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Aquella pequeña libreta de Cortázar

Por: Rubén Alejandro Fraga

Este mes se cumplen 43 años de uno de los hechos que marcó a fuego la rebelde e idealista década de 1960. Todo comenzó el viernes 3 de mayo de 1968, cuando cientos de estudiantes se reunieron en la Universidad de la Sorbona, en París, donde debían comparecer ante un comité de disciplina ocho de sus compañeros que habían sido arrestados unos días antes (el 22 de abril) durante una multitudinaria reunión en la Universidad de Nanterre, ciudad próxima a la capital de Francia. Los estudiantes protestaban por la incapacidad del sistema universitario francés para dar salida laboral a un número cada vez más elevado de egresados, y también se expresaban contra la guerra de Vietnam y el sistema capitalista.

Alrededor de las 4 de la tarde de aquella jornada la Policía violó flagrantemente la autonomía universitaria y desalojó por la fuerza la Universidad de la Sorbona. De inmediato se desató una batalla campal entre uniformados y estudiantes, en cuyas filas se produjeron nuevas detenciones. La brutal represión policial hizo que más personas se unieran a la protesta y se originaran numerosas manifestaciones espontáneas: había estallado el Mayo Francés.

De inmediato, la Unión Nacional de Estudiantes y el Sindicato de Profesores convocaron a una huelga en reclamo de la reapertura de la Sorbona, el retiro de la Policía y la liberación de los detenidos. Las peticiones fueron desoídas por el gobierno del general Charles de Gaulle, una de las figuras más destacadas de la Segunda Guerra Mundial y héroe de la resistencia francesa contra la ocupación nazi.

De Gaulle había dicho una vez: “Yo soy Francia”, pero como presidente, con los años, comenzó a descuidar los asuntos nacionales y para 1968 su paternalismo ya había pasado de moda. En ese marco, la protesta estudiantil se extendió como reguero de pólvora desde Nanterre hasta la Sorbona y desde allí a las calles de París. Con ladrillos y barricadas, unos 30.000 miembros de la Nueva Izquierda se enfrentaron con bravura a más de 50.000 policías.

Los sucesos de mayo del 68 sorprendieron con la guardia baja al gobierno francés: De Gaulle y su primer ministro, Georges Pompidou, estaban fuera del país y su respuesta fue vacilante, oscilando entre una postura conciliadora y la feroz represión. Ante ello, miles de obreros simpatizantes del movimiento rebelde tomaron las fábricas en todo el país. Pero el 30 de mayo miles de personas ocuparon los Campos Elíseos en apoyo a De Gaulle. Finalmente, tras semanas de silencio, De Gaulle concedió aumentos de sueldo a los obreros, disolvió la Asamblea Nacional y amenazó con emplear el Ejército. Así logró que se restableciera el orden y los comicios de junio de ese año revelaron una reacción progaullista. Pero De Gaulle sobrevaloró su fuerza al jurar que renunciaría a menos que los votantes aprobaran en un referendum un proyecto de reorganización gubernamental. Su propuesta fue rechazada y el 28 de abril de 1969 renunció.

Pero los sucesos de mayo del 68 trascendieron las fronteras de Francia. Es que aquella rebeldía de una década que hoy provoca nostalgia alcanzó su punto culminante aquel año cuando ciudadanos desencantados desde Praga hasta Perú pidieron la liberación cultural, social, económica y política. La ola de agitación que conmovió al mundo se relacionaba con hechos muy diversos, pero protagonizados principalmente por jóvenes contestatarios: la Revolución Cultural china, la Primavera de Praga, la represión estudiantil en EE.UU. y México, entre otros. El movimiento de la Nueva Izquierda adoptó ideologías tan distintas como el anarquismo, el trotskismo o el maoísmo y rechazó la sociedad capitalista, el consumismo y todo indicio de respetabilidad burguesa. Pero la década del 60 se iría apagando con un sabor amargo para toda una generación de inconformistas antiautoritarios que se habían animado a enarbolar bien alto las banderas de la transformación social.

