La escritora, editora y docente María Cristina Ramos fue confirmada como una de seis finalistas que aspiran al prestigioso Premio Hans Christian Andersen -considerado el Nobel de la literatura infantil-, cuyo fallo se dará a conocer el 30 de marzo en la Feria del Libro de Bologna (Italia).
«Siento alegría y sorpresa al mismo tiempo. Cuando pasan estas cosas pensamos en los pasos, a veces elegidos, a veces azarosos, que nos permitieron llegar. Ahora, circunstancialmente, los míos y los que dieron personas que estuvieron cerca para bien», señaló Ramos a Télam desde Neuquén, su lugar de residencia desde hace 40 años.
El Hans Christian Andersen es el máximo galardón en el género de literatura infantil y juvenil y reconoce cada dos años la obra completa de un autor y de un ilustrador por su contribución literaria. Desde la primera entrega en 1956, solo se lo llevaron cuatro latinoamericanos, entre ellos la argentina María Teresa Andruetto en 2012.
El premio para los escritores ha sido otorgado desde 1956, en tanto que la categoría para los ilustradores se instituyó en 1966. En ambos casos, el ganador recibe un diploma y una medalla de oro, entregados en una ceremonia durante el congreso bienal.
La autora nació en Mendoza pero fue en la capital neuquina donde desplegó una relación con la escritura y la enseñanza que la convirtió en una voz celebrada en el campo de la literatura infantil, aunque su producción de más de sesenta obras incluye también libros para adultos. Desempeña también desde 2002 una activa tarea como editora y responsable del sello Ruedamares.
De la lista de 34 autores nominados originalmente al Andersen quedaron seleccionados, además de la argentina, el belga Bart Moeyaert, la francesa Marie-Aude Murail, el iraní Farhad Hassanzadeh, la norteamericana Jacqueline Woodson y el esloveno Peter Svetina, según un comunicado difundido por la institución que otorga el galardón.
La obra de Ramos, que ha recibido en 2016 el Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil por su trayectoria y ha sido traducida al inglés, portugués, chino y coreano, incluye títulos como «Un sol para tu sombrero», «Las lagartijas no vuelan», «La luna lleva un silencio», «Dentro de una palabra», «Mientras duermen las piedras», «La escalera», «Duraznos», «Gato que duerme», «El mar de volverte a ver», «Desierto de mar y otros poemas», «Coronas y galeras», «De barrio somos», «El trasluz» y «Azul la cordillera».
La narradora ha trabajado en programas de lectura a nivel nacional y regional desde 1983 y desde 2017 dirige «Lecturas y navegantes», un programa de formación de mediadores de lectura literaria en escuelas públicas de la Patagonia.
— ¿Cuál es la impronta del territorio en tu obra, cómo irrumpe el paisaje patagónico en tu cosmovisión literaria?
—Seguramente hay algo; el paisaje de Patagonia es múltiple y misterioso. Extensiones de meseta, el bosque, la cordillera, los glaciares; también los valles. Lo existencial se alimenta de extensos horizontes, de callados misterios. El arte emerge como puede, desde la sensibilidad de cada uno. A mí me conmueven el silencio y lo desconocido, también en el paisaje humano.
— Has desarrollado a lo largo del tiempo una labor paralela: por un lado escribir y por el otro tu tarea docente. ¿Cómo se conjugan y retroalimentan ambos roles?
—Siempre trabajé en docencia y en literatura, con igual apasionamiento. Estoy convencida de la importancia de la lectura literaria en la formación de lectores, en el llamado a la sensibilidad, a la ampliación de la mirada. El lector de literatura en general y de poesía en especial es un lector que puede percibir, disfrutar y potenciar miradas del mundo que lo configuran como un ser humano más habilitado para vivir en sociedad. La lectura literaria convoca, en la subjetividad de los lectores, lo real, lo posible y lo soñado que lleva a moverse más allá de lo determinado por entornos y circunstancias.
— ¿Cómo es escribir poesía para niños? ¿En qué medida tu poesía funciona como una exploración de los límites de la lengua?
— La poesía es un juego que tensiona los límites de la lengua, también la dinámica de creación de quienes escriben. Es a la vez un puente invisible de encuentro con lectores que buscan -para su sed- a veces lo armónico, a veces la ruptura, o el juego, la penumbra de lo no dicho, la atmósfera donde proyectar mundos que han permanecido acallados o que apenas se vislumbran. En la infancia la palabra poética llama y responde al juego, a la revelación placentera, a lo inesperado, a los espacios donde se afincan las preguntas. Y es que la poesía acerca la frescura de los sentidos que no se cierran, que dejan espacio para lo secreto y lo deseado de cada lector.
— ¿Por qué creés que la literatura infantil argentina atraviesa las fronteras nacionales con tanta vitalidad en los últimos años?
— Seguramente sea el resultado del hacer de muchas escritoras y escritores talentosos, que han desarrollado obras que han ido sumándose con otras y enriqueciéndose mutuamente. Más el sostén de grupos e instituciones. En este caso, ALIJA, Asociación de Literatura Infantil y Juvenil Argentina, que integra la red internacional del IBBY y propone candidatos cada dos años para este premio y propicia -con gran esfuerzo- intercambios con otros países.