Por Candela Ramírez
“Comprender a las cárceles en su heterogeneidad y en la multiplicidad de los actores que intervienen ahí”, es uno de los objetivos clave de las tres ediciones de “Cuadernos sobre prácticas educativas y culturales en cárceles” que publicó UNR Editora en 2023. Los cuadernos forman parte de la Colección Artefactos Liminares y se prevé que este año continúe su publicación.
El Ciudadano conversó con sus impulsores, que dirigen la Dirección Socio-Educativa en Contextos de Encierro del Área de Derechos Humanos de la Universidad Nacional de Rosario: María Chiponi, licenciada en Comunicación Social y directora del área; y Mauricio Manchado, doctor en Comunicación Social y subdirector del área.
Los cuadernos reúnen “una serie de discursos y de prácticas que reconocen por sobre todo la necesidad de comprender a la cárceles” en esta diversidad que observan desde que la UNR empezó a trabajar en ellas como institución, a través de programas, hace ya 15 años.
La institucionalización de la Universidad sobre el trabajo en cárceles tiene dos dimensiones: el Programa de Educación en Cárceles en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales y desde 2019 la creación de la Dirección en el Área de Derechos Humanos. El trabajo “se da de forma articulada y paralela”, explican.
Manchado planteó: “La colección es el resultado de una serie de conversaciones que veníamos sosteniendo con el equipo de la editorial de la universidad desde 2019 donde efectivamente hubo un pasaje en términos de fortalecimiento institucional. Una de las ideas era poder generar una serie de producciones que señalen una línea de trabajo, una perspectiva, sobre educación en contexto de encierro”.
“Los cuadernos fueron una buena oportunidad para empezar a poner en diálogo todas esas miradas heterogéneas acerca de la cárcel. Más allá de que los primeros tres números refieren a reflexiones de personas que están vinculadas a programas universitarios en cárceles, la idea es poder reunir en los próximos números la palabra de otros actores como los propios agentes penitenciarios, profesionales que forman parte de los equipos de acompañamiento para la reintegración social, hasta personas privadas su libertad o liberados u otros talleristas también que no necesariamente forman parte de estos programas. La idea es mostrar otros actores provenientes de otros espacios, religiosos, de la salud, la formación laboral, entre otros”, contó Manchado.
El primer cuaderno es una producción conjunta entre él y Chiponi, se llama “Implosionar, desbordar, soltar artefactos teóricos-políticos para la intervención en cárceles”. El segundo “‘Yo soy producto de esto’. Aprender / enseñar en la vida cotidiana de la cárcel en espacios universitarios”, por Analía Umpierrez, doctora en Educación de la Universidad de Buenos Aires (UBA) e integrante de la Red Universitaria Nacional de Educación en Contextos de Encierro (Red UNECE). El tercero “La escritura en movimiento. Una antología para desarmar”, escrito por Cynthia Bustelo, doctora en Ciencias de la Educación de la UBA, y Juan Pablo Parchuc, doctor en Letras de la UBA, ambos integrantes de la Red UNECE.
Todas las publicaciones tienen en común una mirada que pretende “fortalecer una perspectiva desde los derechos” pero dan relevancia a la singularidad de las prácticas según el territorio —según las provincias, las grandes ciudades, la historia de la institución que interviene.
“Mostrar que la cárcel es un mapa heteróclito. Si bien solemos tener un imaginario en cuanto que es una institución fuertemente cerrada y ligada solo al funcionamiento de dos actores centrales, los penitenciarios y las personas detenidas, cuando en realidad intervienen una multiplicidad de actores que inclusive divergen en sus miradas”, subraya Manchado.
Escucha atenta, deseo y posibilidades
La UNR interviene en cinco cárceles a través de distintos dispositivos. Chiponi detalla cuáles son: “Podemos considerar tres dimensiones formativas. La que se inscribe particularmente en las salas universitarias que es donde están vinculadas las personas detenidas a distintas carreras de grado de la universidad. Los cursos de competencias específicas, hay tres funcionando, el de filosofía en la unidad 11 de Piñero, el de literatura en la Unidad 3 de calle Zeballos y uno sobre género y educación sexual integral en la unidad de mujeres. Por último, la que venimos articulando fuertemente con la escuela de oficios de la Universidad y tiene que ver con repensar las formaciones y la oferta en general, en función de un montón de procesos y de trayectorias muy diversas que encontramos en la cárcel”.
Sobre esto último ejemplifica con las formaciones en peluquería y colorimetría “porque también es reconocer qué saberes existen, pensar que aquel que transita la cárcel por un periodo de su vida también es un sujeto de derecho y un sujeto de deseo y en ese sentido es una instancia muy importante escuchar y construir la demanda de manera conjunta”.
Por otro lado, repasa que la pandemia habilitó una posibilidad que antes no estaba: la virtualidad. “Se convirtió en un modo de acceso a la formación. Se hace con acompañamiento porque es una práctica muy singular de los estudiantes que hoy estudian carreras como derecho, trabajo social, psicología, administración de empresas y algunos que quedan vinculados a enfermería y a técnico universitario en construcción”.
Chiponi resalta la escuela de oficios como “un acercamiento de la Universidad a la comunidad desde otros espacios formativos que también que aloja rápidamente un montón de personas que traían esos saberes”.
Además, se vincula directamente con el proyecto laboral después de la cárcel que “es absolutamente complicado o nulo en términos de la inserción formal al trabajo. Los antecedentes penales también marcan una exclusión constante al mercado de trabajo formal y el cooperativismo y las herramientas de la economía social y solidaria vienen a dar muchas respuestas para pensar esos colectivos de trabajadores después de la cárcel”.
