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Balcarce, donde la leyenda vive

Las hazañas de Juan Manuel Fangio se conservan en el museo que hay en su ciudad natal. Conocé todos los detalles.

Pocos lugares en el mundo deben tener el privilegio de poder conservar el alma de lo que alguna vez supo ser. De la misma manera que el olvido erosiona las capas de recuerdos en la mente de cada individuo, bien valen los esfuerzos, por el hombre actual, el intentar recuperar y retener esos instantes. Mientras la línea histórica avanza con pie de plomo, atentando sobre estas imágenes, sobre esos aromas y sensaciones, aún incluso con la desaparición física de los testigos de privilegio; todavía hay esperanzas para amortiguar esas pérdidas.

Colocar un pie en el Museo de Juan Manuel Fangio es, invariablemente, sospechar que se está ante un viaje de ida, de un destino que no ofrece boleto de retorno. Poner ambos pies es confirmar tal enunciado: es comprender que Juan Manuel Fangio todavía se encuentra presente en cada pieza que allí habita. Aunque lo mejor de todo es sorprenderse con la galaxia en la que el “Chueco” supo ser la estrella central. Esto queda demostrado cuando se observa, no sin asombro, como el McLaren de Ayrton Senna o el Renault de Alain Prost, por ejemplo, se encuentran allí envueltos en un ápice de permanente humildad. En cualquier otro lugar, estos vestigios serían joyas principales y atrayentes casi con exclusividad por los visitantes. Aquí, funcionan como muestras de un respeto sentido de estos grandes del automovilismo mundial por el piloto argentino que, inclusive con el paso del tiempo, acrecientan aún más su figura.

Para historiadores, periodistas especializados o simplemente para simples ciudadanos de a pie, ya sean argentinos o del resto del mundo, poder visitar el museo es una cita reconfortante al mismo nivel que cualquier museo de pronunciado nombre, ya sea en París o Nueva York. Para los amantes del automovilismo estar allí es como para un cristiano pisar Tierra Santa. Sin ánimos de comparar cuestiones tan sensibles (John Lennon lo hizo alguna vez generando una polémica importante) no es descabellado afirmar que la energía que se respira en cada rincón del edificio emplazado en Dardo Rocha y esquina Mitre, en la pintoresca ciudad de Balcarce, es única.

Allí aún viven las hazañas, las tragedias. Aún laten los corazones de aquellos viejos autos que han recorridos pistas y caminos en todo el mundo y que, por supuesto, han probado el dulce sabor de la victoria. En aquel lugar tan especial de la provincia de Buenos Aires reside y se encuentra escrito uno de los capítulos más importantes de las carreras de autos.

Emplazado en un edificio construido en 1906, hoy en día contiene una infraestructura muy moderna que ofrece en sus 500m2 un enriquecedor viaje al pasado, condensando la historia de Juan Manuel Fangio, quíntuple campeón de Fórmula 1 pero también haciéndole un lugar al automovilismo, con muestras de autos de todas las épocas y categorías. Además varios prototipos anteriormente descriptos, conviven allí donaciones como coches Sport que han desfilado por Le Mans, y hasta la “Cupecitas” de Turismo Carretera que le sirvieron al hijo pródigo de esta ciudad dar el puntapié inicial en su trayectoria como piloto.

Su fundación llegó un 22 de noviembre de 1986, fecha en el que Fangio festejó los 50 años de su debut. En sus primeras palabras, luego de retirarse allá por 1958, esbozó: “Si mis campañas han servido para algo, si corriendo automóviles fui útil a la patria, eso lo dirá el tiempo. Yo sólo tengo un deseo, y es que mi conducta en el mundo pueda ser aprovechada por la juventud. También del tiempo espero esa respuesta”. Y el tiempo no le daría vuelta la cara.

Puertas adentro, el museo  se encuentra construido por una rampa helicoidal que transmite, a su paso, una cronología de la trayectoria de Fangio, y que conecta en sus diferentes niveles, pedazos de historia que acompañan el recorrido. El plato principal, el cual se lleva todas las miradas, se encuentra en el último nivel con bólidos como el Alfa Romeo que le diera el primer título en 1951. También es enmudecedor para los visitantes el impacto visual cuando se descubre a las “Flechas de Plata”, aquellos fantásticos autos creados por Mercedes-Benz que llevarían a conseguir los títulos de 1954 y 1955. La perplejidad también se tiñe de rojo con reliquias como la Lancia-Ferrari, la máquina que le diera al año siguiente su cuarta corona. Por último, el éxtasis llega a su punto máximo cuando el rostro desvela casi inconscientemente a la Maserati 250F, aquella que perdurará en los libros por haber sido la que llevó a Fangio a quedarse con su quinto título del mundo, luego de vencer a todos en una carrera magistral en el viejo y difícil circuito de Nürburgring.

Las casi tres horas de estadía, ante una primera visita, se escurren como agua entre la manos. Muy rápido. Demasiado, que se reconocen con cierta desilusión. Sería una tarea imposible y poco aconsejable intentar narrar con palabras (por más detalladas y pretenciosas que sean), cuando es fundamental y definitivamente más acertado, ¡y hasta lógico!, hacerse presente. Únicamente es coherente mencionar que cada minuto allí cuenta y es absolutamente provechoso, ya que se consigue aprender siempre algo más, debido a que no es solo una exposición de autos: es una enciclopedia en escala real, donde es posible encontrar desde libros hasta incluso pinturas. Referirse al Museo de Fangio es citar a la fundación de su mismo nombre que lleva adelante dicho empresa, que con sumo cuidado atesoran y custodian un capital único, invaluable y que trae aparejado el hecho de poder seguir manteniendo viva la leyenda del, nada menos, más grande piloto que diera el automovilismo en su historia.

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