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Atalaya campeón de Rosario

¿Cómo no llorar? Emociona, conmueve, contagia; es todo vorágine, locura, confusión. Ya no se sabe quién es jugador y quién es hincha, o quizás sea lo mismo. La alegría desborda, pero las lágrimas le ganan la batalla a la mayoría y no se sabe qué va primero, si el festejo enloquecido o el abrazo profundo.

¿Cómo no llorar? Atalaya es el campeón de Rosario. A veinte años de los que hicieron historia en el 97, y que quedaron para siempre en el corazón, flameando hoy en las banderas de su hinchada, como Seba Garnero, que lo vio debajo del aro que da a calle Tucumán, o como Mauri Piva, que seguramente desde algún lugar lo siguió también, inmortalizado en el trapo de sus amigos, de su club, y en el recuerdo de todo el básquet de la ciudad.

¿Cómo no llorar? Si se criaron juntos en el barrio desde pibes a pesar de no siempre compartir colores. Porque el básquet los desperdigó y separó en el mapa de la Sexta, pero el tiempo y el básquet los reunieron en el Azul. Hermanos que son amigos y amigos que son hermanos.

No hay orden en el festejo, no tiene lógica, la invasión está a la orden del día y no tarda una milésima desde que el Negro García dice que no va más. Llueve espuma y papelitos de colores, arremeten los “ladrones” se shorts y camisetas y los jugadores se transforman en modelos de calzas y ropa interior. Maruelli se adueña de un aro, Yanson ataca otro, o eso parece, y los dirigentes tratan de encontrar la forma de entregar los trofeos en medio de una marea humana a la que lejos está de importarle cualquier intento de protocolo. Un hincha-planillero organiza la vuelta olímpica y allá van todos, los que jugaron y los que en su vida tocaron una pelota, las chicas del femenino y la gente que usa la pileta en el verano. No importa quién es quién, porque todos son Atalaya, parte de la hinchada más imponente de la Rosarina, le guste a quien le guste.

Y cada uno lo vive a su manera, desde la locura, el grito, o en un rincón llorando su alegría. Desde el ignoto que busca desesperado una selfie con la Copa hasta la presidenta Sol Nieto que desaparece de la escena que tanto hizo para construir.

Se apagan las luces. No hay mucho lugar para enojarse con la gente de Sportivo América, porque la madrugada ya ganó terreno y quiere desalojar el “Tamburri”, por lo que empiezan a encenderse las luces de los celulares, se prenden las bengalas y el redoblante no da tregua. Alguien lee la situación y sabe que no da para más, la marea humana gana el playón de ingreso, intentan la foto pero los celulares no quieren saber nada. La calle no los para y el cotillón está a la orden del día, ya con la familia cerca para el beso, el abrazo, la felicitación de los que bancan el día a día. Y la caravana parte hacia el Ornati, donde todo sigue. Y seguirá por siempre. Son parte de la historia.

El partido

Todo nervio, imprecisión, vértigo. Era tanta la concentración, el estudio, la preparación de uno y otro lado. Era tanta la locura de la gente, el aliento, el color, de uno y otro lado. Era todo tan imponente, que el partido salió horrible. La ansiedad se comió a todos y aunque los planes de juego eran acertados, la ejecución fue imperfecta. Miles de pelotas perdidas, efectividad bajísima y mucho apuro fueron algunas de las características de un primer tiempo que terminó 31 a 26 para Caova tras veinte minutos de cambiar sistemas de defensas por ambos bandos y de apostar a sus argumentos favoritos: Caova al poste con Maggi para generar desde allí, y Atalaya con la velocidad de Suárez para tomar mal parado al Funebrero.

¿Por qué fue un poco más Caova en ese lapso? Porque los triples de Atalaya no entraron a pesar de estar algunos bien tomados, y porque Maggi acertó más de lo que falló.

Después del desastre del entretiempo, de la larguísima espera, Atalaya volvió mejorado. Y Caova no pudo ser el mismo.

Creció la defensa del Azul, solidaria, con piernas y manos dispuestas al sacrificio. Atalaya le negó gol fácil a Caova y después directamente le negó el gol. Y como contrapartida, Suárez corría más que nunca, volaba, para romper por el centro y definir o para descargar.

Al Funebrero se le hizo todo cuesta arriba y ya la doble marca contra Maggi comenzó a dominarlo. Atalaya tenía el nocaut en sus manos y cuando Caova fue otra vez a zona, llegó en forma de tiro de tres puntos, porque tras un paupérrimo 2 de 17 en 25 minutos, llegaron las bombas de Suárez, Yanson, Orellano y Moreno. No hubo más juego, sólo era cuestión de tiempo, de los segundos que separaban a Atalaya de la gloria. ¿Qué son unos segundos al lado de veinte años?

