Bardo. Falsa crónica de unas cuantas verdades, la proeza estilística del director de cine mexicano Alejandro González Iñárritu que tuvo que pasar por las salas de cine para ser considerada por los jueces de los premios Oscar de la Academia de Cine de Hollywood cuyos candidatos se conocerán en unos días y los premios se entregarán en marzo, está disponible de este viernes en la plataforma de contenidos streaming Netflix.
De este modo, el consagrado realizador que se dio a conocer al mundo con la recordada Amores perros, está de regreso con un drama onírico que tiene bastante de autobiográfico y que tuvo su estreno mundial hace unos meses en el Festival de Cine de Venecia.
González Iñárritu, autor de obras como Birdman y Biutiful, además de la referida Amores perros que fue la que le abrió las puertas de Hollywood, escribió Bardo junto con el argentino Nicolás Giacobone, a partir de un guión inspirado en su propia historia, con el astro mexicano Daniel Giménez Cacho como su alter ego, acompañado, entre otros, por la también argentina Griselda Siciliani como Lucía, su esposa de ficción; Iker Sánchez Solano y Ximena Lamadrid como sus hijos, a lo que se suma una fotografía llena de matices del iraní Darius Khondji.
Silverio Gama, periodista y documentalista, que es el que cuenta su historia, es el primer latinoamericano en recibir un importante premio en Los Ángeles, por su trabajo en la comunicación, y desde ese anunció hasta el hecho en sí, vuelve al DF mexicano donde se reencontrará con su esposa, sus dos hijos ya veinteañeros, sus recuerdos y sus sueños de antaño.
González Iñárritu nació el 15 de agosto de 1963, hijo de María Luz iñárritu y Héctor González Gama (el segundo es el apellido del protagonista de Bardo) y a los 17 años su afán de viajar se materializó en barcos cargueros que lo llevaron y trajeron a Europa y África, apodado Negro por su parecido al futbolista chileno Roberto Negro Hodge, del club América.
Silverio, el exitoso, en reconocimiento al premio estadounidense, merecerá como prólogo uno de los colegas de su país en una fiesta delirante y vulgar, una situación de la quiere escapar tras haber plantado a un ex compañero que, en su ausencia del país, devino en un exitoso entrevistador televisivo, farandulesco y sensacionalista, dispuesto a todo por un punto más de rating.
Si bien Silverio sabe que ya tocó el cielo con las manos, que es reconocido en su terruño como el hombre que logró ser aplaudido en un país en el que al fin y al cabo nunca dejará de ser un extranjero, alguien que sabe cuáles son sus frustraciones y que ya nada se puede modificar porque en su extensa bitácora quedan pocas páginas en blanco, también sabe que, además de ser un exiliado voluntario, estuvo más ausente que presente en la infancia de sus hijos, que es envidiado y en consecuencia odiado por gente que alguna vez pareció estar cerca suyo, y que la compleja historia de su país, teñida de sangre, hace cinco siglos que se viene gestando.
El apellido de Silverio es igual al primero del padre del cineasta. En un momento de su deambular, primero se “encontrará” con su padre y luego con su madre junto al que fue su perro. También aparecerá su primer hijo, muerto a poco de nacer.
En sus primeras películas, González Iñárritu mostró una gran habilidad para el manejo de la edición particularmente en el uso de los planos secuencia que fueron claves para los relatos según sus varios personajes y sus historias que se entrecruzaban, según la impronta que aprendió de Guillermo Arriaga, su coguionista de entonces.
Se trata de un plano que abarca una secuencia completa, sin solución de continuidad, que se inicia cuando la cámara empieza a registrar y el momento en que termina, puede ser fijo o con movimiento, pero la condición es que en sí mismo puede expresar una idea completa, con principio, desarrollo y final, lo que implica una trabajo de planificiación muy complejo.
González Iñárritu no esquiva la realidad de que es un cineasta mexicano que pudo lograr en Estados Unidos lo que en su país hubiese sido imposible: alcanzar, como sus compatriotas Guillermo Del Toro y Alfonzo Cuarón, la meta de un autor reconocido a nivel internacional, como nunca antes el cine de ese país había logrado.
Quizás por es Bardo es, a su manera, un relato autobiográfico, el que sueña tener todo artista al acercarse o superar seis décadas de vida, el mismo impulso de Cuarón con Roma o del otro lado del océano Pedro Almodóvar con Dolor y gloria, también en esos casos momentos culminantes de filmografías sólidas.
Talento argentino
“Yo hice un personaje de ficción que estaba en la imaginación de este gran director y le puse todo lo mío, guiada por él; entonces, él también tendría sus propias inspiraciones de guía, pero yo hice lo que quise y lo que estaba conectado con mi alma. Puse mi alma en este personaje, mi sangre. Sentía que él había abierto su corazón tanto con este guion que no me quedaba otra que abrir el mío y entregar todo lo que tenía”, dijo Griselda Siciliani a la agencia de noticias Télam al momento del estreno del film.
Lucía, el personaje que lleva adelante la talentosa actriz y bailarina argentina, es el amor, la dulzura y la consciencia del protagonista. Es el que lo baja a tierra, no con sermones, sino con ejemplos. Lejos del conflicto marital, Iñárritu elije que el personaje de Siciliani sea el sostén emocional y hasta ideológico de toda la familia, conformaba por un adolescente y una veinteañera, que viven bajo la amorosa sombra de un hermano mayor fallecido a las pocas horas de nacer.
“No es autobiográfica pero sí está inspirada. Es como una ficción acerca de esas ideas y ese conocimiento de estos personajes y de estas situaciones, una falsa crónica de unas cuantas verdades. No hablamos mucho de eso durante el rodaje porque Alejandro se encargó de que nosotros seamos esos personajes y no pensemos de ninguna manera que estábamos inspirados en alguien que existía”, explicó Siciliani, quien en cine también protagonizó El último Elvis de Armando Bo, y Sentimental de Cesc Gay.
Siciliani comenzó la etapa de casting para Bardo sin saber que detrás del proyecto estaba el director de Birdman y El Renacido. Luego de pasar varias etapas, se encontró cara a cara con el realizador en México, para quien audicionó en persona, antes de obtener el papel.
“Fue un shock –reconoció–, ahora lo dimensiono porque ya pasó todo, ya rodé la película, ya la vi, ya se estrenó. Pero en el momento sentí que haber hecho el casting con semejante director durante tantas horas ya tenía una ganancia suficientemente rica para mi experiencia. Y después todo lo que pasó, la experiencia de trabajar con él fue superadora a la fantasía”.