La fecha de Fórmula E vivida el pasado 18 de febrero bien podría haber sido la última edición que la novel categoría FIA de monopostos eléctricos haya visitado el suelo argentino. Ante la falta de voluntad del gobierno porteño por continuar corriendo por las calles de Puerto Madero y de la decisión de los hombres fuertes de la categoría a negarse a correr en lo que se espera será el renovado autódromo de Buenos Aires; esta novela, que se filtró incluso previamente a que disputara la carrera el fin de semana pasado, aparece como esos amores que a falta de un interés común, terminan alimentando una historia de olvidos.
“El Gobierno de la Ciudad me pidió que solicitase a la Federación Internacional del Automóvil que en el futuro la Fórmula E corriese en el Gálvez”, dijo el ingeniero Carlos García Remohí. “Pero cuando le llevé la propuesta a Jean Todt, el presidente de la FIA me respondió con firmeza: la Fórmula E corre sólo en callejeros”, explicó el directivo del Automóvil Club Argentino.
Fernando de Andreis, secretario de la Presidencia de la Nación, quien otrora funcionó como el promotor para derogar las leyes que impedían que se corran competencias dentro de la ciudad capitalina, y que permitió que dos carreras del Súper TC2000 desfilaran por las calles, hoy se encuentra en otras funciones, más alejado a su pasión como ex corredor amateur. En las negociaciones el que se mostró firme al negociar con Alejandro Agag y compañía fue Diego Santilli, vice jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Pero del otro lado, sólo se escuchó la misma postura. No se irá al autódromo y existe, además, una explicación lógica: los autos eléctricos tienen su hábitat en la ciudad, no dentro de una pista de carreras tradicional. Un argumento por el que se diferencian, entre otras cosas, de los autos de Fórmula 1.
Pero por este lado del mundo, los autos eléctricos son todavía bichos raros. La Fórmula E es una categoría que recién está lanzándose en alas al mundo.
El ePrix de Buenos Aires pasado tuvo una concurrencia que apenas alcanzó a las 28 mil localidades, un número muy bajo con respecto a otros eventos del deporte motor, aunque terminó siendo la más alta afluencia de público de las tres ediciones disputadas. Sin ir más lejos, la edición de 2016 arrojó diez mil personas menos. Aunque esto tuvo un efecto lógico: la presencia del cordobés Pechito López en la grilla.
El propio piloto argentino se mostró agradecido al público por el apoyo de siempre, aunque entendía que la categoría no era del paladar del hincha típico argentino. Pechito sabía que había más hinchas de él que entusiastas de la categoría. Caminar por las veredas aledañas al circuito del más nuevo de los barrios porteños era una muestra de la ausencia de atención. De cómo el público le mostraba la espalda a la Fórmula E. Allí no había ventas de gorras con óvalos ni con moños, no había parrillas ni humos más que el de los restaurantes típicos del lugar. Allí no había pasión, o lo que se entiende aquí por esta palabra tan trágica y desequilibradamente utilizada por todos.
Pero estas sensaciones recogidas terminan siendo un maquillaje superficial. Lejos de quejas de los vecinos por la incomodidad de las calles cortadas, de eventuales ruidos, y de las pseudos políticas de medio ambientales que pululan según hacen falta al poder, en una laguna tan poco profunda de ideas que los chanchos la cruzan al trote, la buena onda de ecología (con la que estos autos aportan a la causa), ahora le deben dejar paso a una obra aún mayor como lo es la construcción del Paseo del Bajo, que Macri presentó en enero y que durará al menos dos años y medio.
Del otro lado, Alejandro Agag, transformado en una especie de Bernie Ecclestone más austero, se encuentra camino a subirse a la cresta de la ola. Hoy, su categoría, recibe pedidos de muchas ciudades importantes en el mundo para acogerla entre sus calles. Este año se sumará Nueva York, y para el siguiente calendario espera sumarse alguna ciudad chilena (en caso de la despedida de Argentina). También está San Pablo, con un trazado de un circuito en el Parque Ibirapuera, que junto al buen andar del piloto local Lucas Di Grassi, del ABT Audi, brega por una fecha en lo próximo.
“Para nosotros es una prioridad correr en Brasil”, dice Agag, quien rechazó una oferta de la localidad de Florianópolis por no ser considerada una gran ciudad.
Mientras tanto, desde la misma tierra que en algún momento, quien escribe, se cansó de escuchar y de leer que la Fórmula 1 sólo traía pérdidas, me pregunto si este desprecio a una categoría internacional de automovilismo que nos acerca al futuro será un precio demasiado caro para volver a tener. Y si no, basta con mirar lo inaccesible que la categoría máxima se ha puesto para nosotros después de 1998. Acostumbrados a políticas cortoplacistas, con promesas mágicas, hemos perdido tantas cosas que las carreras, pilotos, circuitos, etc, terminan siendo meras apostillas. Me pregunto si en este ejercicio de ser los más piolas del mundo, alguna vez tendremos la oportunidad de darnos cuenta que permanecer entre ellos sólo trae risas mediocres, mezquindades absolutas y eternos lamentos. Me pregunto cómo será alguna vez mirar hacia el futuro, sin renegar de ello.