Atalaya finalizó su participación en la temporada del debut en el Torneo Federal. El Azul cayó ante Regatas de Concepción en el Ornati por 81 a 75 y perdió 3 a 1 la serie de octavos de final de la Conferencia Norte del certamen. Sin embargo, en lugar de ser una noche de tristeza, la fue de regocijo, de alegría y agradecimiento. De la gente hacia sus jugadores, de los jugadores hacia la gente y la dirigencia. Y del básquet de la ciudad hacia todos ellos.
Es verdad que no es una ubicación que diga mucho en el contexto general, ya que apenas pasó una fase de playoffs, estuvo lejos de meterse en la pelea por el ascenso y su campaña difícilmente sea valorada en su dimensión fuera de la ciudad.
Sin embargo, para el ambiente del básquet rosarino esta decisión de animarse a jugar tiene un plus y también la determinación de intentar estar a la altura desde el esfuerzo de los jugadores y entrenadores jóvenes cuando el presupuesto no da para hacer locuras. Porque el equipo y los protagonistas crecieron muchísimo desde la pretemporada a hoy, porque son otros jugadores y porque el trabajo profesional (sin importar el número de la retribución) genera una mejoría de manera ineludible.
Atalaya lideró la División Santa Fe durante largas fechas, batalló durante la extensa temporada contra partidos programados a contramano, se dio el gusto de salir campeón local y se reconstruyó para lo que venía de acuerdo a lo que podía. Sufrió, es cierto, no siempre se llegó con la plata, no siempre se ganó afuera. La sanción por el bochorno de Sunchales (la mancha negra que deberá servir para aprender de una vez por todas) lo tuvo en vilo, pero lo dejó con vida. Y ahí otra vez demostraron lo que pueden dar en una serie impresionante ante Santa Paula y luego al borde de la hazaña ante Regatas.
El partido quedará en anécdota, a cancha llena, con público del que ama el básquet y muchos jugadores rosarinos de Liga. Cada tanto algún grupo de jugadores y un club que se anima entusiasma a Rosario. Hoy fue Atalaya.