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Ara Malikian, una historia de migraciones, refugiados, música clásica y pasiones

El violinista español cuenta los pormenores de "Royal Garage", un disco con el que rememora sus inicios artísticos en el garaje en el que se refugiaba junto a su familia durante la guerra del Líbano. Tras la reprogramación de su gira llegará a Rosario en octubre

En un hotel del centro de la ciudad, Ara Malikian espera una de sus tantas notas programadas. Es el primer viernes de marzo y el sol cae mientras la charla se diluye en preguntas y respuestas sobre su último disco, sus inicios en la música, sus influencias. El violinista también habla de su preocupación por los refugiados en Europa. Ni al entrevistado ni a la cronista se les ocurre hablar de coronavirus.

Es el primer viernes de marzo, en España se reportan 374 casos y en Argentina se confirmó el primero tres días atrás. El artista viajó desde Madrid exclusivamente para difundir su nueva gira internacional que llegaría al país en abril.

Cuatro días después Ara Malikian publica en su cuenta de Instagram la suspensión de sus recitales en Bulgaria. Dos días después en Belgrado. Ese mismo día en Argentina se suspende la presencia de público en los eventos masivos. Dos días después el violinista anuncia la suspensión de sus recitales en España donde los contagios ascienden a 5753 y la cuarentena obligatoria recién empieza. En Argentina inicia 6 días después. Sólo pasaron 13 días desde la entrevista pero bastaron para que el mundo que conocemos se pusiera en suspenso.

Amor, música y garajes

Ara Malikian nació en Líbano en 1968 y tiene ascendencia armenia, «el pueblo que sufrió el primer genocidio del siglo XX» como señala en sus recitales. A los 14 años tuvo la oportunidad de dejar la bombardeada capital Beirut para estudiar violín en Alemania, a través de una beca. Viajó solo y comprobó lo que supo siempre, que en su familia «la música es más que la música, es sobrevivir».

A lo largo de mi vida, he visto muchas cosas muy oscuras a mi alrededor y por eso la música me trae luz

Su último disco se llama Royal Garage, un álbum de doble CD que se publicó en mayo de 2019 tanto en formato físico como en digital en las principales plataformas de streaming mundial. Según Malikian, que lleva más de 40 discos editados, es un trabajo distinto a todo lo que había compuesto anteriormente. Incluye colaboraciones de artistas como Bunbury, Kase O, Franco Battiato, Serj Tankian, Pablo Milanés y Andrés Calamaro.

Royal Garage también es un homenaje al primer lugar donde sintió una conexión entre la música y las personas, sobre todo en momentos adversos. «Durante la guerra teníamos que escondernos en el garaje subterráneo que había bajo nuestro edificio. Íbamos todos los vecinos del barrio esperando una tregua en las bombas. Era una situación dramática de mucha ansiedad y de repente un día mi padre me dijo que tocase. Así que empecé a tocar el violín, otros empezaron a cantar y otros a bailar. Vi cómo la música cambiaba a las personas, les sacaba sonrisas, les daba alegría a pesar de la difícil situación que estaban viviendo. Fue la primera vez que me di cuenta la fuerza que tenía la música para cambiar las personas y fue como un clic: quería hacer esto el resto de mi vida. Por esto se llama así el disco: es un garage real porque es donde me enamoré de este oficio que es hacer música y compartirla con el resto del público», relató.

Por entonces tenía 8 años, pero detalló que sus inicios como músico eran de incluso unos años antes. «Mi padre era violinista. Antes que naciera ya había decidido que yo iba a ser violinista, así que nací y me lo puso en la barbilla y allí quedó hasta hoy», dijo entre risas.

«Mi relación con los garajes empezó en 1976, cuando estalló la guerra del Líbano, en el mundo entero las bandas más modernas ensayaban en garajes, sacaban de ahí sus sonidos y creaban un estilo que cambiaría la historia de la música y yo no me quería quedar sin formar parte de esa movida. Mi banda no tenía tanto rollo como la de ellos, no me codeaba con Keith Richards o Mick Jagger y hablábamos de rock y de música de vanguardia. A mí me esperaba mi tío Nono con una trompeta abollada, mi vecino con una botella de anís y mi abuela con una mandolina. Al día de hoy sigo sin ver que eso que hacíamos en el garaje fuese rock and roll pero le veo el amor y eso es más que suficiente», explicó y contó que después vinieron otros garajes en Alemania, Inglaterra, Francia y España. «Parece que estoy predestinado a ellos, me pasan cosas fascinantes en los garajes».

Para Malikian es difícil recordar detalles sobre ese garaje donde se refugiaban él, su familia y sus vecinos. «Son momentos de mi vida que intenté olvidar, apartar, intenté esconderlos para poder ver el presente y el futuro», señaló. Sin embargo, se acuerda de la solidaridad entre todos y «lo acogedor del calor humano a pesar de ser un sitio feísimo, oscuro, lleno de ratas y cucarachas». «Todos vivíamos la misma situación y te apoyas uno con el otro. A lo largo de mi vida, he visto muchas cosas muy oscuras a mi alrededor y por eso la música me trae luz».