Paralelamente, en estos arrabales del mundo y también a partir de revueltas estudiantiles en Corrientes, Rosario y Córdoba, comenzaba el ocaso de otra era, mucho menos gloriosa: la del dictador Juan Carlos Onganía, un general con pocas luces que había tomado por asalto el poder en la Argentina al derrocar en 1966 al radical Arturo Umberto Illia.

La escritora Beatriz Sarlo señaló al respecto: “Las fotos de la insurrección parisina del 68 se sobreimprimen con las fotos del Cordobazo, que sucedió en la Argentina exactamente un año después. En ambos recuerdos, la gente es muy joven y está en la actitud de arrojar algo a la Policía o a un edificio cercano”.

“Un largo poema político escrito sobre los muros de la Sorbona”; “Seamos realistas, pidamos lo imposible”; “Prohibido prohibir”; “La imaginación al poder”; “Vivir el presente”; “No sé lo que quiero, pero lo quiero ya”; “La revolución hay que hacerla en los hombres antes de que cristalice en las cosas”. Las consignas de los graffitis, que Julio Cortázar iba registrando en una pequeña libreta mientras apuraba el paso por la rue Jacob de París, eran más de 50 y brotaban de las paredes en cada esquina de la capital gala en aquel mayo del 68.

“El futuro está al alcance de la mano. Por fin empezamos a vivir en un estado de revolución permanente”, exclamó el autor de Rayuela a su joven amigo Tomás Eloy Martínez, a quien había conocido cinco años antes, cuando su obsesión eran las utopías individuales y las rarezas que sucedían en los márgenes de la realidad. Es que, en aquellos efervescentes días de mayo en Francia, los desvelos de Cortázar habían girado hacia las utopías colectivas, la fe en un mundo regido por la Justicia y la igualdad entre los seres humanos. Y no era para menos: hasta las paredes parisinas hablaban de ello. Para Sarlo, las consignas del Mayo Francés alcanzaron un grado de significación incomparable: “Traducidas a todas las lenguas, mantienen hasta hoy su potencia sugestiva como condensación poética del deseo revolucionario, y tienen un aire de familia con el rechazo absoluto que luego formará parte de otras tribus de la cultura juvenil”.

En esa línea, un periodista francés llegó a definir la revuelta de mayo del 68 como “un largo poema político escrito sobre los muros de la Sorbona y las demás facultades”.

“El aburrimiento es contrarrevolucionario”; “No le pongas parches, la estructura está podrida”; “No queremos un mundo donde la garantía de no morir de hambre supone el riesgo de morir de aburrimiento”; “Los que hacen las revoluciones a medias no hacen más que cavar sus propias tumbas”; “No vamos a reivindicar nada, no vamos a pedir nada. Tomaremos, ocuparemos”; “Trabajador: tienes 25 años, pero tu sindicato es del siglo pasado”; “Soy un marxista de la tendencia de Groucho”; “La barricada cierra la calle, pero abre la vía”. Las paredes parisinas eran el medio de comunicación elegido por los jóvenes rebeldes.

“Paren el mundo que me quiero bajar”; “Los que hacen las revoluciones a medias no hacen más que cavar sus propias tumbas”; “El patrón te necesita, tú no necesitas al patrón”; “Están comprando tu felicidad. Róbala”; “Si tienes el corazón a la izquierda no tengas la cartera a la derecha”. Las consignas de los graffitis que Julio Cortázar iba registrando en una pequeña libreta mientras apuraba el paso por la rue Jacob eran más de medio centenar y brotaban de las paredes en aquel mayo parisino de 1968.

Cortázar murió en 1984, con sus utopías intactas. Al partir, se llevó consigo las frases garabateadas en aquella libreta en pleno Mayo Francés. Al decir de su amigo Eloy Martínez, sus últimas palabras, “Denme un calmante”, suenan como un resumen de aquel rebelde y lejano 1968, cuando cada ser humano creía llevar en sí la sed y el dolor de toda la especie.