Manuel Jaramillo (*)
La catástrofe desatada por los incendios forestales en Australia vuelve a enfrentarnos a daños imposibles de medir en su real dimensión. Tal como sucedió hace algunos meses atrás en la Amazonia, hoy apenas conocemos la punta del iceberg de la catástrofe que está ocurriendo.
Los últimos datos oficiales hablan de la muerte de al menos 21 personas, de más de 1.700 hogares destruidos por las llamas y de más de 1.000 millones de animales que murieron a causa de las 8,5 millones de hectáreas arrasadas por el fuego. Pero los resultados, lamentablemente, pueden seguir empeorando.
La repetición de incendios forestales de grandes dimensiones en los últimos meses –el mencionado en la Amazonia, en California, en Siberia y el que todavía está ocurriendo en Australia en apenas algo más de medio año– implican la pérdida de más de 15 millones de hectáreas alrededor del mundo y deberían obligarnos a repensar nuestra relación con los bosques. En realidad, ojalá puedan ser el despertador que necesitamos para repensar nuestra relación con la naturaleza en su totalidad.
Ya lo dijo Greta Thumberg en su momento y lo traigo a colación ahora: debemos actuar con la urgencia como si nuestra casa estuviera en llamas, porque realmente lo está. Necesitamos un Nuevo Acuerdo entre las Personas y la Naturaleza que nos permita desarrollarnos en el planeta en armonía con todos sus habitantes y ecosistemas.
El impacto inmediato de los incendios en la biodiversidad, es enorme. La ministra de Ambiente de Australia, Sussan Ley, ha estimado que unos 8.400 koalas (el 30% de la población del país) han perecido en los incendios de la costa norte y central del estado de Nueva Gales del Sur. Este es un golpe devastador para una especie que ya está en declive y puede acelerar el deslizamiento de los koalas hacia la extinción en el este de Australia. Pero el declive de la población de koalas no nace con los incendios: si bien los incendios empeoran la situación, la amenaza a esta especie se viene produciendo hace tiempo, principalmente por la tala excesiva y continua de árboles para el desarrollo agrícola y urbano, y por los efectos del calentamiento global.
Además de afectar gravemente a la biodiversidad de la zona, los incendios agudizarán la crisis climática a causa de las emisiones de carbono provenientes de la quema de materia orgánica y las áreas dañadas serán más vulnerables a sequías, inundaciones y a otros efectos del cambio climático, por la falta de cobertura vegetal. A su vez, la generación y la dispersión de humo comprometen la calidad del aire de varias regiones.
El cambio climático no es el causante de estos incendios forestales, pero no hay duda de que los empeora. Los cambios en el clima global están haciendo que las sequías y los incendios sean más intensos y frecuentes, como hemos visto esta temporada. Australia es una tierra acostumbrada a los incendios forestales, pero el nivel de esta catástrofe no es normal. Australia ha experimentado olas de calor intenso –cada vez más frecuentes– y períodos secos prolongados que han creado las condiciones para esto. Es indudable que el cambio climático se está agudizando y las consecuencias están a la vista.
¿Y qué podemos hacer?
Frente a situaciones como esta, el verdadero desafío no es sólo apagar las llamas, que ya de por si representa un enorme reto. El verdadero desafío es restaurar los bosques incendiados. Para ello no podemos permitir que ni una sola hectárea afectada por estos incendios cambie su uso hacia ninguna otra cosa que no sea la provisión de servicios ambientales clave para la vida en todo el planeta.
Y si pensamos que estos procesos se dan sólo lejos de nuestro país estaríamos cayendo en un error. En la última década, en la Argentina, se ha deforestado un promedio de 240.000 hectáreas anuales de bosques nativos y el Gran Chaco es una de las ecorregiones más afectadas por esta problemática. Según un informe de la Organización Mundial de Conservación (WWF, sus siglas en inglés), se encuentra entre los 11 lugares más deforestados del mundo y con niveles más altos de degradación. Y el panorama no parece muy alentador.
Necesitamos restaurar los bosques de Australia (y de la Amazonía, y de California y de Siberia) pero también necesitamos políticas públicas que protejan a todos los bosques nativos de nuestro planeta, incluyendo desde ya los de la Argentina.
En nuestro país está iniciando la temporada de riesgos de incendios, que tendrá su pico al final del verano. El comportamiento responsable de los ciudadanos y la eficiencia de los sistemas de prevención, alerta y atención temprana por parte de las autoridades nacionales y provinciales será esencial para evitar que catástrofes como las descriptas se manifiesten en Argentina.
Mientras la deforestación y los incendios continúan, perdemos bosques, culturas, biodiversidad, servicios ambientales y oportunidades de un real desarrollo sustentable. Es hora de asumir los compromisos y salvar nuestros bosques. Sin bosques, no hay vida.
(*) Director General de Fundación Vida Silvestre Argentina.