El fondo del cuadro es blanco, y si se entrecierran los ojos se puede llegar a percibir una especie de bandas, muy finas, diagonales, también blancas. Lo firma un tal Antrios, artista cotizadísimo. Y si bien parece que allí no hay nada más allá de lo que supone un lienzo blanco, lo que ese cuadro dispara puede llegar hasta lo más subterráneo y oculto de la amistad, hasta lo más profundo del pensamiento disidente (gran paradoja para los tiempos que corren), donde viejos rencores, diferencias en apariencia irreconciliables, todo lo callado por sostener un statu quo de amistad, se echa por la borda en unos pocos minutos.
La vigencia de tres décadas de un texto arrollador, una problemática tan vigente como la diferencia de criterios y puntos de vista que profundizan las grietas en un mundo ya agrietado, y tres actores notables, hacen de la presente versión argentina de ART, la multipremiada obra de Yasmina Reza, un clásico inoxidable que incluso con el paso de los años adquirió nuevos sentidos, como pasa con todo texto valioso, que fue escrito pensando en quién o en quiénes va a resonar, pero desde un lugar de absoluta honestidad y sobre todo de profunda originalidad.
ART, el clásico de la dramaturga francesa también autora, entre más, de Tres versiones de la vida y Un dios salvaje, estrenado en el país en 1997, tres años después de que se diera a conocer en París y que ganara varios premios, entre otros nada menos que el Molière, cuenta ahora con las actuaciones de Pablo Echarri, Fernán Mirás y Martin Slipak, bajo la dirección de Ricardo Darín y Germán Palacios, conocedores al detalle de la obra y dos de los actores del elenco original que completaba Oscar Martínez.
Con tres funciones agotadas entre viernes y sábado en el Teatro Astengo de Rosario, la paradoja del lienzo blanco, una obra de arte que costó una fortuna en la que algunos insisten con ver arte y otros, quizás más pragmáticos y con los pies más sobre la tierra, sostienen que sólo hay un lienzo blanco, confirmando que todo adquiere singularidad de sentido según la óptica desde la que se lo mire, desata una serie de conflictos, una pequeña-gran tragedia entre tres amigos de muchos años que, más allá de las diferencias aparentes, se quieren y respetan cada uno en sus singularidades y modos de ver el mundo (como en la vida misma) y que el blanco purísimo puede, incluso, tener sus matices de color.
Así aparecen la frialdad de Sergio (Slipak), como la del mismísimo cuadro blanco que acaba de comprar, un médico dermatólogo con un buen pasar económico amante del arte; la ironía y la espereza sin remilgos de Marcos (Echarri), un ingeniero para el que todo es matemática y sentido común; pero particularmente, la congoja, la fragilidad, la incertidumbre de Iván, sobre el que recaen los cuestionamientos y una fina ironía que siempre se vuelve crueldad, quizás porque representa una idea del fracaso (para esos amigos, para la sociedad), en un trabajo antológico del talentoso Fernán Mirás, que transita su personaje haciendo equilibrio en la lógica sutil que requiere la comedia dramática, sin moverse por un momento para ninguno de los dos lados, lo que pone a esta versión de la pieza, con tres actores de gran solvencia, un par de escalones más arriba, dado que pareciera hacer foco en la impiedad pero también en lo frágil y humano, incluso dejando por momentos de lado la incómoda risa en la platea.
Es así como la obra logra poner en tensión diferentes formas de ver el mundo y mientras de un lugar desaforado y mordaz plantea una crítica a las arbitrariedades del arte contemporáneo donde el mercado se queda con la parte más jugosa, pone atención en la amistad como vínculo, en su capacidad de resistencia ante lo no dicho que algunas vez saldrá a la luz, en eso que deja entrever que al otro quizás de lo quiere y respeta por lo que es o ha sido, más allá de lo que piensa, elige e incluso desea, porque al mismo tiempo pone sobre la mesa qué está dispuesto a hacer cada uno para conservar una amistad de años, más allá de que eso encierre algún punto de oscuridad.
Vuelve “ART”, la comedia que hace tres décadas expuso el lado oscuro de las grietas
Es en esos pasajes donde esta triada de actores logra ponerse en un primerísimo primer plano, con sus complicidades y silencios más allá de un texto de una métrica perfecta e incuestionable por el que navegan con una solvencia que surge no sólo del talento y presencia escénica de cada uno sino también de la confianza en el otro y del insoslayable paso de una larga lista de funciones, independientemente que el de Reza es un texto que no admite la más mínima modificación, el más mínimo corrimiento o licencia porque perdería fluidez, verosimilitud, pero sobre todo sentido.
ART llegó para quedarse o quizás nunca se fue. Sergio, Marcos e Iván son tres amigos de toda la vida que parecen haber vuelto en un tiempo de deconstrucciones, pero son bastante más que eso: porque hoy son el reflejo palmario de un mundo que está parado sobre un tembladeral, donde un detalle nimio, intrascendente, puede disparar una tragedia.