Lejos de la reseña biográfica o el análisis táctico del juego, el libro «Todo Diego es político», publicado apenas unas semanas antes de la muerte de Diego Armando Maradona, reúne diez ensayos escritos por mujeres que recorren la figura del futbolista para poner en magnitud un mito que ingresa ahora en una nueva dimensión, porque como sostiene Bárbara Pistoia -una de las ensayistas del volumen- «con Diego se nos muere un lenguaje y una forma de habitar este país».
Símbolo cultural, criatura mitológica, plebeyo en el Partenón de los dioses, héroe popular, santo de devoción, Maradona no puede leerse sin su relación con lo sagrado. Y la línea que lo separa de lo profano es arenosa: futbolista sí, pero también artista, máquina de decir, trabajador, imperfecto, odiado por las élites, artífice de su propia narrativa, desobediente, revolucionario. Desde su muerte, el último 25 de noviembre, se buscan palabras para contar quién fue, lo que significó. Pero lo que más se ven son lágrimas y agradecimientos que se repiten como ecos.
«Todo Diego es político», el volumen con el que inauguró su catálogo el sello Síncopa Editora, compila diez ensayos que piensan en torno a Maradona, sabiendo que a «nadie le fue indiferente», como se lee en unos de los trabajos. Definido por Sofía Ferro, una de las ensayista participantes, como «un aquelarre», reúne también textos de Natalia Torres, Águeda Pereyra, Carina González, Javiera Pérez Salerno, Yanina Safirsztein, Florencia García Alegre, Ayelén Zabaleta, Sofía Ferro, Lorena Álvarez y Pistoia.
«Aunque en el proceso lidiamos con la inminencia y sabíamos que era un desafío escribir sobre Diego porque en cualquier momento te cambia el termómetro de un tema, jamás imaginamos que lo estábamos despidiendo», dijo a Télam la editora del libro.
– Télam: Maradona fue fundamentalmente abordado desde la mirada masculina ¿por qué la decisión de que los textos sean escritos por mujeres, que además no temen ser sentenciadas, como dice una de ellas, «por los tribunales de la razón»?
-Bárbara Pistoia: Los abordajes históricos y las narrativas predominantes actuales tienen un exceso de energía masculina. La gran trampa de la época es pensar que porque decimos algo exactamente opuesto a otro, o porque la que lo dice es una mujer que se define feminista, estamos construyendo algo diferente, y ni hablar cuando se pretende que porque somos mujeres tenemos que decir, pensar, sentir o autodefinirnos de equis manera, sin importar cómo luego eso se traduce en hechos, acciones. Estamos viviendo en un laberinto discursivo que funciona bajo el motor del «cambiar para que nada cambie». Bueno, «de los laberintos se sale volando» y eso acá sería salirse del tono sabelotodo, imperativo, paternalista que impone la época. Nos quedamos en las preguntas abiertas para llegar a otras nuevas sabiendo que ese signo abierto iba a ser el pulso de la sensibilidad del libro.
-T: Cada autora escribió sobre lo que quería, sin saber de qué hablaba la otra porque no había riesgo, como escribís: «Cada Diego es una enunciación propia». En estos días circuló mucho una frase atribuida a Fontanarrosa que podría leerse en ese sentido: «Qué me importa que hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía».
-B.P: A mí lo que hizo Maradona con su vida sí me importa porque eso también hizo mejor la mía. La idea de desentenderse de la vida del otro para fundamentar un amor es, de una forma pasiva, cierta cosa de mantenerse a salvo de toda posible complicidad, es una manera más compleja del tan de moda «separar la obra del artista», como si eso fuera posible. Dejando de lado por completo a Fontanarrosa, porque también es una frase dicha en otro tiempo y desconozco el contexto en el que la pudo haber dicho, te digo más, hasta prefiero el que odia abiertamente, porque el odio es esa otra forma de desear; y todo lo otro es el opio de las buenas formas.
-T: ¿Cómo explicar esa inmensidad de sentidos que despierta Maradona?
