Enviado especial a Santiago del Estero
Entró de casualidad pero va por todo. Argentina se presentó con una importante victoria en el Mundial al que no clasificó en la cancha y terminó organizando de rebote. Uzbekistán fue un hueso duro de roer para los pibes de Javier Mascherano, quien para el debut eligió a tres jugadores con escuela bien rosarina: Mateo Tanlongo, Brian Aguirre y Alejo Véliz. Y no lo defraudaron.
Tampoco lo hizo el equipo, que sin brillar logró reponerse del gol inicial de los vigentes campeones de Asia y revirtió el resultado para alegría de los 37 mil santiagueños que colmaron el modernísimo Estadio Único Madre de Ciudades, que explotó con el cabezazo goleador de Véliz que decretó el empate y después volvió a saltar del asiento con el bombazo de Valentín Carboni que selló la victoria.
Empezó ganando y eso es lo que vale. Sin duda Mascherano habrá tomado debida nota de los múltiples errores defensivos que exhibió el fondo o como cuesta abastecer a los atacantes en zona de peligro. Al mediocampo «europeo» que paró el Jefecito con Perrone-Tanlongo-Carboni le costó manejar la bocha ante los uzbekos, tan rústicos y aguerridos para defender como prácticos y efectivos a la hora de atacar.
Con el tridente ofensivo muy aislado arriba, ni Aguirre ni Soulé pudieron desnivelar mucho por las bandas, aunque nunca dejaron de encarar y buscar, sobre todo el pibe de Newell’s, que fue intratable para los rivales cuando recibió la pelota.
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Las dos pepas que clavó en el primer tiempo fueron lo único bueno que mostró Argentina en su presentación mundialista. El peso individual criollo se terminó imponiendo sobre la solidez grupal de los uzbekos, quizá con un libreto más amarte aunque claro de lo que tenía que hacer. No es que sorprenda: ellos se coronaron campeón en su continente y nosotros fuimos una desilusión en el Sudamericano. Por suerte el fútbol siempre da revancha y hoy en Santiago del Estero varios tuvieron la suya, muy especialmente el DT Javier Mascherano, el más aplaudido de la noche por un público que acompañó en gran número y después de la locura que significó Qatar, tiene más encendida que nunca la llama de la pasión albiceleste. Es lo bueno de la victoria: te maquilla un equipo endeble atrás y livianito adelante como si nada.
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