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Artista del ring: el “Chino” Pita, un grande de verdad

Cordobés de nacimiento pero rosarino por adopción, marcó una época. Fue admirado hasta por Juan Domingo Perón.

12 de abril de 2011. El otoño insistía en mostrarse. La noticia llegó vía telefónica: “Néstor, se nos fue el Chino Pita”. Me conmovió. Me sacudió. La frase fue una estocada tan traicionera como dura. No era para menos. Oscar “Chino” Pita fue uno de los más grandes boxeadores que dieron los puños argentinos. Nacido en la ciudad cordobesa de Cruz del Eje un 6 de noviembre de 1933, se radicó en Rosario desde muy chico. Su verdadero nombre y apellido: Raúl Oscar Pietta. ¿Por que lo de Pita? No sé. Nunca se lo pregunté. Quizás porque fiel a la época de su juventud, quiso ser como los artistas de cine que cambiaban el nombre. Sinceramente, artista fue, pero de los puños. De brillante campaña amateur, fue olímpico en Londres 1948 y campeón latinoamericano en Guayaquil 1949. Debutó como rentado el 30 de mayo de 1951. En el mítico estadio Rosario Norte, noqueó en tres capítulos a Ismael Guevara.

Fue representante del histórico Rosarino Boxing Club, gimnasio que cobijó figuras inolvidables como Amelio Piceda (Kid Noli), José Balbi, José Ríos, Marcelo Ferri, Nelson Alarcón y Hugo Rambaldi.

Siempre de la mano de su entrenador Pablo Lito Muñiz y su mánager Juan Umberto Natale, Pita hilvanó treinta victorias consecutivas. La mayoría por nocaut. En su pelea número treinta y uno, logró el título argentino de la categoría welter (entonces medio mediano), que estaba vacante. La había resignado un compañero de gimnasio: Amelio Piceda (Kid Noli). Oscar Pita pesó esa noche 66,400 kilos y dando una cabal lección de boxeo inteligente derrotó por puntos a Eduardo Alfonso Moreno. El escenario fue el Luna Park el 23 de diciembre de 1953.

Ídolo. Admirado. Convocaba multitudes. Sus peleas con José “Perforador” Balbi, Alfredo “Baby” Argüello y Ramón Sosa se convirtieron en clásicos rosarinos.

La noche que le dio revancha a Sosa, derrotándolo por puntos, batió record de recaudaciones. Diez mil personas en el interior del Estadio Norte enloquecieron de entusiasmo. Miles palpitaron escuchando la radio en la avenida Alberdi al no poder entrar.

Llegó una gira por Estados Unidos. En Massachussets derrotó a Fred Monforte y en Nueva York al ascendente Gene Poirier. Mal aconsejado. Mal cuidado. Desprotegido. Aceptó en su estadía hacer guantes con muchas figuras del momento. Reinaban entonces Kid Gavilán y Carmen Basilio. Le mintieron con promesas incumplidas. Cansado de esperar la pelea importante que nunca llegó, hizo la valija y regresó a Rosario. De aquellos momentos el querido y fantástico Eduardo Lausse alguna vez me dijo: “Estábamos en el mismo gimnasio. Sus entrenamientos eran batallas. Una vez le dije: ‘Chino no entrenes más así. Te van a golpear mucho’. Lo engrupieron, como a mí. Pita fue un extraordinario boxeador y gran amigo”.

Un 28 de diciembre de 1955, con un Luna Park desbordado, Oscar Pita perdió el título argentino. Fue ante el exquisito y maravilloso  mendocino Cirilo Gil. Fue por puntos en vibrante combate. Años después, en su paso por Rosario como entrenador, Cirilo Gil me confesó: “El Chino Pita fue uno de los rivales más difíciles que tuve. Un boxeador enorme…”.

La carrera de Pita comenzó a sentir las secuelas de aquel paso por Norteamérica. Una equivocada gira por Brasil le significó dos derrotas con Paulo de Jesus.

Así arribó al último combate. Lo despidió un Estadio Norte completo de aficionados. Otra vez récord de boletería. Otra vez gente en la calle sin poder entrar. Pita seguía siendo atracción y querido por el pueblo. Su rival llegó en un gran momento de su carrera: Julio Ocampo, la “Pantera del Saladillo”. El lance fue duro y exigente para ambos. Intenso. Áspero. Emocionante. Oscar Pita se jugó en cada vuelta. Perdió por nocaut en el décimo round. Pero hay un hecho para destacar: mientras el árbitro, con Pita en la lona, contaba los diez segundos, en el estadio reinaba un silencio de tumba; un velorio se había instalado. Al llegar al final, el silencio fue quebrado por el llanto que llegó desde el rincón del ganador. Julio Ocampo, un guerrero del ring y su entrenador, el inolvidable Eugenio Zorro Pereyra, no pudieron contener las lágrimas al ver al ídolo caído.

De elegante línea y recursos inacabables, dejó una campaña admirable. Reservada para esas figuras que sólo aparecen de vez en cuando en el firmamento del boxeo. Cerraba las peleas con la perfección de un maestro relojero. Humilde, generoso en la amistad, trabajó hasta jubilarse en las oficinas de la Aduana de Rosario. Su esposa y compañera de la vida, Leonor, y sus hijos Sandra y Pablo, lo acompañaron con cariño y afecto en cada recuerdo en su casa de la calle Saavedra.

Oscar Pita, un grande. El mismo que el general Juan Domingo Perón, cuando llegaba alguien de Rosario a su despacho, le decía: “¿Cómo está el Chino Pita? Mándele mis saludos”. El mismo que cita Alberto Granados, el amigo de la vida de Ernesto Che Guevara, cuando el revolucionario argentino le comentaba: “Donde yo nací, en Rosario, hay un crack. No sabés como boxea. Es el Chino Pita”…

El mismo al que los compositores Ángel María Bellía y Francisco Parino escribieran el tango “A Oscar Pita”. El mismo que alguna vez el Negro Fontanarrosa me dijera: “No seguí mucho el boxeo, pero por lo que me contaba mi viejo fui admirador de Pita”.

El mismo que en el desaparecido bar “Los 20 billares” de la calle Maipú, llegaba a la tarde y nos decía: “No muchachos, de boxeo no. No… eso ya pasó. Hablemos de otra cosa” y lanzaba una carcajada.

Oscar Pita. El Chino. Quedó en le podio de los mejores. En los recuerdos de las grandes noches. En las emociones de apasionantes peleas. En el perfume excitante de los nocauts. En el relámpago convocante de cada toque de campana.

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