Habla de la experiencia de la Unidad 6 donde conformaron una cooperativa textil donde observaron “un deseo muy fuerte de seguir en un espacio colectivo de aprendizaje, hay que seguir profundizando esta demanda”.
“Es importante pensar la intervención pedagógica en una escucha activa, atenta, en donde juegan los saberes, el deseo y sobre todo lo posible porque tampoco hay que ser ingenuos en una mirada de una oferta de posibilidades cuando sabemos cuáles son los esquemas posibles que hay que generar para que las cosas sucedan. El afuera es de mucho desamparo y de mucha desolación, entonces hay que estar trabajando con mucha prudencia”.
“Es una especie de tensión entre la adaptación de lo pedagógico con la dinámica cotidiana de la gestión de la cárcel. Cómo generamos condiciones de posibilidad para que alguien que esté alojado en un pabellón, en el último módulo en el fondo de la cárcel, llegue al aula universitaria que está a 500 metros en otro módulo, con todo el dispositivo de traslado que tiene para no trabajar sobre la frustración”, explica.
Chiponi cuenta que los cuadernos “reflejan una problematización constante y una preocupación acerca de la intervención pedagógica y también sirven como modo de sistematizar y generar una cartografía desde una perspectiva situada acerca de todas esas prácticas pedagógicas y culturales que intervienen en la cotidianidad de la cárcel en ese mapa que es tan heterogéneo”.
“Una cartografía local”, puntualiza y agrega que convocaron a trabajadores de otras provincias para también dejar registro de una conversación con aquello que sucede en otras latitudes de Argentina.
Singularidad de Santa Fe
Para estos directivos de la UNR la provincia de Santa Fe, su servicio penitenciario, tiene aspectos que la distinguen del resto del país. Manchado lo resume así: “En el primer cuaderno tratamos de ubicar algunos de estos elementos particulares. Es un servicio penitenciario que todavía está regulado a nivel del cuerpo general que por una ley de la dictadura militar cercena mucho la mirada de pensar a estos agentes como trabajadores.
Santa Fe en particular fue objeto de una serie de políticas penitenciarias que posibilitaron mucha apertura. Sobre todo a partir del 2003 en adelante, primero con la última gestión de gobernación de Jorge Obeid, particularmente cuando Fernando Rosúa estuvo a cargo de la dirección del servicio penitenciario. En el período 2003-2007 hay un fuerte impulso de lo que se llamaron las políticas dialoguistas”.
A partir de 2007, con la asunción del ciclo de gobiernos del Frente Progresista, “se combinaron elementos que permitieron una fuerte apertura a la prisión”. “De hecho fue explicitado en un documento que se llamó “Hacia una política penitenciaria progresista en la provincia de Santa Fe” donde dicen explícitamente que había que abrir la prisión a los actores externos”. Para él, no solo se dio una mayor apertura a organizaciones o instituciones interesadas en las cárceles sino también una postura de “garantizar los derechos de las personas detenidas como de los propios agentes penitenciarios. Había una apertura un poquito más ordenada, más planificada, una articulación formalizada”.
Manchado y Chiponi, de hecho, iniciaron sus trabajos en cárceles en esa época. “Empezamos a preguntarnos de qué forma podemos transitar colectivamente la cárcel. Ahí empezamos a tensionar otros elementos que inclusive a priori no estaban en nuestro horizonte, como el Nueva Oportunidad que es una política pública que busca la recuperación de los jóvenes en el marco de procesos de formación sobre todo en los barrios”, explica.
Otra forma de pensarse
Finalmente, los dos traen a la conversación el impacto subjetivo que tienen los talleres en las personas que están detenidas, en particular los talleres de escritura y de lectura.
“Nos interesa corrernos de una mirada esencialista de la identidad para poder ponerla en esta clave más situacional. Se trata de personas que están en un momento de sus vidas, que es un proceso que hay que transitar y no es que son presos sino que están presos. Quitarles a esa hendidura esencialista y poder pensar al sujeto en su contexto y tratar de encontrar también razón para comprender por qué sucedieron estas cosas”, desliza Manchado.
En ese intento, plantea, seguramente haya preguntas que no sólo interpelan a quienes asiste a estos talleres en las cárceles sino también a los propios talleristas: “qué hemos podido y qué no hemos podido hacer como sociedad para que estos pibes que son mayormente pertenecientes a sectores populares estén efectivamente transitando una condena en estas instituciones”.
“La lectura y la escritura habilitan otro modo de pensarse y otro modo de construir narrativas diferentes. No establecemos una mirada bondadosa ni heroificante de la persona que comete un delito pero tampoco dejamos de mirar que ese sujeto es efecto de un montón de otras vulneraciones previas, de un montón de dificultades que tuvieron estos sujetos para transitar instituciones que inclusive deberían haber estado ahí acompañando esos procesos formativos y no han estado o han estado deficientemente o ininterrumpidamente”.
“Tratamos que estos espacios culturales habiliten primero una forma de pensarse distinto, de poder construir otro tipo de autopercepciones y que se desmarquen de lo que la cárcel va reforzar: ‘vos no servís para nada, sos el escarnio de la sociedad, lo que sobra’”.
La idea es que todos estos talleres que la universidad propone, más allá de las herramientas que otorguen, den lugar a “una discusión necesaria sobre el derecho al trabajo, a la educación y a la cultura y de poder concebirse como sujetos de derecho”. Habilitar nuevas palabras, nuevas narrativas, para construir otra vida.