SÍNTESIS

ATALAYA 72: Lautaro Suárez 20, Mauro Moreno 9, Santiago Orellano 11, Federico Pérez (x) 8, Maxi Yanson 18 (fi), Brandon Gargicevich (x) 2, Facundo Maruelli 2, Leandro Pugnali 0, Leo Yanson 2, Fabricio Lasala, Felipe Avataneo, Juan Borches. DT: Mariano Junco.

CAOVA 60: Gabriel Domínguez 10, Gastón Rojas 8, Germán Muñoz 12, Adrián Molina 3, Pablo Maggi 19 (fi), David Gavio 0, Franco Correa 7, Bautista Gentile 1, Sebastián Chianea 0, Juan Cruz Noguera, Juan Pablo Lupo, Sebastián Rovera. DT: Néstor Gnass.

ESTADIO: Amílcar Tamburri

ÁRBITROS: Alberto García, Cristian Alfaro y Marcelo Pérez

PARCIALES: 15/14, 26/31 y 45/43

LA FIGURA: Lautaro Suárez, 20 puntos, 8 rebotes, 8 asistencias, 6 robos, 5 pérdidas.

TRES ÁRBITROS

La Rosarina decidió en la jornada final del cuadrangular colocar tres árbitros en cada partido, a diferencia de las fechas anteriores, en las que dirigieron dos. No tiene lógica, pero no deja de ser bueno seis ojos en lugar de cuatro.

DEMORA EN EL INICIO

El juego se demoró casi media hora en iniciarse por los papelitos arrojados al campo y sobre todo por el ingreso de la hinchada de Atalaya y lo que hubo que esperar para que se acomoden y entreguen (en este caso ambas parcialidades) sus redoblantes. Además, faltaba un integrante de la mesa.

EL DESASTRE

En el entretiempo, un muchacho de Atalaya cruzó la cancha para llevarse uno de los redoblantes. No se sabe si por error o como gracia tomó uno de Caova (al parecer fue nada más una equivocación), lo que desembocó en un grupo de hinchas del Funebrero metiéndose en el rectángulo para recuperarlo y luego en un enfrentamiento a puño limpio en medio de la cancha. Muchos separaron, muchos pusieron tranquilidad a la situación (los efectivos de la Policía, pocos y perdidos) y se pudo calmar el momento. Pero los árbitros ya se habían ido con la planilla. Fue casi una hora la de espera para reanudar, durante la que hubo que convencer a los jueces con triplicar la cantidad de efectivos (según explicó el dirigente Miguel Tudino) para jugar. Después, con delegados y policías en el borde de cancha, nada más sucedió.

Alguna vez la dirigencia de la Rosarina deberá trabajar para gestionar, prever y evitar estos papelones que son moneda corriente.

EL SHOW

Las hinchadas también regalaron cosas buenas. El estadio de Atalaya estuvo colmado, con mucho público neutral, pero también con dos parcialidades que alentaron sin parar a sus equipos, y llenaron el estadio de globos y banderas. Y lo de Atalaya fue fenomenal, pocas veces visto en la ciudad.

RECONOCIMIENTO

Lo de Caova es cosa seria. Una vez más el DT y los jugadores fueron sostenidos por la dirigencia y se llegó a otra instancia importante. Para destacar.

EL TERCER LUGAR

Para que no haya que sacar cuentas en un posible triple empate, Sportsmen debía ganarle a Echesortu. Y le ganó.

Fue 80 a 77 para los dirigidos por Gonzalo Pastorino, en un partido cambiante, de rachas, en el que se les hizo duro a los equipos saber que se jugaba por casi nada.

Sportsmen tuvo un buen inicio, con Topino como referencia, pero Echesortu intentó una reacción de la mano de Boselli (triple desde mitad de cancha incluido) y terminó de plasmarla en el segundo cuarto, cuando borró al Verde de la cancha y con las bombas de L’Abbate más el ingreso de los pibes Drab, Kosic y Bravo cambió el ritmo de juego para pasar al frente 38 a 32 en un parcial de 26 a 13.

Pero Sportsmen volvió al comando con un 11 a 0 en el inicio del tercer cuarto a puro Topino. De allí en más mejoró la efectividad y el duelo fue más entretenido, con la balanza que se inclinó hacia Sportsmen gracias  a las bombas de Cravero, Tripelli y una clave de Mateini.

