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Ateneo Infantiles: para algunos es solo un pequeño club, para muchos un gran hogar

“La esencia del club es darle contención a todos los chicos. Tratamos de sacarlos de las calles. Con el fútbol se puede lograr", afirma el titular de la entidad de Parque Oeste, Daniel Escabuza

Es un polo de referencia para los habitantes de la zona oeste. Los alambrados están gastados y doblados por el tiempo. Pero la firmeza y dedicación que les inyectan un grupo de profesores siguen siendo de los nobles cimientos que mantienen fuerte y bien parado a Ateneo Infantiles Rosarinos. Un club que anida a casi 300 chicos. Una institución que fue mutando en su momento de lugar, pero siempre potenció la esencia interna. “Nosotros somos esto, un grupo reducido de personas que colabora día a día en pos de darle contención a todos los que conforman esta gran familia. Tratamos de sacarlos de las calles o evitar que caigan en cosas malas por las tentaciones que hay a la vista. Con el fútbol se puede lograr”, desprendió de movida Daniel Escabuza para graficar cuál es el ADN de la institución que preside hace seis años y en la que colabora desde hace tres décadas.

La historia marca que Ateneo Infantiles floreció con la primavera. Fue fundado por Antonio Vigurich el 21 de septiembre de 1973 desde las entrañas de Ituzaingo y Colombia. Luego se mudó a Pasco y Colombia. Después volvió a la sede inicial hasta que en 2000 fue eyectado tras perder un juicio.

Cuando todo parecía perdido y sin rumbo, con la ayuda de la Municipalidad de Rosario logró sentar las bases y brillar en la esquina de Roullón y Riobamba. Hoy en día es el faro de Parque Oeste.

“En el año 2000 tuvimos un juicio. Lo perdimos y quedamos en la calle. La tristeza fue muy grande. Sobre todo por los chicos, que ya no tendrían lugar para jugar a la pelota, estar juntos y compartir momentos. Porque de eso siempre se trató acá, de ser una familia y compartir todo”, relató Escabuza, quien en su momento fue profe de una línea de fútbol “hasta que después ejercí durante muchísimo tiempo el rol de vicepresidente, pero desde hace casi seis años soy el presidente”.

Pese a la desazón no quedaron a merced del olvido. “El club Juan Pablo II, que está cerquita, nos prestó sus instalaciones. Y ahí estuvimos dos años hasta que la Secretaría de Deporte nos reubicó en este hermoso lugar”, rememoró Daniel, y destacó con orgullo: “Una de las personas que también hizo muchísimo para lograr esto fue la por entonces presidenta Mariela Aráoz”.

El Ateneo Infantiles Rosario fue fortaleciendo las raíces. De tener una línea en el baby pasó a contar con dos en la liga Nafir debido al gran caudal de pibes que comenzó a llegar al club. Y no sólo los que habitan en el enorme Fonavi de Parque Oeste. “También vienen muchos chicos de barrios cercanos. Recibimos a todos por igual. Hay lugar para todos”, añadió su presidente.

“Llegué al club hace 31 años. Comencé a colaborar desde afuera mientras llevaba a mi hijo a practicar. Se fue dando todo de manera natural hasta que en 2014 llegué a ser presidente”, desprendió Daniel. “Desde hace rato que esta institución es mi segunda casa”, dijo al tiempo que trataba de contener la emoción.

El club cuenta con casi 300 chicos entre todas las categorías de baby, juveniles y fútbol femenino. “Para nosotros, lo más importante es la contención. Somos como una enorme familia. Podremos tener algunas diferencias, pero el objetivo es uno solo: que todos estén cómodos, crezcan con valores y sean siempre respetuosos”, afirmó y remarcó convencido: “Tratamos de sacarlos de las calles o que no caigan en cosas malas por las tentaciones que hay a la vista. Con el fútbol se puede lograr”.

Los colores del Ateneo Infantiles son naranja, rojo y blanco. Hoy en día están inactivos por la pandemia. Sin embargo, no es una barrera para estar cerca de los chicos. Todo lo contrario. “Los profes llaman a los padres y también hacen con videollamadas con los chicos para ver cómo están. Se comparte un momento dentro de la modalidad que se pueda”, puntualizó el presidente.