-B.P: Me parece que perdemos pulsión cuando caemos en la fantasía del entendimiento. Y cuando perdemos pulsión, no solo nos deshumanizamos y deshumanizamos al otro, sino que evocamos pedagogías. Por eso no se trata de explicar, sino de compartir, de anidar ideas sabiéndolas inacabadas y que incluso en sentidos opuestos pueden generar momentos de certezas, pero no mucho más que eso. Yo no quiero explicar a Diego, no quiero que me lo expliquen, y no quiero que me expliquen por qué lo aman. Lo único que quiero es verlo bailar y bailar con él: con las palabras, con la pelota, con las pasiones, con las tristezas, con las tensiones. Porque eso es la vida misma, incluso cuando estamos enfrentando la muerte, la falta.
-T: Escribís que Maradona «es el descamisado que se pone la camisa de Versace» y ahí radica su lealtad ¿cómo se vincula con la justicia social?
-B.P: Diego inaugura una nueva concepción de justicia social, parte de la idea peronista y la lleva a un lugar mejor, más cercano a Fanon (Frantz) y la unión de los tercermundismos, porque la irrupción maradoniana no se nutre solo de la realidad argentina y transforma mucho más allá, hasta lo impensado. Y aunque lo veo más cercano a un Fanon que a un Perón, lo veo idéntico a Evita. Porque no hay en Perón un ansia revolucionaria, no es esa su promesa, revoluciona por los contextos de nuestro país y sus desigualdades históricas. Perón te promete llegar a fin de mes y que te puedas ir de vacaciones. Pero Evita además quiere ir al mejor hotel y sentarse al lado del más millonario de todos para arruinarle el momento desde su perspectiva supremacista. Evita y Diego tienen el mismo cuerpo irreverente y ambos se definen desde la positiva y la negativa. Y lo mejor de ambos es que no son solo discurso, lo dicho y lo hecho no solo van de la mano, hacen camino.
– T: Reivindicás al Maradona trabajador y de sector popular, algo que lo aleja de la narrativa meritócrata del pibe que deviene estrella.
– B.P: Me interesaba la idea de trabajador porque viene de una familia trabajadora, trabajó desde muy chico para mantener a sus familias y a tantos más. Los últimos años se mantuvo vivo gracias al trabajo, y sin embargo siempre se dudó de su capacidad de trabajo. Y en esa idea, además del estigma típico del patrón, está el racismo puro y duro: el negro que goza no es buen trabajador.
T: Pensar en Diego Maradona es leer el recorrido de un país en su historia reciente ¿qué significa entonces que todo Diego sea político?
-B.P: Por fuera de lo literal, que sería su carácter politizado, un Diego diciéndole No al ALCA, el Diego devoto de Fidel, el que le dice a un ex presidente «hacete cargo, querido. Ya lo dijo tu padre», el que pone su fortuna a disposición del Estado para dar cuenta de un impuesto a las riquezas, y una lista interminable de ejemplos. Mi contradefinición sería que es político porque es una fiesta popular en sí mismo, una especie de carnaval y donde hay carnaval, hay tradición y cultura, y entonces hay comunidad y si hay comunidad, hay fe. Y es la fe el pulso de lo político, en una mirada más bien territorial, de urgencia de construcción.
Y Diego construye comunidad, desde la insolencia deportiva que nos hizo vestir camisetas y rezar para que equipos que no son los nuestros ganen, y en esa acción hermanarnos a esos otros hinchas, hasta causas propiamente sociales. Hay enamorados de Maradona alrededor del mundo y son las conversaciones más libres: las que no necesitan explicar el amor y las que se exaltan en la vorágine por compartir el gesto maradoniano favorito.
– T: Si todo héroe tiene su tragedia, como decís en el libro ¿la muerte de Maradona puede leerse como la tragedia argentina?
-B.P: Sí. Con Diego se nos muere una idea de país, un lenguaje y, quizás peco un poco de romántica, pero Diego es el verdadero gran poema nacional, entonces también se muere una forma de habitar este país. Se pierde un sentido que él dio: yo no soy Argentina simplemente porque nací acá, soy Argentina porque quiero ser de la Argentina de Diego. Y cuando digo yo es un yo como el yo maradoniano, que rápidamente se puede leer como un nosotros.