Últimamente nos quieren hacer creer que los migrantes y los refugiados somos la causa de todas las miserias, pero los viajeros siempre fueron la riqueza de nuestra civilización

Su esposa, la directora de cine Nata Moreno, trabajó cinco años en un documental sobre la vida de Malikian y su familia. Se llama Una vida entre cuerdas, se estrenó en 2019 y este año ganó el Premio Goya al Mejor Documental. El mismo retrata la vida del violinista: una historia de migraciones y refugiados, de música clásica y pasiones.

Aunque actualmente reside de forma permanente en Madrid, tal como cuenta el documental viaja por el mundo desde sus 14 años. Pero cuando llegó a Europa sintió el peso de los prejuicios: «No estaba preparado para una vida solo, no tenía amigos ni familia, el único refugio que tenía era mi violín. Fueron años bastante difíciles hasta que me acostumbré, me empecé a sentir mejor cuando conocí más extranjeros como yo, de otros lugares y nos juntamos».

En este sentido, planteó que él también fue un refugiado pero a pesar de haberla pasado mal, sobre todo al principio, consideró que fue un afortunado porque pudo estudiar y realizarse en su oficio. En cambio, le preocupa la situación de los refugiados hoy: «No pueden estar en una ciudad, están todos bloqueados y en campos de refugiados donde los niños no pueden estudiar, los mayores no pueden trabajar. Están parados: no pueden ni ir a sus casas ni empezar una vida nueva, eso es lo más preocupante». Y sintetizó: «Últimamente nos quieren hacer creer que los migrantes y los refugiados somos la causa de todas las miserias, pero los viajeros siempre fueron la riqueza de nuestra civilización”.

Por primera vez en Rosario

Como casi todo en las últimas semanas, la gira de Ara Malikian que arrancó hace ya un año está interrumpida por lo menos hasta octubre. En Rosario la fecha de reprogramación es el jueves 8 de octubre en el Teatro El Círculo. Es la tercera vez que el violinista tocará en el país y la primera que se presentará en la ciudad.

En este nuevo espectáculo está acompañado por una nueva formación integrada por Humberto Armas (violín), Georvis Pico (percusión), Cristina López (violonchelo), Iván Ruiz Machado (bajo), Anna Milman (violín), Tony Carmona (guitarra) e Iván “Melón” Lewis (teclados). En el show interpretan desde clásicos como Bach y Tchaikovsky hasta música más contemporánea como canciones de Led Zeppelin, Björk, Jimi Hendrix y Guns N’ Roses.

Desde que volvió a Madrid, luego de viajar para difundir su gira, se encuentra confinado en su casa junto con su esposa y su hijo. Es uno de los tantos artistas que comparte videos y transmisiones en vivo tocando su violín. En una de esas publicaciones, justo un día antes de que se estableciera el aislamiento social obligatorio en su país, Malikian contó la historia de un vecino de su barrio durante su niñez:

«Estos días mientras estamos metidos en casa me he acordado hace 35 años cuando estábamos metidos días y semanas en un sótano en Beirut protegiéndonos de las bombas. Convivíamos con todos los vecinos y cada uno contaba de su vida. Se podría contar de cada uno de los vecinos uno por uno y escribir varios novelas. Había un señor que aparte de ser vecino tenía en la planta baja del edificio un negocio, era el farmacéutico del barrio. En cada bombardeo lo primero que se destrozaba era su farmacia, por el posicionamiento del local siempre le caía una bomba encima. El pobre hombre cada vez que salía del sótano con todo el amor y cariño del mundo volvía a reconstruir su tienda meticulosamente hasta el siguiente bombardeo. Le decían que cambiara de lugar, que se fuera a un barrio diferente, él se empeñaba en quedarse en su hogar. Cuando dejé el Líbano en el 84 el ya había reconstruido su negocio 12 veces. Me dio mucha alegría 35 años más tarde al volver y ver que la farmacia de nuestro edificio seguía allí con el mismo cartel «pharmacie Bustros», que su fe le daba de comer a su hijo, que su empeño no se lo habían llevado las bombas». Una historia que cobra nuevos sentidos, de resiliencia y paciencia quizás, en un contexto donde todavía reina la incertidumbre.

 

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estos días mientras estamos metidos en casa me he acordado hace 35 años cuando estábamos metidos días y semanas en un sótano en Beirut protegiendonos de las bombas . Conviviamos con todos los vecinos y cada uno contaba de su vida . Se podría contar de cada uno de los vecinos uno por uno y escribir varios novelas . Habia un señor que aparte de ser vecino tenía en la planta baja del edificio un negocio, era el farmacéutico del barrio . En cada bombardeo lo primero que se destrozaba era su farmacia, por el posicionamiento del local siempre le caía una bomba encima. el pobre hombre cada vez que salía del sótano con todo el amor y cariño del mundo volvía a reconstruir su tienda meticulosamente hasta el siguiente bombardeo . le decían que cambiara de lugar que se fuera a un barrio diferente, el se empeñaba en quedarse en su hogar . Cuanso deje el líbano en el 84 el ya había reconstruido su negocio 12 veces .Me dio mucha alegría 35 años más tarde al volver y ver que la farmacia de nuestro edificio seguía allí con el mismo cartel “pharmacie Bustros” que su fe le daba de comer a su hijo, que su empeño no se lo habían llevado las bombas

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