Hugo F. Sánchez, Télam
Ubicada temporalmente en la década del cincuenta en el desierto de los Estados Unidos y con una puesta que corresponde pura y exclusivamente al universo particular creado a través de los años por Wes Anderson, se estrenó el jueves su última película Asteroid City, sin protagonistas definidos pero con una constelación de estrellas apabullante.
La película del director texano (Los excéntricos Tenenbaum, Vida acuática, Moonrise Kingdom: Un reino bajo la Luna, Isla de perros, La crónica francesa, entre otras), que compitió en la Sección Oficial del último Festival de Cannes, no es sencilla de contar, teniendo en cuenta que su poética es ciertamente críptica, sin un eje en particular y abrevando en varios temas.
Sintéticamente una sinopsis posible podría señalar que en el comienzo hay un maestro de ceremonias (Bryan Cranston) que presenta lo que va a pasar en pantalla.
Inmediatamente se empieza a desarrollar la acción, con un dramaturgo (Edward Norton) que desarrolla una historia que se exhibirá (¿o se exhibe?) en la televisión, un relato que tiene como centro Asteroid City, un pueblo de apenas 87 habitantes -un hotel, un bar, una estación de servicio, una escuela-, en donde funciona un observatorio astronómico a cargo de una científica excéntrica (Tilda Swinton) y una base militar que premia anualmente a jóvenes genios.
Y también allí, en esa localidad minúscula y excéntrica, mientras que por la carretera que la atraviesa un auto lleno de maleantes se tirotea con una patrulla de la policía una y otra vez, a pocos kilómetros se realizan pruebas nucleares con sus correspondientes hongos, que lejos de su poder letal, parecen formar parte del paisaje sin consecuencias graves.
Por la propia lógica de la película, parece natural que se presente un extraterrestre, lo que obliga al gobierno a poner en cuarentena a todos los habitantes de Asteorid City, entre los que se encuentran el dueño del pequeño hotel y del bar (Steve Carell), una maestra que hace lo que puede con un grupo de párvulos sagaces (Maya Hawke), y un ave correcaminos que pasa una y otra vez por el lugar sin razón aparente, que no termina en cuarentena pero sigue apareciendo imprevistamente.
Y claro, la convivencia obligada también comprende a los visitantes: un padre varado por un desperfecto mecánico en su auto (Jason Schwartzman) que no se anima a contarle a sus hijos una noticia trágica y su suegro (Tom Hanks), rico y con una pistola en la cintura, que llega a auxiliar a la familia; una actriz que también se quedó involuntariamente en el pueblo (Scarlett Johansson) que aprovecha para ensayar sus líneas de una próxima obra, y un grupo de jóvenes “cerebritos” junto a sus familias, que concursan con sus curiosas invenciones por el reconocimiento militar.
Este despliegue de estrellas de Hollywood, está casi en el mismo plano de importancia que los decorados que representan el hotel, el bar y el reducido etcétera, porque los lugares son un elemento central del armado andersoniano, en tanto le permiten el diseño, la maqueta totalmente artificial, irreal -muchos colores en pastel-, que para el realizador son imprescindibles para contener pequeños relatos que hacen a un todo.
De eso se trata justamente, de una totalidad que explora a conciencia y de manera absolutamente arbitraria las posibilidades del artificio y que aun así, juega con la idea de hasta dónde llegar para que los espectadores entren en un juego en donde el verosímil se tuerce y difumina hasta lo fantástico.
Todos y cada uno de los actores se prestan a pequeños roles, animan y son parte de un preciso, obsesivo y maníaco artefacto que tiene como denominación película, se inscribe dentro de la disciplina artística llamada cine, pero que se acerca mucho a la performance visual con la impresión de que hace un esfuerzo por contar una historia, aunque el único camino posible parece ser un relato desflecado, apenas delimitado por sucesivas viñetas.
La puesta entonces es transparente en su opacidad frente a una historia clásica, por eso, en ese juego de opuestos, va por una claridad literal y derrumba la cuarta pared de ese tinglado pensado hasta la obsesión, para revelar al espectador el universo armado para la ocasión, en donde por ejemplo, se ven los escenarios o se muestra que el alienígena no es más que el actor Jeff Goldblum disfrazado.
Todo esto no necesariamente condena a la película, al contrario, en un panorama en donde los títulos que llegan a la cartelera comercial en buena parte carecen de originalidad, Asteroid City se agradece por su toma de riesgo y la marca de autor que Anderson imprime en toda la película.