La artista plástica japonesa Megumi Igarashi, conocida como Rokudenashiko, quien en 2014 se hizo popular al ser detenida y acusada de distribuir “material obsceno” por su obra de ese entonces, donde mostraba escaneos en 3D de su vagina, tuvo un revés judicial a partir del fallo de la corte suprema de su país.
El Tribunal Supremo japonés rechazó una apelación presentada por la artista contra un fallo de un tribunal inferior que la había declarado culpable de “obscenidad” por el suceso ocurrido hace seis años, que causó un gran revuelo porque rápidamente tuvo detractores y defensores en igual cantidad.
La batalla, que duró alrededor de un mes a partir del cual la justicia decidió intervenir, se desató en las redes sociales y también en la televisión, donde la artista tuvo picos de aparición pública como jamás había soñado.
Ya sometida a juicio con diversos argumentos que alimentaban la fundamentación de obscenidad, el primer fallo tuvo un carácter que nada costaría en calificar de absurdo.
El tribunal de primera instancia dictaminó que la obra, cuya relevancia estaba puesta en los datos 3D, reproducían en “forma realista los genitales femeninos y estimulan el deseo sexual de los espectadores”, como si tal cosa, si existiera, estuviera mal y hubiera que prohibirla.
Al final de una saga de instancias judiciales donde confrontaron defensores y fiscales con los argumentos más disímiles y se compararon diversas obras artísticas como pinturas, instalaciones, videos y esculturas donde el órgano femenino tenía un indudable primer plano, Igarashi fue condenada a pagar una multa de cuatro mil dólares (unos 400 mil yenes en moneda japonesa).
Fue en 2016 luego de dos años de iniciada la demanda pública y la artista, nada conforme con la sentencia en metálico que la obligaban a pagar, hizo su apelación al máximo tribunal, que terminó expidiéndose hace unos pocos días con un fallo desfavorable que deja firme la sentencia original.
“Es un atraso en la visión de la justicia que no sabe valorar una expresión artística, que utiliza la figura de obsceno para referirse a algo tan natural como una vagina. ¿Por qué los genitales femeninos se pueden considerar tabú?, dijo la artista al enterarse del veredicto.
Y continuó: “Ese fallo es obsoleto, no representa un verdadero sentido de justicia, las expresiones artísticas no dañan, en todo caso si ofenden alguna sensibilidad, no existe la obligación de verla”, dijo Igarashi.
Deseo sexual reprimido
Con este fallo se ponen una vez más de relieve las fuertes contradicciones que tiene Japón en materia de sexualidad.
El país del sol naciente tiene una poderosa industria de expresiones eróticas y pornográficas que lo lleva a ocupar uno de los primeros lugares en el mundo en ese rubro.
El Hentai japonés, una especie de animé porno tiene un consumo masivo en el país y hoy representa casi una cultura alternativa de culto que modela conductas, modas y gestos.
Estudios específicos han revelado que los japoneses, tanto hombres como mujeres, desde niños, conviven con un deseo sexual reprimido –en apariencia más marcado que el que tienen en buena parte de los otros países– que buscan satisfacer imperiosamente a través del consumo de expresiones de este tipo.
A pesar de que parezca que las nuevas generaciones han podido superar esas consideraciones y manifiestan tempranamente esos deseos para darles cauces en la realidad, el consumo de material gráfico y audiovisual sigue siendo uno de los más altos del planeta.
Incluso desde hace unos pocos años, Japón produce lo que se conoce como muñecxs inflables para la gratificación de damas y caballeros con un nivel de ventas que superó cualquier expectativa.
Por otra parte, es una industria apañada legislativamente ya que respondía a un proyecto de ley para controlar la tasa de natalidad en una insólita ecuación que respondía al crecimiento del PBI en relación a la cantidad de niñxs que se podía traer al mundo.
En el país de la hipocresía
Este fallo viene a demostrar la hipocresía que reina en un país al que suele atribuírsele una sabiduría milenaria en asuntos espinosos de la existencia.
Algo que ha quedado demostrado en el cine contemporáneo, sobre todo –pero no únicamente– en el género de terror, donde los miedos tienen origen en las castraciones o represiones, en los abusos sexuales, en los falsos pudores que permiten las apariciones fantasmales o monstruosas.
El terror es un vehículo ideal para que surjan los deseos que no podrían llevarse a cabo en la realidad. Y también el animé y el manga, donde los personajes, por su carácter animado, no tienen prejuicios a la hora del juego sexual.
Pero el consumo de acciones sexuales y pornográficas no es reciente en Japón. Ya toda una práctica artística plástica representaba relaciones de todo tipo con esmerado cuidado estético y no pocas fueron consideradas grandes obras que detentaban los signos de la época en que se producían.
Sacudir “las buenas conciencias”
Un artículo del código penal japonés prohíbe la publicación de material “moralmente perjudicial”, pero tal indicación resulta demasiado ambigua y nada clara en referencia a qué se considera de ese modo.
En el caso del fallo judicial sobre la obra de Igarashi se mentó ese artículo para fundamentarlo y se interpretó que incluía la exposición de genitales y de vello púbico.
En algunas ocasiones, algunos productores de obras que contenían materiales con esos visos, tales “partes” fueron cubiertas gráficamente con una barra o eran borroneadas con algún velo.
Los animé no parecen estar alcanzados por ese brazo moral pero por las dudas hubo una época de ofensiva oficial sobre el género, por lo que los dibujantes quitaban el vello púbico a sus personajes.
Rokudenashiko ya había señalado en su descargo que no mostraba unos genitales reales sino un molde de ellos y que no era justo que el gobierno y la justicia confiscasen y desestimasen cualquier representación de vaginas o vulvas.
La artista señaló que su intención fue incrementar el conocimiento general de las vulvas para que así, una sociedad llena de estereotipos y prejuicios, por fin supiera que el arte feminista también podría ser amigable y sugerente.
Las obras de marras mostraban un candelabro con su vulva expuesta, pequeñas ciudades montadas en un piso agrietado por la forma natural de una vagina y un traje rosa coronado con un “tercer ojo”, que en realidad era una vagina con su respectivo clítoris.
Luego escaneó su propia vagina, hizo un molde en 3D e hizo que esa obra, a través de las redes, fuera de dominio público. De ese modo, el proyecto causó un revuelo imposible de detener y su trabajo tomó un rumbo político y polémico que nunca imaginó.
“Lo que intenté con este proyecto es sacudir las “buenas conciencias” con una manifestación feminista que pretende que las vaginas sean libres para romper los estigmas.
En Japón no sólo los anuncios televisivos son extremadamente sexuales, también existe un festival llamado “Falo metálico” que, con motivo de una celebración al pene y la fertilidad, convoca a personas de todas las clases sociales junto a los genitales masculinos”, dijo Rokudenashiko en rueda de prensa luego de conocerse el fallo de la corte suprema.
Y concluyó: “Este fallo es hipócrita y propio de un gobierno fascista. Tenemos que hacer caer esas máscaras”.