La victoria de Sportsmen transformó Atalaya-Caova en un mano a mano.

SÍNTESIS

ECHESORTU 77: Franco Sbarra 10, Martín Bísaro 13, Dalmiro Dos Santos 0, Lucas Boselli 27, Sebastián Sánchez 6 (fi), Marcos L’Abbate (x) 9, Lucas Drab 5, Nahuel Colaneri 2, Pedro Bravo 5, Nicolás Kosic 0. DT: Claudio González.

SPORTSMEN 80: Juan Cravero 5, Facundo Dayer 5, Gonzalo Caviasso (x) 6, Ignacio Belli 4, Erick Topino 34 (fi), Mateo Pastorino (x) 5, Julián Mateini 6, Mauricio Tzoiriff 7, Ignacio Tripelli 8. DT: Gonzalo Pastorino.

ESTADIO: Amílcar Tamburri (Sportivo América)

ÁRBITROS: Rubén Abelardo, Federico Boelaert y Jeremías Miraglia

PARCIALES: 12/19, 38/32 y 54/55

LA FIGURA: Erick Topino, 34 puntos, 6 rebotes.

LA PALABRA DE LOS CAMPEONES

Mariano Junco es el padre de la criatura, el que formó el equipo y le dio su idea de juego. Mariano Junco es uno más de los que se emocionan por el logro conseguido y por eso las palabras no salen fácil, y se acuerda de su familia y de su novia, la que lo banca cuando se queda “hasta las cinco de la mañana analizando rivales”.

“La base se armó en el Federativo. Ahí tomamos la gimnasia de preparar los partidos y nos sirvió para ganar roce”, explicó el DT, quien en el duelo de cierre del cuadrangular vivió situaciones encontradas: “El primer tiempo fue duro porque si bien tomamos buenas elecciones de tiro, no la pudimos meter, pero por suerte en la segunda parte ya todo salió mejor en defensa y ataque. Es una alegría enorme la que tenemos”.

Maximiliano Yanson también desborda de felicidad y cuenta su sueño: “Para mí es algo increíble, porque soy del club desde chico pero no tengo muchos recuerdos del campeón del 97. Esto es algo fantástico para todos, para un gran grupo y para la gente. Es un sueño de toda la vida. No estuvimos completos en todo el año por las lesiones, pero cuando pudimos estar sanos demostramos que podíamos lograr grandes cosas”.

Dos que son hijos adoptivos del Azul son Lautaro Suárez y Mauro Moreno, pero aprendieron a querer la camiseta.

“Yo soy de Banco, pero me crié con muchos de estos chicos en el barrio, viven todos cerca de casa y con Cacu Maruelli siempre jugábamos juntos. Sólo en ese barrio sabemos lo que se vive el básquet, es muy fuerte. Es un grupo de amigos, es especial, es impagable. Por eso sabía lo que significaba para ellos este título y por suerte pudimos desarrollar nuestro juego y ganarlo. A veces cuando uno sueña algo, se hace realidad”, explica Suárez, mientras que Moreno no puede parar de llorar: “Lo soñé, es lo que más quería. Es el momento más feliz, lo juro que es lo más lindo que me pasó en la vida. Desde que llegué a Atalaya todos me trataron muy bien, es como si fuera del club y por eso queríamos ganarlo. Les quiero agradecer a todos por como nos acompañaron. Lo de la gente fue increíble. Los triples del final van a quedar para siempre en mi memoria pero lo importante es que ayudaron a lograr el título”.

A su turno, Santiago Orellano destacó una virtud del equipo: “Es una sensación increíble. Se me viene a la memoria todo el trabajo que hicimos, se entrenó mucho, sábados, domingos, siempre se trató de dar lo máximo y eso hace que las cosas salgan bien, es una caricia al alma”.

El entrerriano Federico Pérez también analizar las razones del éxito: “Cualquiera de los equipos del torneo podía llegar a esta instancia, porque fue muy parejo. Tratamos de reencontrarnos con nuestra identidad de juego, la que tuvimos en el Federativo, y por suerte lo hicimos. Nos dio otro roce y sabíamos que podíamos lograr el campeonato”.

Por último, Facundo Maruelli es otro que pierde la batalla contra el llanto, pero se hace entender para contar su emoción, vistiendo una remera con las fotos de sus seres queridos y añorados: “Esto es un sueño de un grupo de amigos que nos conocemos desde chiquitos, que pasamos vacaciones juntos. Es cumplir un deseo. Sufrimos lesiones y nos costó perder en la Liga, pero salimos adelante y este es el premio”.