Pero hay un punto que marca la real esencia que fluye puertas hacia adentro. “Los mismos profes hablan siempre con los chicos para que estudien, para que sean alguien el día de mañana. Les piden que nunca pierdan la humildad y las ganas de superarse. De eso se trata estar o pasar por este club”, deslizó Escabuza.

En cuanto a las instalaciones hay que reflejar que están prolijamente pintadas. Una cancha de once parece bastar para albergar a todos. “Los días de partidos de baby hacemos en ese mismo espacio dos canchitas. Y los domingos juegan el resto de los juveniles, como las chicas, que cada vez son más por suerte”, afirmó como mirando el lado positivo de las limitaciones que los envuelve.

En octubre del año pasado el club atravesó una nueva etapa triste. Un cimbronazo hizo crujir la ilusión. “Le erré al darle el manejo de la plata a ciertas personas y así nos fue. Se venía la fiesta de fin de año, los regalos y trofeos… y había poco dinero. No podíamos dejar sin nada a los chicos por culpa de los grandes, que se fueron en ese mismo momento. Ahí nomás entre los que quedamos empezamos a hacer de todo para recaudar. Vendíamos pollos, empanadas, de todo. Y luego de un arduo e incesante trabajo pudimos armar la fiesta de fin de año y que cada chico se llevara a su casa el merecido trofeo. También regalamos como 40 bicicletas. Eso, para los que estamos al frente del club, fue maravilloso”, contó Daniel mientras 9 de los 14 laderos que ayudan en el club a diario asienten con la cabeza o simplemente miran a la nada para no quebrarse.

En el humilde y cálido salón de paredes blancas y techo de chapas lucen muchos de los trofeos obtenidos por las diversas categorías. Aunque hay uno que sobresale por su dimensión. “Este mide como un 1.80 metro. Lo ganó la categoría 1974. Mirá las décadas que tiene y bien conservado que está. Y sabés qué, uno de los pibes que lo logró fue Diego Ordóñez. Sí, Pastilla, el mismo jugador que fue campeón con Central de la Copa Conmebol y hoy en día es uno de los ayudantes de campo del Kily González en primera división”, confesó Daniel. Y agregó: “Es más, Pastilla nos regaló el año pasado muchas cosas para que los chicos pudieran entrenar. No se olvidó de dónde surgió”.

Luego, el propio Ordóñez relató con orgullo: “El Ateneo es mi club, el lugar donde empecé a patear una pelota. Aún conservo la camiseta con el número 6 que usaba”.

Pero el ex lateral derecho de Central no es el único que llegó al profesionalismo. “Por acá pasaron Oscar Acosta, Fabián Basualdo y Cristian Ansaldi. Incluso al Colo lo dirigí antes de que se vaya a Newell’s. Jugaba de cinco en ese momento y metía como loco”, puntualizó Daniel, a la par que consideró: “Basualdo es un buen muchacho. Cada vez que lo necesitamos, siempre está. Incluso fue uno de los testigos en el juicio del año 2000. Es una gran persona”, en referencia al ex lateral de la Lepra, River y la selección nacional y actual agente de futbolistas.

En el Ateno Infantiles se percibe a simple vista que predomina el espíritu familiar. “Nuestro salón fue hecho para que los chicos además puedan festejar los cumpleaños. Prestamos las instalaciones así los padres traen las tortitas y todos pasan un lindo momento”, dijo sin dudar Daniel con marcada humildad.

“Al tener dos líneas en el baby nos toca enfrentarlos una vez al año. Ese día lo tomamos como una fiesta. Están todos los chicos y se comparte todo. Incluso les decimos a los pibes que ninguno puede quejarse por un fallo o una acción determinada de otro compañero. Todos somos del mismo club y estamos para divertirnos, aprender y crecer como personas. Y termina saliendo una jornada impresionante donde todos nos vamos felices”, afirmó a su turno Norberto Benavídez, secretario del club y uno de los profes.

“No tenemos líneas A y B. Acá es línea naranja y línea vieja de Infantiles para que ninguno se sienta mal con eso de estigmatizar con la A o B, que puede sonar como que una es mejor que la otra”, apuntó de manera espontánea el Indio, quien es uno de los profes más experimentados que tiene la institución.

Ateneo Infantiles, un club de familia, como bien reza en una de las dos puertas de ingreso que tiene el predio que brilla en Parque Oeste. Un reducto que conserva la esencia, que quizás para algunos sólo sea un club, pero que para muchos es un gran hogar.

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