contexto actual europeo está marcado por la crisis del sistema comunitario. Si la crisis económica iniciada en 2007 cuestionó el euro, la problemática actual afecta a las fronteras, los presupuestos y, al fin y al cabo, a la propia existencia de la UE. Paradójicamente, en un mundo cada vez más global, las dificultades para lograr acuerdos internacionales también son mayores con los aranceles comerciales o las políticas euroescépticas. Ante esta situación, el lector puede preguntarse, ¿qué hace la Unión Europea en un lugar como este? En los últimos años se han escrito miles de páginas intentando explicar las dificultades de la coyuntura actual. Unas con el objetivo de defender la UE y otras para desprestigiarla. Desde una perspectiva histórica se anotarán algunos elementos que han condicionado su evolución. No se pretende juzgar negativamente la Comunidad Económica Europea ni tampoco exponerla como la panacea a los problemas del presente, sino comprender su complejidad interna.
Tras la II Guerra Mundial, los Estados europeos fueron conscientes de los límites de los nacionalismos. De manera individual no eran capaces de reconstruir el continente. Y, además, la existencia de EEUU y la URSS como grandes potencias provocaba que sólo la unión entre países pudiera competir en el nuevo orden mundial. Este fue el momento de auge de las organizaciones supranacionales: OTAN en 1949, FMI en 1945 y, desde una perspectiva únicamente europea, la Comunidad Europea del carbón y del Acero en 1950. La CECA permitió reducir la pugna entre Alemania y Francia por el control de Europa, y al mismo tiempo, generó un primer Mercado Común entre Francia, Alemania, Bélgica, Luxemburgo, Países Bajos e Italia. Su éxito comercial permitió que una organización surgida para acabar con los enfrentamientos bilaterales acabase consolidándose como una estructura más amplia. En 1957 los Tratados de Roma inauguraron la Comunidad Económica Europea (CEE). Se constituyó un corpus legislativo que pretendía consolidar un espacio comercial cerrado. El objetivo era buscar un beneficio común en términos comerciales. A grandes rasgos se pueden resaltar dos características de la CEE: la supresión de aduanas interiores y la protección frente a terceros países. Este club pretendía autoabastecerse de todos los productos sin aduanas internas. Pero para ello debían limitar las importaciones de los mismos productos que se producían en su seno. Sin esas limitaciones, los productos agrarios, por ejemplo, podrían ser comprados más baratos a terceros países del Magreb o del sur de la Europa no comunitaria. En definitiva, se alteraba la ley del mercado para sostener la economía comunitaria. La CEE se fue consolidando bajo la premisa de libre circulación de mercancías, trabajadores, servicios y capitales entre los socios comunitarios. Y al mismo tiempo, se estudiaba con detenimiento cualquier acuerdo comercial con países ajenos.
El crecimiento de la economía permitió el fortalecimiento de la CEE y también su expansión tal y como demostró la Política Agraria Comunitaria (PAC) de 1962, las sucesivas ampliaciones de la comunidad, la extensión de la moneda única en 1999 y el intento de generar una unión política (Acta Única, 1986 y Tratado de Lisboa, 1997). La PAC fue una de las iniciativas más ambiciosas de la CEE. Su principal objetivo era mejorar las condiciones del sector agrario y equipararlo al resto de sectores productivos. Sin embargo, generaron conflictos con los principales países productores mundiales agrarios como EEUU, Argentina, o incluso España, pues sus exportaciones a Europa quedaban limitadas a las necesidades comunitarias. Y al mismo tiempo, dentro de la CEE, aunque predominaron las consecuencias positivas, también aparecieron problemas como los excedentes de ciertos productos, el aumento de competencia interna, o el debate sobre ayudas directas o indirectas. Por todo ello, se tuvieron que llevar a cabo reformas de la PAC en 1988, 1992, 1999 o 2003.
La otra gran medida fue el euro. En el Tratado de la Unión Europea de 1992 se llegó a un acuerdo para adoptar una misma moneda. Pese a las críticas de los últimos años y a ciertas consecuencias negativas, el euro permitió acabar con las variaciones de sus valores, con la competencia monetaria y al mismo tiempo permitió crear cierta homogeneidad por encima de las competencias nacionales.
La existencia de mayores beneficios que costes para los países miembros se certifica en las numerosas peticiones de adhesión al club europeo. En 1957 firmaron el primer tratado seis países y en la actualidad la Unión Europea (UE), denominación adquirida en el tratado de Maastricht (1993), está compuesta por veintisiete miembros. Aun así, el éxito de su creación no es sinónimo de ausencia de conflictos internos. Ya se han nombrado algunos de ellos, pero todavía quedan problemáticas a las que hacer referencia. Desde los primeros momentos existieron diferentes corrientes de opinión. La división más importante se encontraba entre los partidarios de una unión federal y aquellos que pretendían mantener las estructuras estatales-nacionales. Los primeros defendían una cesión de parte de la autonomía nacional a la CEE. La visión opuesta se negaba a desprenderse de las competencias nacionales por miedo a perder parte de su identidad. Es decir, que los intereses nacionales eran más importantes que los intereses comunitarios o, dicho de otra manera, el Mercado Común era únicamente un medio para fortalecer las naciones europeas. Daniel itinerary, filósofo político español, añade otra característica. Considera que la CEE se configuró como si se tratase de un nuevo Estado, cuando en realidad sus aspiraciones no eran las de un gran Estado. Este ha sido desde sus orígenes uno de los principales obstáculos en su consolidación. El Acta Única de 1986, el Tratado de Ámsterdam de 1997 y el Lisboa de 2007 intentaron vertebrar una comunidad política pero la presencia de los diferentes intereses nacionales ha impedido que se completara dicho proceso.
Uno de los mejores ejemplos sobre la complejidad de la CEE se encuentra en las negociaciones de adhesión. Para que un nuevo país pueda formar parte del Mercado Común, todos los socios deben estar de acuerdo (Criterios de Copenhague, 1993). Y es esencial que ninguno de los países considere que sus intereses pueden verse afectados. España solicitó su adhesión en 1977 pero no entró en la CEE hasta 1986. Aunque los aspectos fueron más políticos que económicos, la principal justificación fue su potencial agrícola, que podría perjudicar al mundo agrario de Francia.
Mercosur
En una situación similar se encuentra la negociación MERCOSUR-UE. El potencial agrario de la organización latinoamericana es observado por Europa como un riesgo. Consideran que la firma de un acuerdo comercial permitiría importar a Europa productos agrarios a un precio menor que el europeo. En esa línea, en febrero y marzo de 2018, Macron, sin negar la importancia de los acuerdos con MERCOSUR, lanzó un mensaje de tranquilidad a los ganaderos y agricultores comunitarios afirmando que existen “líneas rojas” que no se pueden traspasar.
En un mundo cada vez más global es esencial reflexionar sobre los organismos supranacionales, entender su evolución histórica y las relaciones con otras organizaciones similares.
(*) (Seminario de estudios del Franquismo y la Transición/Universidad de Castilla-La Mancha)