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Arquitectura de la exclusión

Por Joana Medina (*)

Pasar vergüenza en público es lo peor. Te baja la autoestima, las ganas de seguir adelante con tus actividades del día y con tus metas, y hasta afecta tus ganas de existir. Todo eso lo puedo decir porque me pasó. El año pasado en la Facultad, en mi primer año de Arquitectura –carrera que me encanta o me encantaba, ahora ya no lo sé– tenía algunas materias que me entusiasmaban mucho: Física, Matemáticas, Introducción a la arquitectura y Materialidad I. Todo era nuevo para mí. Iba todos los días a cursar por la tarde y a la noche me costaba, pero me gustaba. La que más me costaba era Introducción. Había veces que no entendía y me daba vergüenza preguntar porque sentía que si preguntaba me iban a mirar diferente, como si fuera una burra. No sé porque, pero así pensaba.

A la hora de entregar los trabajos lo hacía con miedo porque tenía muchas dudas. Un día me dije “ya fue, voy a preguntar”. Me acerqué lo más que pude a la profe para que no escucharán los demás y le dije: “Profe, no entiendo esta parte”. Ella me miró y me dijo: “Bueno, él te va a ayudar -se refería al otro profe que estaba ese día- porque no puedo retrasar la clase por vos”. Me di la vuelta y me senté con muchísima vergüenza, colorada y con ganas de salir corriendo. Y eso hice. Después de ese día volví a clases sin ganas, pero seguía trabajando y haciendo lo que podía.

Hubo días que por no saber cómo hacer los trabajos seguía sintiendo una gran vergüenza. Dejé de ir y cuando volví la profe me miraba más que nunca. Pensé que sabía lo que me pasaba y esperaba a hablar con ella para aclarar lo que había pasado. Pero ese mismo día me llamó la atención y me dijo: “Volviste y no sé cómo vas a hacer porque hicimos muchos trabajos y no hay como recuperarlos”. Otra vez con vergüenza le contesté: “Profe, lo voy a intentar”. Ella me dijo: “No sé, porque ya estarías libre en mi clase y al ritmo que venís creo que nos volveremos a ver el año que viene”.

Un mes y medio más tarde dejé la Facultad gracias a esa profe tan simpática.

(*) Joana comparte dos veces por semana el taller de escritura dictado en la Cooperativa La Cigarra como parte de las capacitaciones del programa Nueva Oportunidad. Como ella hay 17 mil jóvenes en situación de vulnerabilidad que buscan contención y una forma de entrar al mundo laboral.

Acompañados por periodistas del diario El Ciudadano, Joana junto a 14 jóvenes del distrito Noroeste se anima a escribir. Usan el lugar para hablar de su barrio y su familia, de aventuras con amigos, recuerdos lindos (y no tantos) de la infancia y muchos temas más que surgieron luego de ir conociendo distintos autores como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Abelardo Castillo, Mauricio Rosencof, Osvaldo Soriano o Eduardo Sacheri, entre tantos otros.

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