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Armando Discépolo y su gran “grotesco criollo”

Hace 43 años moría el director teatral y dramaturgo que creó un género que marcó un hito en la historia cultural.


Armando Discépolo, el creador del “grotesco criollo” teatral, murió en plena actividad, a pesar de sus 83 años, un 8 de enero de 1971. Fue el mayor de los cinco hijos de Enrique Santos, un napolitano que llegó a la Argentina antes de cumplir los 20 años y que dirigió la primera Banda Municipal. La casa de los Discépolo estuvo signada por la vocación artística de la familia, a tal punto que además de ser cuna de uno los mayores dramaturgos argentinos como Armando, fue origen de uno de los más grandes autores de letras de tango, actor y realizador cinematográfico, su hermano Enrique Santos: “Discepolín”.

Desde sus primeros años Armando manifestó pasión por el teatro; pero a los 18, cuando muere su padre, decide dedicarse por entero a la profesión. Tuvo la suerte de que Pablo Podestá, el actor más importante de aquel momento, se entusiasmara y aceptara interpretar su primera obra teatral: “Entre el hierro”. Y fue un éxito.

A partir de entonces, Discépolo escribió de una a dos piezas por año, entre las que se pueden destacar “La Torcaza”, “El novio de mamá”, “La espada de Damocles y “El movimiento continúa”.

Luego llegaron sus obras más reconocidas: “Mustafá”, “Giacomo”,”Muñeca”, “Babilonia”, “El Organito”, “Stéfano”, “Cremona” y “Relojero”, escritas entre 1921 y 1934.

Todas ellas comparten atmósferas depresivas y la exaltación de las contradicciones de sus protagonistas que –tras una máscara de absurda comicidad– sobrellevan un profundo dolor y viven aferrados un tiempo avasallado por el “progreso” que los asfixia.

Discépolo supo mostrar las miserias de un orden social muy despiadado e injusto a través de la pintura de la vida cotidiana de los humildes, fracasados e inmigrantes, creando el grotesco criollo, la primera y más auténtica expresión del teatro nacional.

A partir de 1934, Discépolo decide dedicarse a la dirección eligiendo obras de Payró, Tolstoi, Somerset Maugham, Chéjov, Bernard Shaw y Shakespeare.

Según sintetiza un trabajo de investigación de la profesora Milena Bracciale Escalada el grotesco criollo, para la mayoría de los críticos, nace y muere con Armando Discépolo.

Como género, el grotesco criollo procede simplificadamente de dos fuentes. La primera es la del teatro del grottesco italiano, dentro del cual se destaca Luigi Pirandello, cuyas obras eran muy representadas en Buenos Aires por aquella época y quien visitó en 1933 la Argentina, dando una serie de conferencias.

Una de las particularidades de este teatro es la dicotomía rostro/máscara, según la cual el hombre se halla desdoblado entre su ser individual y su apariencia social que, en general, funciona como un imperativo moral. El rostro representa el ser profundo, mientras que la máscara es el ser social, que está superpuesto a él.

En “Babilonia”, obra en un acto estrenada el 3 de julio de 1925 en el Teatro Nacional de Buenos Aires, Armando Discépolo plantea dos mundos irreconciliables: en la cocina ubicada en el sótano de una casa señorial, donde se desarrolla la acción de la obra, los criados –todos inmigrantes menos el mucamo– trabajan incansablemente para que la fiesta de compromiso de la joven dueña de casa sea un éxito.

A pesar de tan intensa labor, salen a la superficie situaciones de generosidad y sacrificio, oscuros rencores, amores y traiciones. Cabe destacar que los patrones –un detalle no menor– fueron en el pasado tan pobres como los criados pero tuvieron la suerte de revertir la situación y adquirir poder y fortuna.

En 1934 pone en escena “Relojero”, que fue la última que escribió, ya que a partir de allí se dedica a la dirección y a diversas expresiones culturales. “He dejado de escribir porque consideré que ya había expresado mi experiencia y mi visión del mundo del inmigrante. A partir de entonces me dediqué a dirigir obras para contar las mejores historias de otros autores. Nunca más tuve la tentación de escribir, pero siempre mantuve la tentación de la perfección, ya que el director teatral es el máximo responsable de las virtudes y los defectos logrados en escena”, expresó en su momento.

Cuando se quiere encontrar un referente del gran teatro argentino, frente a maestros del drama psicológico como Edmundo Eichelbaum y Carlos Gorostiza, o del realismo como Roberto M. Cossa, se erige, magistral, Armando Discépolo, representante de una época que duró muchos años, con personajes que hablaban “cocoliche” (jerga de italiano y español con modismos argentinos): una consagración de la lucha por la vida por todos aquellos que fracasaron en una conquista de América que él sí consiguió, aplaudido y respetado creador de un teatro con categoría universal.

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