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Aventura fílmica en un entorno bello y brutal

Entrevista con el director sobre su premiada ópera prima con formato de thriller, que podrá verse el jueves, a las 19.30, en sala Arteón.

La extrema soledad, la contundencia de un paisaje sobrecogedor, el desaliento de los días repetidos, el deseo en un espacio donde aparece como un acto inútil. Violencia soterrada y belleza geográfica en dosis similares se ponen de manifiesto en un relato que busca medir el pulso de ciertas pasiones, aquellas que suelen ser más fuertes porque no permiten pensar siquiera en su pertinencia. El duelo, en El invierno tiene dos protagonistas exclusivos: un capataz veterano que no quiere dejar su puesto de trabajo y uno joven que viene a reemplazarlo decidido a vencer cualquier resistencia. Todo esto redunda en El invierno –filmada en El Chaltén, El Calafate y Río Gallegos–, la ópera prima de Emiliano Torres, quien trabajó durante 20 años como guionista y fue asistente de dirección, entre otros de Marco Bechis y, premiada en las últimas ediciones de San Sebastián y Biarritz, se perfila como una de las películas más destacadas del año en curso. Seguidamente, Torres apunta algunas coordenadas y pautas que fundamentan su factura, como lo hará personalmente el jueves a las 19.30, cuando presente su film en la sala Arteón.

—La soledad es un elemento contundente en “El invierno”, ¿cómo la definirías?

—Es difícil definirla sin apelar a experiencias personales, no es necesario perderse en la inmensidad de la Patagonia para experimentar sentimientos como la soledad, el aislamiento o el desarraigo. Más allá de las circunstancias creo es un castigo autoinfringido, una costumbre que en algún momento se vuelve carne y de la que resulta difícil volver atrás. Conocí capataces de estancia que no habían visitado nunca otro lugar, ni siquiera el pueblo más cercano. Hombres aislados y solos que cuando envejecen prefieren morir en su ley antes que entrar en contacto con los demás. Hay algo tan triste como conmovedor en ese gesto.

—¿En qué considerás que pusiste más el acento en tu film, en el estilo o el tema?

—Intento escapar de lo temático, la película que trata acerca de… Creo más en el poder de las historias, en el sentido más universal y clásico, que en el de los temas que llegan para justificar el sentido de un relato. Escribo meticulosamente a partir del punto de vista de los personajes sólo guiado por sus acciones y motivaciones. Los temas son algo que descubro durante la escritura e inclusive mientras filmo, nunca antes. Algo que se revela durante el camino y que adquiere su lugar por peso propio. Creo que en ese margen de incertidumbre reside gran parte del interés que despierta este relato.

—Aunque los personajes principales son desposeídos, entran en una puja por cierto poder, y hacen tanto por conseguirlo que finalmente arruinan sus posibilidades, ¿creés que cualquier lucha por el poder termina por fagocitar a sus contrincantes?

—Es inevitable. Creo que la película, más allá de describir una realidad respecto de lo que sucede en el ámbito del trabajo rural, se interroga acerca del sentido mismo de esa puja de poder, cuánto perdemos y cuánto ganamos al intentar ser capataces de nuestras pequeñas vidas. Las cuentas no cierran cuando se trata de ser peores que nuestros enemigos, es el principio de todos los conflictos.

—El paisaje despojado, lo inhóspito de los parajes, lo que otorga la luz natural ¿te fueron determinando la puesta o ya estaban en el guion?

—Había mucho escrito en el guion, escribo de manera muy detallada y obsesiva, pero el enfrentamiento con la realidad del lugar, con las limitaciones y con las variables del clima condicionaron el rodaje. Hice un enorme proceso de adaptación y tuve que modificar día a día no sólo las ideas de puesta en escena sino el mismo guion. Este ejercicio me obligó a entrar en contacto con el momento presente de un modo muy particular, la película se construía y tomaba forma más allá de mis decisiones. Más que plasmar un guion en imágenes mi trabajo fue interpretar una realidad que pedía lugar delante de la cámara.

—Hay un tono genuino y espontáneo en los dos protagonistas, lo que da una veracidad incontrastable en sus caracteres, ¿cómo los encontraste y cuáles fueron las marcaciones si las hubo?

—Alejandro Sieveking y Cristian Salguero son dos grandes actores, al mismo tiempo conectan perfectamente con el imaginario de sus personajes. Personalmente creo que en la elección del elenco se juega gran parte de lo que viene después. Trabajé con los actores dejando de lado especulaciones acerca de las motivaciones, psicología y cualquier forma de interpretación del relato. Nos concentramos en trabajar sobre la superficie, centrados en la acción y el comportamiento como guía principal. Necesitaba que se pusieran en la piel de sus personajes como quien se pone un par de botas. Y así fue, durante el rodaje por momentos ya no sabía si hablaba con los actores o con los personajes. Este tipo de trabajo requiere enorme compromiso y confianza.

—En “El invierno” hay más hechos que juicios morales y resulta también un atisbo de la mente humana en circunstancias extraordinarias, ¿era lo que perseguías?

—Sí, desde el principio. No juzgo a mis personajes, sencillamente los sigo a través de su periplo e intento contener toda tentación de sugerir algo más que eso. Intento ser consciente de lo que cada posición de cámara, cada lente y cada movimiento “dice” acerca de la historia que estoy contando.

—En una propuesta como la de “El invierno” se piensa que en la edición final se impuso la magnitud y la contundencia de la naturaleza, por sobre las variantes del relato ¿fue así?

—No necesariamente, en este caso la edición de la película respeta en gran medida el guion y no hubo grandes cambios respecto del material filmado. Muy por el contrario eliminé más de una imagen excesivamente descriptiva del paisaje, para centrarme todo lo posible en los personajes y sus conflictos. En un entorno tan bello como brutal era casi imposible que no se impusiera en más de una escena. En cualquier caso los paisajes de esta película evitan la mirada meramente descriptiva, casi no hay planos en donde el paisaje no esté relacionado de alguna manera a los personajes.

—¿Qué te quedó como certeza en esta suerte de épica que fue filmar “El invierno”?

—Filmar El Invierno fue una aventura en sí misma, me obligó a dejar de lado los años de experiencia como asistente de dirección y tuve que dejarme llevar por la intuición para poder llevar adelante la película. Adaptarme a cada paso y “sobrevivir” como lo hacen mis personajes. Me queda la profunda sensación de que en términos artísticos y aún en una actividad tan estructurada como el cine no hay límites, y de que si están ahí, es porque están para ser corridos.

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